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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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A Jesús un fariseo le hace una pregunta sobre cuál es el mandamiento principal y Jesús responde con dos, amor a Dios y amor al prójimo como a uno mismo.
El amor a Dios es, “”con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser””, es un amor sin límite, sin puertas ni rejas ni muros, el amor o es todo o no es amor o te das, te entregas sin condiciones ni términos o no es amor, el amor es la pérdida de uno en la integración y dación al Absoluto, en el caso de Dios o al hermano en el caso del prójimo.
Jesús añadió el precepto del Levítico, precepto este que sí ponía un límite “”el amor que nos tengamos nosotros, el que cada uno se tenga así mismo””, pero nadie quiere el mal para sí, nadie quiere pasarlo mal, y aún los que hacen el mal es por el error de que eso es un bien para él, el hombr@ es frágil y con esa fragilidad nos queremos, ayer, hoy y siempre.
Todo esto se daba en el Antiguo Testamento, en el que siempre destacamos al Dios tronante del Sinaí, pero no nos acordamos de que ese mandamiento principal es una respuesta de amor por nuestra parte en agradecimiento por los bienes recibidos y podemos para ello repasar los Salmos, de los que destaco el ocho “”cuando miro el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas, qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste apenas inferior a los Ángeles, le diste el mando de las obras de tus manos….”, y así podemos citar a muchos, el ochenta y nueve “”llénanos de tu amor por la mañana para que vivamos todo el tiempo alegres y contentos””, el treinta y seis, “” confía en el Señor y haz el bien…deja tu porvenir en manos del Señor y déjalo actuar””, el 21, 22, 50, el 138 el de la confianza, y tantos,….pon los tuyos: ¿donde están los truenos y rayos?.
En los Salmos se ve el Amor de Dios derramado en toda la creación y sobre todo en el hombr@, para quien se pide que lo guarde como la niña de sus ojos y lo cobije bajo la sobra de sus alas.
Pero ese límite, “como a ti mismo”, lo corrige Jesús en la Última Cena, “”un mandamiento os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado””, aquí es la entrega total, desde los llantos del pesebre, las vicisitudes de toda su vida, la callada y la andarina, hasta llegar y morir en la Cruz, lo infinito, parece hacerse finito, despareciendo su humanidad para resucitar de la mano del Padre, haciéndonos hijos de Dios porque nos dio un Padre de todos, “nuestro”.
Señor, grito con el salmista, “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca mi alcázar, mi libertador…. Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador”
Aprendamos a amar, de la única manera posible “”amando””, no desesperes, no te irrites, día a día, sigue adelante desde la mañana a la noche, teniendo presente Dios, confía en El si te caes, levántate y grita su auxilio, pues “nuestro auxilio es el nombre del Señor”.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a amar como tu amaste, desde tu sí a Dios hasta siempre en el cielo, ¡AMEN!
“No estás lejos del reino de Dios”, dijo Jesús al escriba que admitió que “amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Y esos somos nosotros, los que seguimos a Jesús, sus discípulos: los que no estamos lejos del reino de Dios y a quienes se reconoce con facilidad por la centralidad del amor a Dios y a los hermanos en nuestras vidas. Los que no podemos separar ambos amores porque forman parte del mismo amor, como las dos caras de una moneda hacen una sola.
Es verdad que, en algunos tramos del camino, a lo largo de la historia, se nos ha olvidado, en ocasiones, que el amor “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Y hemos dejado volar al pequeño-gran fariseo que todos tenemos dentro y le hemos dado carta blanca para campar a sus anchas, engañándonos a nosotros mismos con la ilusión de que éramos más espirituales, más observantes, mejores.
Sin embargo, nuestro amor se adulteró, perdió grados y pureza, se volvió un sucedáneo de sí mismo y nos alejamos de Jesús y su camino. Olvidamos que Dios está en los demás y no amábamos ni a estos ni a él. Aunque nuestra piedad, hueca y vacía de amor, nos engañaba como a niños y no nos dábamos cuenta.
Así que nos alejamos también del reino de Dios y nuestro mundo con nosotros. Y nos convencimos de que un mundo nuevo era un mundo tecnológicamente muy avanzado, que el progreso consiste en crecer en capacidad de consumo y que lo mejor del mundo es el desarrollo desmesurado de la individualidad.
Así que hoy nos viene muy bien orar con el salmista, y poner el alma en las palabras, para darnos cuenta, al final, al volver a la arena de la vida diaria, de que ese Dios al que amamos está delante de nosotros, a nuestro lado, en quien nos sale al encuentro en cada momento.
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