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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LIMPIAR EL TEMPLO (Jn 2,13-25)
En la mentalidad judía del momento en que vivió Jesús, el templo de Jerusalén -en cuanto morada de Dios en medio de su pueblo- era el símbolo sagrado por antonomasia, hasta el punto de que cualquier pronunciamiento contra el mismo era considerado una blasfemia. Pero el templo, a la vez que un símbolo religioso, era un centro de poder político y económico. Una de las veces que Jesús entró en él, hizo un gesto de rechazo de estos dos últimos aspectos y acusó a los responsables de haber convertido en cueva de ladrones lo que era casa de oración. Este enfrentamiento debió ser tan fuerte que se le considera una de las razones históricas de su muerte.
Pero Jesús no hacía gestos inútiles ni se dejaba llevar por impulsos incontrolables. La naturaleza y el significado de este enfrentamiento sólo los podemos entender si se enmarca en el contexto de su enseñanza sobre el templo. Es san Juan el que nos da la clave cuando, en el discurso de la cena, pone en su boca estas palabras: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él”. Aunque el tema es abordado directamente cuando, a la pregunta de la samaritana sobre el verdadero lugar para dar culto a Dios, responde que “los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y en verdad”. Es también Juan el que dice que, en alguna ocasión, habló de sí mismo como templo. Y San Pablo, hablando a los de Corinto, les dice que son templos del Espíritu.
Todo esto significa que, para el cristianismo, el verdadero templo en el que Dios habita gustosamente es el corazón humano. Quiere decir esto que, para encontrarse con Dios, hacia donde hay que caminar es hacia el interior de uno mismo y hacia el corazón del otro. Es de aquí de donde arranca la visión cristiana del cuerpo humano al que se reconoce la máxima dignidad y respeto, aunque históricamente haya habido espiritualidades que veían en él un enemigo al que había que destruir. Se entiende así que Jesús, contra la mentalidad de su tiempo, no tenga inconveniente en acariciar y dejarse acariciar y en tocar a las personas, sobre todo a los enfermos.
A la luz de su enseñanza, los templos para nosotros no son sino lugares de reunión, necesariamente amplios para albergar grandes grupos y, en la medida de lo posible, dignos. Pero no podemos tener una visión del templo ya superada que nos lleve a engrandecer un lugar pensando que, por ello, damos gloria a Dios. Tal vez alguno responda utilizando las palabras de Jesús, cuando Judas criticó el despilfarro de aquella mujer que derramó un caro perfume en sus pies: “Los pobres siempre estarán con vosotros. Ahora convenía que ella preparara mi cuerpo para la muerte”. Pero esas palabras tiene otra lectura: “Los pobres siempre estarán con vosotros y vosotros tendréis que emplear vuestra riqueza en ayudar a aquellos en los que yo sigo muriendo”.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
Hay una frase que destaca y que duele en el evangelio de este domingo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Ojalá fuera una frase válida solo para el momento y la época en que fue pronunciada. ¿Podemos afirmar con seguridad que tal cosa no sucede ya en la Iglesia; que lo hemos superado, que ni siquiera se ha dado entre los cristianos?.
Si revisamos con sinceridad muchas de nuestras prácticas, o hablamos sin defensas con muchos de nuestros alejados, ¿no sacamos en conclusión que demasiadas veces sigue dando la impresión de que comerciamos con Dios; que vendemos su salvación, su favor, de mil y una maneras?.
Ante la tentación de muchos de nuestros contemporáneos que siguen buscando signos, como los judíos, o sabiduría, como los gentiles, nosotros hemos de seguir, como Pablo, dando testimonio de Cristo crucificado. Pero, ¿creemos que lo necio de Dios es más sabio que los hombres y su debilidad más fuerte?.
¿Damos a entender a quienes nos rodean que “la ley del Señor, al decir del salmista, es descanso del alma, alegra el corazón y da luz a los ojos; es justa y más dulce que la miel?. Si no es así y transmitimos un dios justiciero, que castiga, que es peor, en definitiva, que cualquiera de nosotros, ¿no traficamos con un dios a nuestra imagen y semejanza en versión deteriorada?.
El Evangelio de esta semana también nos propone el fin de lo que se vivía, y lo que debemos vivir, lo viejo que se termina y lo nuevo que ya está empezando.
Jesús rechaza el mercadeo del templo por las fiestas y propone el verdadero templo, rechaza el culto hueco y vacío de contenido, por la vida entregada en la cruz.
Se contempla un empezar violento que choca con la normalidad del culto judío y proclama la Vida nueva del Resucitado, de lo que nadie ni los suyos ni los dirigentes judíos entendieron de qué iba la cosa, sino cuando pasó, cuando vieron al Resucitado, entendieron lo que había dicho sobre su cuerpo.
Jesús presenta como nuevo templo su propio cuerpo en resurrección, ya se acabó los sacrificios de animales porque habrá un sacrificio cruento de una vez por toda al que le lleva la proclamación del Reino de Dios, la proclamación del nuevo modo de vivir, del nuevo modo de rezar, del nuevo modo de dar culto a Dios, del modo de tratar a los excluidos, de no ser servido sino servir, de una entrega total por traernos el rostro del Padre: no hay medias tintas o todo o nada, lo viene a decir el Apocalipsis después, “”porque no eres frio ni caliente, te arrojaré de mi boca””.
Los dirigentes judíos y cuantas veces hoy también, piden/pedimos explicaciones, por qué esto o por qué lo otro, por qué tienen que pasar ciertas cosas y nuestras osadías con nosotros mismos, con los demás y con la creación entera, las ponemos como salidas de las manos de Dios, siempre buscando otro culpable y no discerniendo nuestro actuar, no viendo nuestro vivir desenfrenado porque ya nos resbala todo.
Se ha perdido la conciencia del mal, pues vemos el mal que hacemos como normal, estamos tan embotados por el ansia de vivir con muchas cosas, con mucho tener, pero vacía de todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos que no es más que la Vida, el Amor de Dios para darlo a los demás y estamos como la madre de los Zebedeos, que veíamos hace unos días, pedir los puestos más altos para sus hijos, y Jesús termina diciéndoles “ podéis beber el cáliz que yo he de beber”
El cáliz lo beberéis y seréis los últimos y servidores de todos.
Estamos como nos dice S. Pablo, “”los judíos exigen signos y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para unos y necedad para otros, y me pregunto, ¿hemos entendido la Cruz, la Crucifixión, la muerte de Jesús?
No pidamos explicación a Dios, confiemos, amemos, entreguémonos, pues ahí está la Vida pues no tendremos sabiduría ni fortaleza si no es con Dios Padre.
El camino cuaresmal nos está llevando a la entrega suprema de Jesús y tenemos que asumir ese mismo camino si nos consideramos sus seguidores y demos testimonio de ello con nuestra vida.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN
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