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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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POBRES Y RICOS (Lc 6,17.20-26)
Dos lógicas se enfrentan en las bienaventuranzas en la presentación que hace san Lucas: la de Dios y la de los hombres. La lógica de lo humano afirma que la felicidad está en la posesión de la riqueza, en la satisfacción de las ambiciones personales, en el placer y la diversión y en el prestigio y la gloria. La pobreza, el hambre, el llanto y el desprecio son la expresión de la desdicha. La lógica de lo divino afirma, por el contrario, que todo esto es efímero porque es el final lo que cuenta y que de nada sirven riquezas, saciedad, risas y honores si, al final del camino, acecha la miseria, el ansia insatisfecha, las lágrimas amargas y el desprecio.
Hablar de la lógica de lo divino en un mundo como el nuestro resulta cuanto menos chocante y más de uno -creyente o no-, desde el pragmatismo que nos caracteriza, piensa que es una fantasía propia más de espíritus poco realistas que de hombres con los pies en la tierra. Creen éstos que debemos ocuparnos de la vida sin pensar en la muerte porque ésta -cuando llegue el momento- se ocupará de nosotros sin dar avisos ni pedir permisos. Más aún: afirman que sólo tenemos el presente ya que el pasado se nos ha ido de las manos y el futuro a nadie pertenece. Entienden el vivir como el arte de apurar la copa que la vida ofrece en cada instante sin dejar que los recuerdos o los proyectos nos la vuelquen.
El problema es saber si funciona este modo de entender la vida. Hay en el ser humano un deseo legítimo y universal -ser feliz- que es como el motor de la vida y que condiciona todas las decisiones que éste toma. El problema es acertar en la elección del camino que hay que recorrer para satisfacerlo. La pregunta a la que nos enfrentamos -y la opción que, según sea la respuesta, hemos de hacer- tiene que ver con las dos lógicas de las que hablamos: la lógica de lo inmediato y la lógica de lo último. Es el final lo que hace muestro si el camino recorrido ha es el acertado o no.
Jesús es afirma que el río de la riqueza y los honores y cosas semejantes, al final, desemboca en el mar de la desdicha y que, por tanto, es un camino equivocado. No pretende negar el derecho a poseer los bienes necesarios para vivir o a realizar los propios deseos y proyectos; tampoco presenta el sufrimiento como un ideal ni defiende la humillación. Sus palabras advierten del error no infrecuente que es perder de vista la meta en el viaje de la vida. Sólo quien conoce el destino elige el camino adecuado, sólo quien tiene en cuenta lo definitivo comprende el verdadero valor de las cosas. ¿Merece la pena gastar la vida en construir un castillo de arena pudiendo hacerlo de piedra? Ver las consecuen¬cias últimas de lo que hacemos no nos priva del placer de vivir, sino que -por el contrario- nos permite discernir con acierto entre lo que nos hacer verdaderamente felices y lo que sólo sacia un instante.
Francisco Echevarría
La lectura dominical, no continuada, del Evangelio de Lucas, esta semana nos propone a nuestra reflexión las Bienaventuranzas, en su versión propia y radical.
Hoy se nos viene a ofrecer en nuestro caminar esas actitudes que el Señor quiere para sus discípulos, que tiene un denominador común, su radicalidad, no hay medias tintas, no hay paños calientes, Jesús nos dice ¡como seremos felices! Y nos propone un camino muy distinto a los de la sociedad que le acogió y a la sociedad que nos acoge.
Nos llama dichosos, felices en las situaciones más contradictorias de la vida para ser feliz y dichoso, la pobreza, el hambre, el dolor y los padecimientos por seguirle: estaba loco Jesús?, pues no, pero esa eran las cosas de Jesús, desearnos felicidad en situaciones contrarias a la que la sociedad determina.
La razón de nuestra felicidad en esas situaciones, tienen como causa que seremos felices, dichosos en la medida que nosotros estemos en conexión con Jesús, en la medida que nosotros estemos unidos a Él, en la media que nosotros sintamos que vivimos la Vida que Él vive, ahí seremos dichosos, ahí seremos felices, sea en la pobreza, sea en el dolor, en el hambre, en los insultos en ….. todas la vicisitudes que encontremos.
