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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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UN REY CRUCIFICADO (Jn 18,33-37)
El Reino de Dios proclamado por Jesús ni es cosa de este mundo, ni se rige por sus leyes. Cuando Pilatos le pregunta si él es rey, no duda en contestar que sí, pero que no debe inquietarse porque no piensa disputarle el trono a ninguno de los reyes que él conoce. Y es que las cosas del mundo se ven distintas con los pies en el suelo o desde una cruz.
En el mundo, los pequeños sirven a los grandes y los grandes se sirven de los pequeños, los débiles se someten a los fuertes y los fuertes dominan a los débiles, el hombre de la calle acata la voluntad de los poderosos y los poderosos, con el voto que le da el ciudadano de a pié, impone a éste su voluntad. Este modo de hacer las cosas, con el tiempo, crea diferencias y éstas, también con el tiempo, se acrecientan de tal modo que terminan siendo muros de separación entre los hombres.
Así surgen las clases sociales y las marginaciones. En el reino de Dios predicado por Jesús las cosas son de otro modo: los grandes sirven a los pequeños, los fuertes protegen a los débiles y los poderosos se ponen a disposición de pueblo. De esa manera se eliminan las vallas y se construye la unidad, la fraternidad, la comunión, la solidaridad...
El símbolo de esta contradicción es el trono desde el que gobierna el Rey de este reino: la cruz. Cuando el procurador romano puso sobre la cabeza del crucificado "Este es el Rey de los judíos" no sabía que estaba diciendo una gran verdad, porque el Rey de los Reyes gobierna no con poder sino con amor y la cruz es el momento de la plena manifestación del amor. Ya lo había dicho él: "Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por quienes ama".
La figura de Cristo como rey crucificado debe hacer pensar a quienes gobiernan, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil. Es una tradición antigua en la Biblia que el rey no es mas que un hombre puesto al frente del pueblo para -en el nombre de Dios- administrar justicia y defender a los débiles -que los fuertes ya se defienden solos-. Este es fundamento de la autoridad y, por ello -en un sano sentido de la misma- no debería haber prepotencia, sino humildad; no debería haber sumisión, sino libertad; no debería haber fuerza, sino suavidad.
Cristo es el Rey y rey es cada ser humano ya que Dios todo lo ha sometido bajo sus pies. Cuando esto se olvida, quien detenta la autoridad llega a creerse dueño de la misma y pasa a convertirse en un dios, pero no en un dios de amor, sino en el dios de la guerra. Por eso los endiosados terminan sacrificando a sus pueblos en el altar de su propia ambición. Su error está en no ver que tienen los pies de barro y un día, por fortuna, un piedra insignificante los golpea y de derrumban. Así ha sido en el pasado, así es en el presente y -¡qué duda cabe!- así seguirá siendo en el futuro. En la pirámide del poder llegar arriba no es una suerte, sino una responsabilidad.
Esta semana celebramos la festividad de Jesucristo, Rey del Universo, es decir se proclama a Jesucristo, Hijo del Padre y con la fuerza del Espíritu en la plenitud de la eternidad, el centro de la creación, Rey del Universo.
Jesucristo, el eje central de nuestra fe, de nuestra vida, de nuestro hacer y pensar, Jesucristo, lo primero y lo último de todo, es nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Maestro.
En nuestra pobre vida, quizás no lleguemos a entender, pues no se puede entender los misterios, pero sí acercarnos a ellos, aceptarlos, dar nuestra adhesión a una persona, “viva”, que es Rey contra toda corriente, porque nunca nos definió el Reinado de Dios sino con su vida, nació en un establo, vivió treinta años en silencio, tres en una vida andariega, haciendo el bien, curando, enseñando, dignificando a las personas, sin distinción alguna de fieles, paganos, enemigos y al final, los suyos lo crucifican, le dan la desnudez por túnica, por corona una de espinas, por cetro unos clavos y por trono una cruz y aún así es nuestro Rey, porque con ello nos enseñó lo que era su Reino cuya instauración le llevó a terminar así.
Veamos el contexto de J.A. Pagola, que debe ser meditación antes de entrar en Adviento, para saber de qué desprendernos, qué dejar hasta llegar a su estilo de Vida, “el que quiera seguirme….” Y este es el rey, el que se preocupó de todos menos de sí mismo, el que lo dio todo por sus amigos y enemigos, el que hizo a los pobres sus preferidos.
Y tenemos que reflexionar nosotros, yo, todos, ¿hemos entendido su Reino, el Reinado de Dios? ¿Hemos comprendido cuales son las actuaciones y sobre todo cuales son los preferidos de Jesús?
Desde mi vaso medio vacío, creo que hemos entendido poco las acciones concretas del Reinado de Dios, todos, los de a pie y la Institución, pues miramos nuestro futuro y no miramos el presente de los que sufren en algunos o en todos los aspectos de la vida, no practicamos ni la compasión ni la misericordia, todo lo hacemos a medias, sí, tenemos organizaciones que se ocupan de lo que TODOS deberíamos hacer y lo hacen con los pobres medios que proporcionamos, como si pusiéramos una vela a Dios y al hermano y las demás para mí.
No es el Reino del más allá, que también, pero ese más allá empieza aquí, pues si no empieza aquí no llegará a ninguna parte, pues no hemos entendido nada de nada de lo que los Evangelios nos enseña: sí, lo hemos leído, como el agua pasa por el cristal, decimos que hacemos muchas devociones, pero quizás olvidando hacer vida un simple librito donde la Vida salta de página en página, como el día proclama el mensaje al siguiente, como la noche a la noche... (s.19).
Reino de Dios para mi, para ti, para todos, sin exclusión alguna y construyéndolo en esta tierra, maltratada y con una humanidad, que en su mayoría, llora porque ha perdido todo lo que constituye su dignidad de Hijos de Dios y que tenemos que darle, ”””devolverle”””, de lo contrario, vayámonos, como el joven rico, con nuestras muchas o pocas cosas, pero que no queremos dejar, y dejemos que todos disfruten en el Reino de la Vida.
Vivamos con alegría porque creemos en un Rey que es “”aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso””, pero que vino a servir y no a ser servido.
Sata María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a construir el Reino que tu Hijo inició en la tierra, AMEN
A pesar del nombre grandilocuente de la solemnidad de hoy, Jesucristo, Rey del Universo, lo cierto es que la clave está en las mismas palabras de Jesús: Mi Reino no es de este mundo. Y en el pasaje evangélico que les sirve de contexto: el diálogo con Pilato, en el marco de una parodia de juicio, y un interrogatorio que pone de relieve la debilidad de un sucedáneo de gobernante que no buscaba ni la justicia ni la verdad.
Y nuestro rey está ahí, delante de él, en calidad de reo; inocente, entregado injustamente, como bien sabe Pilato, e injustamente acusado. Un rey sin poder, víctima precisamente del poder de este mundo, el que se sirve a sí mismo y solo busca perpetuarse sin reparar en medios para ello. Las víctimas que deja por el camino son daños colaterales que vienen en el pack. Jesús, el rey, era una más.
Pero eso no es lo que entendemos por rey. Una lástima, el nombre de la fiesta de hoy, porque sigue confundiendo. Una pena que no se cambie. Porque toda la actuación y predicación de Jesús, que tan bien muestra la hojilla al hablar del Reino de Dios; sus opciones y sentimientos, que tantas veces contemplamos y sobre las que reflexionamos, ¿hacen pensar, de alguna manera, que él aceptaría de buen grado ser llamado así?
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