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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL AMOR COMO ALIMENTO (Jn 6, 24-35)
Seguimos leyendo -y seguiremos haciéndolo varios domingos más- el evangelio de san Juan. Ahora nos adentramos en el discurso de Cafarnaum. Jesús se había quitado de en medio al ver que la gente quería hacerlo rey -no había venido en busca de poderes terrenales-. Pero el pueblo insiste hasta que lo encuentra. Tiene lugar entonces un diálogo que -como todos los de Juan- nos desconcierta porque da la sensación de que van por un lado las preguntas y por otro las respuestas. Para entender en algo de qué va la cosa, hay que tener en cuenta algunas claves.
Hay en el ser humano un conjunto de necesidades materiales que miran a la supervivencia. Jesús lo sabe -por eso hizo el milagro de los panes y los peces-. Y hay necesidades profundas, del espíritu. El peligro es ignorar éstas o pensar que pueden ser satisfechas del mismo modo que las primeras. En el primer caso se cae en el materialismo; en el segundo, en el hedonismo. Jesús advierte: "¡Buscad lo que puede daros la vida verdadera!". En nuestro mundo y en nuestro tiempo resulta chocante hablar de estas cosas porque hemos creado una cultura y un sistema de vida centrado en la satisfacción de las necesidades materiales -la cultura del bienestar-. Pero ya va siendo hora de que revisemos el camino recorrido. ¿Realmente el progreso material nos ha hecho más felices? En otro lugar -hablando con la samaritana- Jesús viene a decirle: "Llevas la vida entera bebiendo en pozos sin calmar tu sed. ¿Por qué no buscas en tu interior?". Buscar la felicidad en las cosas materiales es como echar agua en un pozo: al poco tiempo se ha ido por las profundidades. Sólo el que descubre el manantial deja de buscar incansablemente y logra ser feliz él y los que le rodean.
Cuando se hace una propuesta de este tipo, surge la inquietud, la inseguridad -que es condición propia del ser humano-. Por eso la gente pregunta a Jesús: "¿Cómo sabremos que tienes razón?". Es la pregunta del miedo: ¿Y si renuncio al pozo y no encuentro la fuente? ¿Cómo puedo saber que seré realmente feliz de la manera que tú dices? La respuesta de Jesús es un reto: "¡Tendrás que creerme y arriesgar! De todas formas, mira hacia el pasado: Dios alimentó a tus padres en el desierto, pero aquello era nada en comparación con el alimento que yo te propongo". Luego hace abiertamente el anuncio: "¡Yo soy el pan que da la vida verdadera!". Está hablando de su entrega y hace -de esa forma- de la entrega el camino mejor para ser feliz. Una vez más el evangelio insiste: frente a la ambición, la generosidad; frente a la posesión, el amor. Hemos oído esto tantas veces que ya no nos dice nada. Pero es que -para el cuarto evangelista- Dios es amor y el hombre -hecho a su imagen- sólo encuentra su identidad y el sentido de su vida en el amor. Todo lo que no sea construir sobre él es error y produce vacío.
Francisco Echevarría
Esta semana las lecturas tiene como eje transversal a Jesucristo y así si empezamos con la primera, vemos la Providencia de Dios sobre el pueblo de Israel con el pan, alimento que le dio en el desierto, preludio del Pan de Vida, S. Pablo nos habla de cómo debemos vivir, después de la fe que se nos ha dado, “renovaos en vuestro espíritu y en vuestra carne y revestíos del hombre nuevo” y el Evangelio nos presenta a Jesucristo como la obra que Dios nos pide, nuestra fe, nuestra creencia en el que el Padre envió, en Cristo Jesús.
Es poner a Cristo como eje central de nuestra vida, es tener a Cristo como señal de identidad y Vida para nosotros como nos dice S. Pablo.
Hoy tenemos muchas que quizás nos desvíen de lo verdaderamente importante, pues no son Cristo, no es ni el tesoro ni la perla preciosa del Evangelio de ayer.
Hoy en el Taco de Sagrado Corazón nos trae un cuentecillo de Tony de Mello que viene a lo que decimos:
Un pececito iba nadando con la esperanza de ver por sí mismo donde estaba el océano. Un sabio pez mayor le dijo: “”estás nadando en él””. El pececito, insatisfecho observó que sí, que había agua por todas partes, pero no era lo que perseguía. “”Yo busco el océano””, dijo.
Con demasiada frecuencia, las personas ocupadas buscan tanto a Dios que no ven a Dios, no es que el árbol no nos deje ver el bosque, es que vemos lo que nos interesa, las cosas, esas cosas en las que estamos ocupados, no nos dejan ver a Dios y por ello no podemos hacer la obra de Dios: Creer en el enviado, el Cristo Jesús, que está en nuestras vidas, en nuestros quehaceres, en nuestras ocupaciones si esas ocupaciones se hacen con Él, por Él y por los que Él quería, el Reino, la Vida de Dios Padre en nosotros.
Encarnemos las palabras de Jesús sobre sí mismo, alimentémonos con el Pan de la Vida, signo visible de una realidad invisible y anhelemos ese Pan, ese Cristo y que viva en nosotros “”en justicia y santidad verdadera””.
No nos llenemos de cosas, no nos llenemos de lecturas, de discursos, de cosas por muy piadosas que sean, busquemos una sola cosa, creer en Cristo Jesús y vivir en coherencia con esa fe.
“”Que busques a Cristo, que encuentres a Cristo y ames a Cristo”” nos decía un santo, como otras veces he repetido.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a buscar, encontrar y amar a tu Hijo, Cristo Jesús, AMEN
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