2 AGOSTO 2020
DOM-18A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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SACIARSE Y SOBRAR (Mt 14,13-21)
En contraste con sus paisanos que le rechazaron, la multitud busca a Jesús incansablemente, ansiosa de escuchar sus enseñanzas y de beneficiarse de su poder para aliviar el dolor. Jesús, huyendo de Herodes, se retira a un lugar más seguro, pero la gente lo localiza y, al verlos, siente lástima de ellos. Es la reacción lógica de un corazón verdaderamente humano. Nadie permanece indiferente ante el sufrimiento ajeno, a no ser que su corazón se haya endurecido. Pero no queda ahí la cosa, sino que se dedica a curarlos de sus enfermedades. Y es que no basta sentir lástima o ser compasivo, si se puede remediar el mal que lo provoca. La compasión -desde el punto de vista cristiano- sólo es auténtica si va acompañada del esfuerzo por remediar los males. Lo otro es una manera sutil de acallar la conciencia.
A la luz de esto, se entiende mejor el milagro de los panes. Los discípulos ven el problema y creen que la solución es que cada uno se las apañe como pueda. Jesús les dice que pongan remedio, a lo que ellos responden que no tienen medios. Es el recurso a la incapacidad para no comprometerse. También podían haber dicho que era imposible, que el problema no tenía solución, que no era responsabilidad suya... Cualquier justificación vale a quien no quiere implicarse en los problemas de los demás ni complicarse la vida. Pero Jesús no acepta un no como respuesta. Con sus propuestas quiere hacer ver a los suyos que, cuando está en juego la compasión, no es cuestión de medios, sino de fe. Hace más el que cree que puede hacer algo que el que sólo ve que puede hacerse algo. Hay asuntos en los cuales no se pueden medir las posibilidades, sino que hay que ponerse manos a la obra.
La segunda enseñanza del relato viene del modo de actuar de Jesús: él da el pan a los discípulos para que éstos se lo den a la gente. Evidentemente el evangelista está hablando de bienes que no son pan y peces. Se refiere a que todo don recibido hay que darlo a los demás. San Pablo dirá que las gracias y dones que uno recibe son para ponerlos al servicio de la comunidad. No somos dueños, sino administradores.
El resultado final es sorprendente: todos quedan satisfechos y además sobra. Viene esto a significar que, al contrario de los bienes materiales que, cuando se dan, se achican, los bienes espirituales, cuando se dan, se agrandan. Son como un venero inagotable que nunca pierde caudal por muchos que calmen en él su sed. Me viene al pensamiento cómo sería el mundo si los hombres creyéramos de verdad en estas palabras de Jesús. Nadie necesitaría tener de más y, por ello, nadie tendría de menos. Si muchos de los males vienen de la avaricia de unos y de la penuria de otros, vivir con estos criterios sería una garantía de paz. Pero los hombres seguimos creyendo que esto es pura utopía. Estamos a las puertas del paraíso, pero no entramos porque pensamos que ni existe ni puede existir.
La situación social de hoy, ha creado una cadena de necesidades, destrucción de puestos de trabajo, carestía de lo necesario para subsistir, futuro incierto para todos, la irresponsabilidad de cada uno acrecienta los temores de no salir de la oscuridad en que estamos metido, tanto de salud como social, podíamos decir que estamos en un tiempo muy parecido al que vivía el pueblo judío en tiempos de Jesús, había hambre de todo, de lo espiritual pues la Ley no llenaba el corazón y de lo material porque el pueblo sencillo se sentía explotado.
En estas circunstancias buscan a Jesús, como decía Él, más que por la Palabra de Dios, por el pan que habéis comido, PERO LO BUSCABAN.
Y en la narración de esta semana vemos la compasión de Jesús
La irresponsabilidad de los discípulos
La espera y esperanza de los que tenían hambre y sed de justicia y material
La satisfacción y la sobra
Es verdad que cuando tenemos un problema siempre tendemos a derivar la responsabilidad hacia otros: despáchalos para que se busquen el sustento, dijeron, es decir nosotros no tenemos para tantos, somos impotentes, que solucionen su problema.
