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sábado, 28 de noviembre de 2020
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2 comentarios:

Maite at: 01 diciembre, 2020 19:05 dijo...

Este segundo domingo de Adviento nos invita a preparar los caminos del Señor, a allanar sus senderos. Nos lleva de la mano al desierto y nos presenta a Juan el Bautista. El profeta rompedor que nos hace desear un bautismo de Espíritu Santo.

Seguimos en la senda de la esperanza con toda una tarea por delante. Necesitamos una conversión, pedir perdón y perdonar, enderezar caminos que sean fraternos de verdad, de amor y paz para todos. ¿Acaso no deseamos una tierra nueva en que habite la justicia? Y no serán los gobiernos de las naciones los que la procuren, ni los poderosos, ni los fuertes. Sino un ejército de pobres y pequeños, hermanos todos, que experimentan, como el salmista, la paz de Dios, su salvación, su misericordia y fidelidad.

Todos los tiempos, desde luego, pero nuestro hoy, nuestro aquí y ahora, necesitan el consuelo de Dios, su amparo y cuidado, su ternura y compasión. Pero hay que preparar el camino, como las madres abren camino a sus hijos, los amantes a sus amados, los padres abandonados a sus hijos pródigos.

Adentrarse en el desierto de la interioridad y la contemplación de la Palabra para emprender, una vez más, senderos de conversión al Dios consolador, es una exigencia de amor. Y esa conversión siempre pasará por el hermano. No hay otra.

juan antonio at: 01 diciembre, 2020 19:19 dijo...

Hoy la situación de la humanidad a todos los niveles, es tan tremenda que da miedo pensar qué puede pasar a corto plazo y nos trae una confusión y gran desconcierto, todo ello aumentado por la pandemia del COVI-19, donde las naciones no saben que está sucediendo pero la realidad nos muestran una enfermedad de la que poco sabemos pero de la que presumimos tenerla controlada, pero con unas cifras de contagios, hospitalizaciones, fallecidos que nos sobrepasan y sobrecogen el alma: el mundo tiene miedo y el mundo no quiere reconocerlo.
Igual desconcierto vemos en la Iglesia, tenemos miedo de qué y porqué, quizás porque estemos poniendo las metas a conseguir fuera de nuestro fin, quizás luchemos por conseguir aquellos que nos quitan, porque creemos tener derechos y nos lo tienen que satisfacer, porque, quizás, no queramos perder las cuotas de poder que aún, desgraciadamente nos quedan, pero ¿qué pasa?, porque si se arma tanto ruido por algo será, como dice el refrán cuando el rio suena….. y aquí el rio está sonando y mucho.
Y las lecturas de esta semana son para rogar a Dios y discernir su voluntad con agradecimiento y humildad, porque en Él está la salvación.
“Consolad, consolad a mi pueblo”, nos dice el profeta, de aquí tenemos que partir para reflexionar este segundo Domingo de Adviento, pues debe ser tarea de la Iglesia y por ello de todo cristiano, llevar consuelo al pueblo, al que está triste, solo, abandonado, sin techo, sin salud ni quien se la remedie, sin nadie que le acoja, ni le dé una palabra de consuelo, de aliento, porque si estas actitudes no llegan a nuestro corazón y a nuestras manos, ¿para qué decir que somos cristianos, para qué ir al templo a reunirnos en comunidad?, si tenemos el corazón vacio y al alma reseca, llena de ritos y rutinas y nos hechos nuestros ídolos.
Estamos aterrados, el miedo nos sobrepasa y quien nos devolverá la esperanza de nuestra vida de hijos de Dios, quien nos dirá
“Aquí está vuestro Dios”,
Cuál será el mensajero que nos anuncie la llegada de Jesucristo, Hijo de Dios, quien nos predicará la conversión si no tenemos pastores, mensajeros que nos tiendan sus manos.
Hoy el tono de mi reflexión es triste y sombrío, no veo las cosas con la alegría que nos da el Evangelio ni el Profeta, pero tenemos la responsabilidad de allanar los caminos para que lleguemos al que nos sale al encuentro, que conmemoramos, pero ese encuentro lo tenemos cada día, cada instante se da esa búsqueda de nosotros por parte de nuestro Padre para llenarnos nuestras almas de Vida.
Recemos con el salmista, “”Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos “ es decir a todos y como el Bautista, tenemos la misión de gritar con nuestra vida y palabra la venida hoy y siempre de nuestro Señor.
Hoy podemos destacar el inicio de la lectura del profeta
“”Consolad, consolad a mi pueblo””
y sacar nuestra actuación para la semana: ¿qué consuelo puedo dar?.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, Señora de la Esperanza y del Adviento, ayúdanos a decir ¡AMEN!