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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
EL PODER DE LA FE (Mc 10,46-52)
La curación del ciego Bartimeo -poco antes de la entrada en Jerusalén- relata la última de las exigencias del discípulo: la fe en el mesías y en su misión. En Oriente eran frecuentes las enfermedades oculares y con pocas posibilidades de curación, de modo que a un ciego -además de la angustia que supone vivir en las tinieblas- sólo le quedaba como recurso la mendicidad. Su marginación, por tanto, era doble: por la pobreza y por la oscuridad. El evangelista lo indica diciendo que "estaba sentado al borde del camino". El ciego era un hombre orillado, instalado -sentado- en la marginación.
Al oír que Jesús pasaba, Bartimeo no dudó en llamar su atención utilizando un título mesiánico: Hijo de David. Pero los que le acompañaban -los que gozaban del don de la vista- intentaron hacerle callar. Jesús, sin embargo, le hizo acercarse. La razón es evidente: eran muchos los que le seguían, pero sólo este hombre comprendió que la principal tarea del mesías es la compasión.
Tres son las invitaciones que le hacen los mensajeros: Anímate, levántate, te llama. Y tres son las acciones del ciego: suelta el manto -se despoja, abandona aquello que representaba su condición de ciego-, da un salto -su respuesta es rápida- y se acerca -se mete en el río de gente que acompaña a Jesús-. La pregunta que Jesús le hace viene a significar “¿qué esperas de mí?”; y la respuesta del hombre, “Maestro: dame la luz”. Entonces viene lo más sorprenden¬te. Jesús le dice: "Camina: tu fe te ha curado".
No es que tenga fe porque se ha curado, sino que se ha curado porque tiene fe. No es el milagro lo que engendra la fe, sino la fe la que hace posible el milagro. Para la comunidad de Marcos, el ciego Bartimeo es prototipo de los verdaderos discípulos. Muchos siguen a Jesús, pero están ciegos porque su fe no es profunda y no aceptan su misión. Todos creen que el ciego vive en la oscuridad, pero, según el parecer de Jesús, sólo él ha alcanzado la luz porque es el único que cree en la bondad y el poder de quien le trae la ayuda de Dios.
La curación es manifestación, expresión, consecuencia de la fe salvadora. Es ella la que cura al ciego y es ella la que salva a los discípulos que le siguen por el camino que conduce a la cruz, a la entrega de la vida, expresión del amor más grande. Y es que la fe -aunque suene mal en tiempo de increencia y superstición- es lo único que puede salvar al hombre de la oscuridad y del sinsentido de la vida. Tomás dijo: “Sólo creeré lo que toque y vea”. Hoy muchos suscriben sus palabras y, por ello, se consideran hombres modernos, científicos, positivistas. La verdad es que la esencia de las cosas escapa a la mirada, que sólo la fe desvela el misterio que se esconde en ellas y que sólo quien atisba el misterio tiene la fuerza necesaria para cambiar profundamente la realidad. Así pues, la fe te muestra el misterio y el misterio, la senda de la transformación.
Francisco Echevarría
Como nos dice la Hoja, estamos llegando al final del camino que comprende el año litúrgico y las lecturas de hoy nos llena de tantas enseñanzas que puede que nos veamos aturdidos, pero como todo final, nos lleva a una reflexión sobre lo vivido, lo pasado y en el Evangelio encontramos muchas pistas para ello, pero me fijo en los seguidores de Jesús.
