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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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4 comentarios:
ENTRE LA FIDELIDAD Y EL COMPROMISO (Jn 15,1-8)
La metáfora de la vid y los sarmientos sirve a Jesús, en su último discurso, para reflexionar sobre un aspecto fundamental en la historia del cristianismo: el del difícil equilibrio entre la fidelidad al pasado y la respuesta comprometida en el presente. A sus seguidores había dicho, en el sermón del monte, que habían de ser sal de la tierra y luz del mundo, indicando así que su tarea necesariamente tendría que ver, en cada momento histórico, con la realidad del mundo en el que vivieran. Se trata de vivir en el mundo sin ajustarse a él porque, en ese caso, ni se es sal ni se es luz. Por otra parte, esta importante misión sólo puede ser llevada a cabo desde una profunda fidelidad al origen, de ahí la metáfora de la vid -¡Sin mí no podéis hacer nada!-.
Este delicado equilibrio se rompe cuando los creyentes, en un deseo profundo de fidelidad, se inclinan tanto al pasado que vuelven las espaldas al presente; o cuando, en un deseo ardiente de compromiso con el presente, olvidan el pasado. En el primer caso, se potencia la seguridad doctrinal y moral, la actividad interna de la institución, el alejamiento del mundo, el desentendimiento de las realidades temporales... En el segundo caso, aparece la obsesión revisionista, el relativismo, las actividades de presencia en el mundo, al inmersión en la realidad, la sobrevaloración de lo temporal...
Un planteamiento semejante ignora algo profundamente marcado en la naturaleza humana: su carácter polar. Acostumbrados a funcionar con una visión dualista, vemos la realidad en clave de opuestos: blanco-negro, derechas-izquierdas, nosotros-vosotros... sin darnos cuenta de que, en realidad, sólo se trata de dos polos que se necesitan mutuamente. Es la situación concreta la que nos sitúa unas veces más cerca de un polo y, otras, más cerca del otro. Esto, que vale para el individuo y la vida, vale también para el cristianismo: hay momentos en los que es necesario intensificar la fidelidad para que la luz no se apague y la sal no se vuelva insípida; y hay momentos en los que hay que intensificar el compromiso para que la luz siga iluminado y la sal, sazonando.
En el mundo actual es frecuente que determinadas instancias políticas o culturales pidan a la Iglesia algo que no puede hacer: unos quieren reducirla al ámbito de la conciencia y de la sacristía negando de este modo la misión en el mundo que el fundador le asignó; otros la quieren asumiendo los planteamientos morales, sociales y culturales de cada época, olvidando la necesidad de ser fiel a su identidad. A la Iglesia hay que pedirle simplemente que sea lo que es -lo cual no es poco en este tiempo de sequía de identidad que padecemos en tantos ámbitos de la vida-, es decir, que sea fiel a su fundador y a los valores que él vivió y predicó y que, en consonancia con los mismos, luche por construir un mundo más humano y fraterno, lo que Jesús llamó el Reino de Dios. Cualquier otra cosa es intentar descarriarla o, al menos, meterla en vía muerta.
Francisco Echevarría
Este Domingo la liturgia en el pasaje de la vid y los sarmientos, nos regala la intimidad de Jesús con nosotros.
“”Permaneced en mí y yo en vosotros””, qué más podemos pedir si se nos da todo Él a cambio de qué, de que vivamos de su Palabra, de su Vida, de su Carne y de su Sangre, “hasta el extremo” y tanto que se quedó hecho Hostia Viva para que los hombres/mujeres lo tengamos siempre presente entre nosotros como fuerza para la construcción del Reino, aquí y ahora, pues como dice una cancioncilla de Radio María, “Me concedes el tiempo, la gracia, el trabajo, el descanso y la fe y me dices, construye mi Reino, no temas, contigo siempre estaré” y que verdad es cuando lo dejamos hacer, cuando no nos arrogamos como propio la pobre tarea que hacemos, pues es suya, somos meros instrumentos pues nos lo dice “”sin Mí no podéis hacer nada”” y¡ bendita ayuda!.
Tenemos que estar con Él, y Él con nosotros, en una intima comunión de vida, lo demás es hojarasca, farándula, religiosa pero farándula, pues hemos olvidado lo esencial, el Reino de Dios y su justicia, el Reino de Dios y la humanidad doliente, el Reino de Dios y todos los que sufren, quizás por nuestra injusticia o por nuestra desidia: tenemos que construir el Reino dejándonos la vida en el empeño, como el Maestro, pues de lo contrario, no somos seguidores suyos.
Y ¿cómo construimos ese Reino de Dios? Con amor de verdad y con obras, como nos dice el apóstol Juan, las palabras sobran, las palabras no sirven de nada, son humo que se van en el viento, las obras devuelve la dignidad a los hermanos necesitados, de lo que sea, pero necesitados y todos sabemos quiénes son y qué necesitan, solo falta que nos demos por amor, “”animado por el Espíritu Santo”” que bien poco lo sentimos, pues ya S. Pablo advertía a los cristianos de Corinto (1ª 3,16) “no sabéis que sois templo del Espíritu Santo?
Dejémonos llevar por el Espíritu, sintamos su impulso que vendrá de mil maneras, oración, vida cotidiana, amistad….., cada uno sabrá, solo necesitamos la disposición, estar atento y discernir qué nos pide en cada momento.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, no nos deje de la mano y llévanos a tu Hijo, AMEN
El anterior comentario es de juan antonio, pero la ignorancia hace que sea un manazas
Saludos
En el evangelio de este domingo la palabra mágica es “permanecer”. Ella viste los sueños amables y dorados de todos los que aman y son amados, de las madres y padres, los amigos, los amantes, todos los enamorados. ¿Quién de ellos no desea, desde lo más hondo, ser asiento y morada, fogón y hogar, anclaje y nido, para el otro, vid y sarmiento al decir de Jesús?
¿No nos dice nada que Jesús quiera y nos invite a formar parte de él y su intimidad, como íntimos e inseparables son el sarmiento y la vid?
Juan el evangelista afina con detalle la manera concreta de este permanecer. Y siendo Dios amor, y no pudiendo sino amar, en solo el amor está la piedra preciosa, la perla a cultivar. Solo la unión profunda con el Maestro puede dar frutos de amor fraterno en nuestro pequeño y mediocre corazón. Quien vive en el amor y para él no puede sino amar también. ¿Y dónde está la medida de ese amor? En no tenerla.
Sin esa unión, sin ese permanecer, no puede haber fruto, no se puede engendrar nada, y no nace vida; lo único que permanece es una aburrida esterilidad.
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