DOM-8C

sábado, 19 de febrero de 2022
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2 comentarios:

juan antonio at: 24 febrero, 2022 09:44 dijo...

Esta semana quisiera detenerme en los versículos cuarenta y cuarenta y cinco del pasaje evángelico, el primero hace referencia a la formación del discípulo y el último que hablaremos de lo que tengamos lleno nuestro corazón.
Entiendo que uno y otro están relacionados.
El primero hace referencia a la formación y respecto de ella ocurre muchas veces, y sobre todo en los que ya vamos perdiendo canas, que lo sabemos todo, ya nos sabemos los setenta y tres libros de la Biblia, sus comentarios y antes de que el sacerdote hable en la homilía, no lo decimos pero viene a nuestra mente ¡otra vez! Y somos tan ingenuos que hasta nos lo creemos.
La formación del cristiano no termina, porque terminar es no haber empezado, es quedar en el vacío, pues ¿Cuándo podemos terminar de conocer a Dios?. Nunca, siempre tenemos que estar oyendo y escuchando su Palabra y ver los matices que cada párrafo, palabra, versículo nos presenta, porque, entre otras cosas, nosotros tampoco tenderemos el mismo estado de ánimo, de fe, de esperanza y nunca será igual nuestro amor.
Nuestra formación es primordial, tenernos que conocer el contenido de nuestra fe, tenemos que ir al catecismo de la Iglesia Católica, como nos dice el Papa Benedicto XVI en su carta Porta Fidei, donde se nos da “un subsidio preciso e indispensable” para ello.
La formación no es cuestión de que yo sepa, esté enterado, sino que todo ello va en razón de nuestra vocación de evangelizadores, pues como nos dice S. Pedro en su 1ª Carta, 3,15-18, “”estando dispuesto en todo momento a dar razón de nuestra esperanza”” y ¿si no estamos formado, qué razón vamos a dar?.
Nuestra formación es algo más que la homilía semanal, es algo más que nuestras devociones, por muy legítimas que sean, es la conformación de nuestro corazón con el corazón de Cristo, es vaciarnos de nosotros y llenarnos de Cristo y si no lo conocemos, estaremos vacio, participaremos en los actos religiosos, pero ¿estamos llenos de Cristo, Resucitado y vivo? ¿Rezumo, transpiro su Vida? ¿Llego a aquellos de los que me hago prójimos?
Si no es así, es que no conozco a Cristo y no tendré la vida eterna “conocerte a ti, único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo(Jn.17,3),.
En nuestra formación, nos va todo, meditemos todos un poco todo esto.
Quiero terminar con el último versículo “porque de lo que rebosa el corazón, habla la boca”, y ahora comprendo la relación de esta sentencia con la formación, pues ¿si nuestro corazón está vacío de que vamos a hablar?, si no conocemos a Cristo, de que Cristo vamos a hablar, de qué Cristo vamos a dar testimonio? Es necesaria la formación y la conformación.
No excusemos nuestra formación,
“el justo crecerá como la palmera…. en la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso”, por ello apliquémonos sin excusa alguna, tomemos en serio nuestra formación, para que nuestra boca hable de lo que tenemos lleno el corazón y así estaremos “”trabajando siempre por el Señor”” como nos dice S. Pablo, para los hermanos y para todo ello tenemos que tener llena nuestra mochila.
“”Es bueno darte gracias, Señor””, porque sin Ti no somos nada, gracias y mil veces gracias: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!

Maite at: 24 febrero, 2022 18:38 dijo...

Santa Teresa, cuando habla en su obra más importante, Las Moradas, de la oración, dice que su fruto más importante es el conocimiento propio. Y que con este ha de pasearse el alma por todas las moradas, de la primera a la última, sin olvidarlo nunca ni echarlo en saco roto. Es algo que los principiantes en la vida espiritual han de adquirir, y que los más experimentados y maduros no pueden dejar de la mano.

Quien cultiva el conocimiento propio tiene una buena dosis de interioridad. Quien no lo hace se mueve en la superficie del yo y es manejado por sus antojos, caprichos y desmanes; por la sensibilidad mal gestionada y el despotismo de las emociones descontroladas e incontrolables. Y de ahí a ser llevado y traído por sus ansias de dominio y poder va un paso. Algo que experimentamos en nuestra vida cotidiana en carne propia y vemos estos días, por ejemplo, como triste, tristísimo, espectáculo público servido en bandeja por nuestros políticos; no importa el color que tengan.

También lo había observado Jesús cuando enseñaba que “el hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, saca el mal”.

Quien no se conoce suele desconocerlo, y pretende, sin embargo, conocer muy bien a los demás. Por eso los juzga sin reparos y los condena sin remilgos. Son los que ven todas las motas en los ojos ajenos y ninguna viga en los suyos. Los ciegos que pretenden guiar a otros ciegos y los que no se sienten discípulos jamás, sino maestros. Sin embargo, son reconocidos por sus frutos, que no son los mejores.

El autor del libro del Eclesiástico ya avisaba sobre la utilidad de la escucha, que revela lo que de verdad atesora el que habla: si es valioso o no.

El salmista, en cambio, trasciende todo conocimiento propio, escucha u observación, sale de sí para centrarse en la alabanza, la oración más gratuita.

Y Pablo, una vez acrisolados y despojados de todo lo que nos ata, nos invita a entregarnos “sin reservas” a la obra del Señor.

Merece la pena tener fijos los ojos en el Maestro e intentar parecernos a él, ser como él.