Nos dice el evangelista que Jesús sale de Jericó acompañado de los discípulos (solo los doce?) y “y de una muchedumbre” , es decir irían os doce, los que sin ser apóstoles se consideraban discípulos y discípulas y seguían a Jesús, como los de Emaus, y matiza dos grupos:
El ciego al enterarse de quien pasaba, grita, es decir había escuchado cosas de Jesús, y por qué no, tendría sus esperanzas puestas en él, razón de ese grito “profético” como nos dice la Hoja y aquí se produce la división
----Unos le increpan para que se calle, estorba sus gritos, el Maestro va de camino, déjale tranquilo hombre, cállate ya:
Cuántas veces hemos mandado callar a los que en una celebración entran en el templo, desarrapado, sucio, con sus bártulos a cuesta y si no gritan hablan en alto, increpan a los que estamos en “”la celebración”” de que no se le atiende, de que nadie le pregunta, nadie le dice :”””que quieres que haga por ti”””
De verdad lo hemos vivido y hemos estado en la celebración y no hemos hecho nada por el que nos increpa o si lo hemos hecho es para callarlo porque estorba, es decir no hemos celebrado nada, nuestra participación está vacía porque hemos desatendido al hermano débil y necesitado, no hemos vivido el Evangelio por mucho que hayamos rezado y cantado, mentira.
Que quieres que te haga?
----Pues sencillamente llevarle a Jesús, ofrecerle el consuelo de su palabra y de mi obra, de mi actuar, de mi compasión y misericordia, “”¡Animo, levántate, que te llama””, levántate que vamos a solucionar tu problema, lo que te aflige y te aparta del grupo de apóstoles, discípulos, y seguidores del camino con Jesús, levántate que serás un hombre nuevo, una persona con toda su dignidad de cuya pérdida a lo mejor yo he sido colaborador, por mi egoísmo, mi comodidad, por….cada cual vea su parte.
“”y le seguía por el camino””, es el final de este pasaje y yo ¿puedo seguir a Jesús, ¿con que sentimiento? de culpa, indiferencia, pasotismo total o he dado el paso en favor de los excluidos o los que hemos excluidos, para que vean, caminen, se curen….
Va llegando el tiempo de la revisión de nuestra vida, de allanar los caminos, de ver qué pasa, pues empecemos viendo en que grupo estamos, reflexionemos, y miremos la forma de actuar, ver, juzgar y actuar sobre nuestra vida.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a estar atentos con todos los que andan por esos caminos de la vida necesitados de todo, menos de mi egoísmo y mi indiferencia, ¡AMEN!
Hay una frase muy bonita en la hojilla que se refiere a los hijos del Zebedeo y el ciego Bartimeo: “Mientras que los dos hermanos deseaban sentarse junto a Jesús, el ciego Bartimeo, cansado ya de estar sentado, desea recobrar la vista para seguir a Jesús”.
Desde entonces, y todavía ahora, son los que están al borde del camino, los que gritan pidiendo compasión, los que interpelan nuestra fe y ponen a prueba su autenticidad.
Es curioso que, en el pasaje evangélico, los que rodean y acompañan a Jesús son los mismos que hacen callar al ciego Bartimeo. Él no pertenece a la comitiva, está situado fuera y fuera le dejan los demás, sin ninguna intención de integrarlo entre ellos ni ayudarle a cambiar su situación. Son ellos, los más próximos a Jesús, quienes deciden que un marginado no tiene cabida junto a él. Qué poco le conocen…
La llamada de Jesús levanta al ciego de su postración, lo saca del borde del camino y le hace soltar su manto, su única posesión y seguridad. Recobra la vista y, como apunta la hojilla, se convierte en un discípulo.
El que estaba sentado al borde del camino ha hecho un recorrido de fe que los demás discípulos no habían sido capaces de hacer en todo el tiempo que llevaban con Jesús. Bartimeo solo pedía compasión, pero solo Jesús escuchó su grito y su desesperación, aunque había mucha gente.
No podemos dejar de mirar a Jesús y escuchar su Palabra. No olvidemos que las personas más piadosas eran y son, entonces y hoy, a menudo las más duras de corazón. Por eso necesitamos preguntarnos cómo andamos de compasión.
Jesús enseña que Dios es, como experimenta el salmista, grande con nosotros y nos llena con ello de alegría y vida; el que cambia nuestras lágrimas en cantares. Como le pasó a Bartimeo.
Dios, como descubrió Jeremías, congrega a todos los que lloran y los guía entre consuelos. Como es nuestro Padre, ahí tenemos en qué y a quién salir.
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