S. Pablo nos lo dirá en su Carta a los Romanos, (8,35..) “”quien nos separará del amor de Jesucristo?, el sufrimiento, el hambre, las persecuciones, el peligro, la desnudez……, pero todo eso lo superamos gracias al amor de Dios””.
El Señor no quiere la pobreza, no quiere el llanto, ni el hambre, ni el sufrimiento, ni las persecuciones, quiere que demos a los hermanos ese sueño que el Padre Bueno quiso para sus hijos, la solidaridad humana, el amor de hermanos y con él construyamos su Reino, devolviendo a todos la dignidad perdida pero en la lucha, seamos felices, porque su Amor está con nosotros.
Ahora tendríamos que mirarnos, cómo somos, qué felicidad tenemos, que dicha buscamos, la de las cosas, las del tener, las del reír, la de la indiferencia?, cada uno se mire asimismo.
Qué felicidad encontramos en la Iglesia?, la que nos da la pobreza, la que procede del acompañamiento en el llanto, en el sufrir, la…..
No vamos a decir que la Iglesia se despreocupa de los pobres y de los que sufren, pues ahí está Caritas y muchas otras instituciones, pero ¿no será Caritas y esas otras instituciones la calderilla de lo que debería ser otra cosa?, que saliera de la conciencia del conjunto del Pueblo de Dios y como en la casa del pobre, donde siempre sobra, sobrara para tantas y tantas situaciones que existen y que cada día se redoblan y redoblan, en una Iglesia que nos dedicamos a muchas cosas impropias de las enseñanzas de Jesús: y vuelvo a decir lo que un Papa santo decía: la Iglesia debe desprenderse de las cosas superfluas (S.R. S.) y de cuantas cosas nos hemos desprendidos,?. Que yo sepa de ninguna, al revés.
De los pecados del tener y del poseer (y está muy calentita la cuestión) tenemos que pedir perdón como Iglesia y saber desprendernos y no invocar la cuestión historia y demás sandeces, si hay pobres, es porque queremos y entre los que queremos está la Iglesia institución.
Muchas veces me he preguntado porque los fieles echan calderilla en el cestillos de la colecta, y llego a la conclusión de que entienden que la Iglesia ES RICA y si es rica con la calderilla basta.
Señor, ayúdanos a por la confianza en Ti, ayúdanos a ser personas que miran tu Providencia amorosa, pues si no cae un pajarillo sin que vuestro Padre lo consienta…, pues esto aún no lo hemos entendido.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
Qué bonito sería que a los cristianos se nos conociera como a los bienaventurados, los felices. Los que van encarnando, ahí donde están y allí por donde van, las palabras de Jesús. Los que optan por la pobreza que libera antes que por la riqueza opresora y excluyente. Los que prefieren pasar hambre y sed de justicia, de pan y dignidad para todos, antes que estar saciados hasta la náusea de lo que no hace sino aumentar el deseo y la necesidad de lo superfluo y pasajero. De lo que no alimenta sino la vanagloria y la estupidez.
Los que eligen llorar y padecer con los demás en vez de herir y flagelar a su paso. Los que aceptan pasar por la vida no siendo más que su Maestro; conscientes de que seguir sus pasos conduce al mismo final y tiene las mismas consecuencias.
Los que saben, porque han gustado qué bueno es el Señor y su dulzura, qué poco vale la riqueza que consuela aquí y ahora, por un minuto apenas… Lo poco que duran la saciedad inmediata y fácil y la risa sin fondo ni fundamento. Lo poco que vale, de modo especial, el ser alabado por todos. ¿Hay algo más falso?
Los bienaventurados han puesto su confianza en el Señor; no en sí mismos, ni en quienes los rodean. Por eso son fuertes y fértiles, y no dependen del clima ni las circunstancias. Están llenos de vida. Han sabido dónde plantar sus raíces y nada ni nadie los moverá. Por eso darán buena sombra y frutos deleitosos para todos.
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