Hoy seguimos diciendo lo mismo, y sí, Jesús nos dijo que los pobres estarían siempre con nosotros, pero resulta que nosotros no estamos siempre con los pobres, pues si así fuera, los pobres habrían dejado de ser pobres y esto es así porque nuestra acción social, la de la Iglesia, llega a los que llegan porque en ella nos parecemos muy poco a Jesús, damos, sí, la calderilla, y esto se comprueba en los primeros domingos de mes, colecta de caritas, un poco más de lo normal, pero eso, UN POCO, no me vaya a quedar corto para mis caprichos:
¡Cuánto nos cuestas dar y cuanto nos cuesta DARNOS!
Despréndete de tanto como te sobra, no pienses en el futuro, que el futuro lo tenemos asegurados, “venid, comprad sin pagar….”, no lo entendieron ni lo hemos entendido, pues ¿Dónde está nuestra confianza en el Padre?
Dice un refrán que en la casa del pobre siempre sobra: cuenta la cantante de estas tierras, Martirio, que de niña en su casa siempre había añadidos a la hora de la comida, y siempre había un puñado de arroz y un poco de gua más: ¡qué generosidad la de los que no tienen!
Tenemos que tener plena confianza en el Amor del Padre, en la Generosidad del Hijo y en la Fuerza del Espíritu: pues como dice el salmo de hoy, “que tu misericordia nos salga al encuentro, pues estamos agotados””
Recemos con S. Pablo ¿Quién podrá apartarnos del Amor de Cristo?, nadie, pues somos hijos de Dios y esta es nuestra fuerza para llevar el estilo de vida que su Hijo nos dejó.
Me repito muchas veces ¿Qué hay en mí de Evangelio?
Pero, como nos dice el salmista, “los ojos de todos te están aguardando”: no desconfiemos de Dios, ¡espera, ten animo, espera en el Señor!.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN
Jesús nos muestra siempre al Padre, quién y cómo es, en todo lo que dice y, de modo especial, en todo lo que hace. ¿Puede decirse lo mismo de nosotros que seguimos a Jesús y creemos en su proyecto?
Las lecturas de este domingo ilustran bellamente el evangelio y componen un hermoso canto a Dios. Y me pregunto si nosotros reflejamos de alguna manera siquiera al Dios de Jesús. En mis encuentros con la gente de a pie percibo muchas, demasiadas veces, una imagen de Dios muy alejada de lo que escuchamos y celebramos en la Palabra.
¿Por qué seguimos culpando a Dios del mal, de la indigencia de tantos pobres, de la escasez de alimentos para todos, cuando Jesús ha puesto en nuestras manos la responsabilidad de nuestros hermanos; cuando nos ha enseñado que esa responsabilidad pasa por solidarizarnos con ellos y compartir nuestros bienes?
¿Por qué dudamos tanto del amor de Dios y creemos que nuestras dificultades y culpas son más grandes, demasiados grandes, e impiden que ese amor se detenga en nosotros? ¿Por qué pesa más en nuestro ánimo, todavía, el miedo a un dios que castiga y pasa factura por cada una de nuestras faltas y pecados? ¿Por qué nos cuesta tanto creer que, sin merecerlo ni haberlo ganado, nada, nada, nada nos separará de ese amor?
Hagamos nuestra la experiencia del salmista para conocer al Padre tal cual es: generoso sin límites ni medida, clemente y misericordioso, bueno y cariñoso, justo y bondadoso.
Si hay algo que nos cuesta entender y asimilar de Dios es su gratuidad; esa que dibuja admirablemente Isaías: estás hambriento o sediento, de tantas cosas, y no tienes dinero o con qué pagar y merecerlas, acércate, ven, todo se te dará de balde… Nunca entendemos del todo ese “de balde”; nunca asimilamos del todo, en la práctica, que Dios es así y actúa así: de balde, a fondo perdido…
Si nos acercamos a ese dios y lo experimentamos tal cual, todos aquellos que crucen su camino con el nuestro lo verán reflejado en nuestro ser y hacer. Y eso sí es evangelizar.
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