2ºCUA-C

sábado, 5 de marzo de 2022
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 05 marzo, 2022 22:15 dijo...

TRANSFIGURADO (Lc 9,28b-36)

Terminada la etapa de Galilea, Jesús emprende el viaje a Jerusalén para completar allí su obra. Lo acontecido sobre el monte -que luego la tradición identificará con el Tabor- señala el paso de una a otra etapa. El relato está lleno de sugerencias y apunta hacia los acontecimientos que tendrán lugar en la ciudad santa. El monte evoca otros montes importantes de la antigüedad como el Moria -donde Dios se revela a Abrahán- o el Sinaí -donde se reveló a Moisés-, pero con una diferencia cargada de significado: aquí es Jesús quien se revela, no quien recibe la revelación. Los testigos representan los tres tipos de comunidades existentes en la Iglesia primitiva: las de Palestina -Santiago-, las de la diáspora -Pedro- y las joánicas. La transfiguración del rostro y las vestiduras recuerda la transfiguración de Moisés tras contemplar a Dios. Moisés y Elías representan el Antiguo Testamento. La voz es la misma que se oyó en el bautismo, sólo que ahora añade: ¡Escuchadle!

Todos estos elementos configuran un relato cuyo significado es evidente: cuando va a iniciar el camino hacia Jerusalén, donde tendrá lugar su muerte y resurrección, Jesús muestra su identidad oculta. El que había sido presentado en el bautismo como Mesías -Hijo de Dios, poderoso-, ahora es presentado como Maestro, como aquel a quien hay que escuchar y seguir en el camino hacia la cruz y hacia la vida. Él es la revelación plena y definitiva de Dios. Las Escrituras, la Iglesia y el Padre lo atestiguan. La transfiguración marca el comienzo del período del discipulado. El evangelio de Lucas, a partir de este momento está dedicado a mostrar a los seguidores de Jesús cómo se es discípulo.

En este largo proceso, Pedro representa la tentación. Primero propone instalarse en la situación y olvidar Jerusalén, más tarde invitará al Maestro a no entrar en la ciudad y, en el último momento, pondrá sobre la mesa las espadas. Son las tres tentaciones que asaltan al discípulo de Jesús a la hora del seguimiento: ignorar la dimensión sufriente de la vida valorando sólo lo grato de la religión; huir de la dificultad y el compromiso; y recurrir a métodos no evangélicos en la defensa de la fe. Cuando el sentimiento religioso aflora como respuesta a la contemplación de lo maravilloso, el corazón se llena de entusiasmo y aparece la euforia del neófito que suele conducir al fanatismo. Es la ceguera producida por un exceso de luz. En ese caso, es necesario cerrar los ojos y abrir los oídos a la voz susurrante que invita a seguir al Maestro con la cruz cada día. La verdadera transfiguración es la que muestra a Dios con rostro humano. La tentación es disimular lo humano con trazos de divinidad. A los apóstoles se les muestra quién es realmente Jesús para que no sean remisos a la hora de seguirle hasta la cruz.

Pero hay otro aspecto en el asunto que no se debe olvidar y es que la transfiguración sólo es la inversión de la encarnación. No se puede contemplar la grandeza de la divinidad en el Tabor si, primero, no se ha contemplado la pequeñez de la humanidad en Belén. Quien no reconoce a Dios en lo pequeño, tampoco lo encontrará en lo grande.

Francisco Echevarría

Maite at: 08 marzo, 2022 22:31 dijo...

Preciosas palabras sobre la oración en la hojilla de esta semana, ¿verdad? Una semana en que seguimos clamando por la paz y las naciones se unen buscando estrategias para trabajar por ella; ya era hora…

En medio de tanta calamidad y los horrores de la guerra, el evangelio del domingo nos recuerda la hermosura del rostro de Jesús, la belleza del encuentro con él. Cómo se anhela, entonces, el Tabor…

Ciertamente, hay que bajar del monte y emprender, con Jesús, el camino de la pasión y la cruz; reconfortados con los momentos de intimidad con él, donde encontramos la fuerza y la luz. Y la certeza de que ahí, en la pasión y la cruz, no acaba todo; no está la meta. La meta está en vivir transfigurados, reflejando lo divino que hay en nosotros y encontrando lo divino que se oculta en los demás. Desvelando para todos el rostro hermoso de Jesús y encontrándolo a la vez en todos ellos.

Pero lo más importante en la cima del monte son las palabras del Padre: “Escuchadle”. Porque en todo lo que dice y hace el Hijo Amado está Dios. Él refleja su verdadero rostro, su auténtica condición, y solo escuchándole a él aprendemos a vivir como hijos y a conducirnos como hermanos. Solo de él aprendemos la compasión, el servicio, el amor al enemigo, al último, al pobre; a fondo perdido, hasta dar la vida. Solo él contagia la pasión por el Reino y la urgencia de buscarlo y apresurar su venida por encima de todo.

Solo desde él, su vida y sus palabras, tienen sentido las bienaventuranzas; y, desde ellas, un mundo nuevo donde no tengan cabida las guerras.

juan antonio at: 11 marzo, 2022 14:58 dijo...

La semana pasada nos proponía la liturgia la contemplación del Hombre Dios tentado en el desierto y esta semana nos propone al Dios Hombre en su gloria más grande y alabado por el Padre.
Del pasaje evangélico podemos resaltar dos cosas, como nos resalta la hoja, la oración por una parte y por otra la escucha de la palabra y por otra parte, ya fuera del evangelio pero consecuencia de él, cómo escuchamos a nuestros hermanos.
La oración es el alma del seguidor de Jesús, es su empuje, alimento y aliento, pues es don del Padre, del Hijo y del Espíritu, nunca oramos solo, es la Iglesia la que ora con nosotros y siempre oramos a Dios Padre, Hijo y Espíritu, pues de todas formas integran nuestra oración.
El contexto nos habla de oración sencilla, espontanea y de confianza, oración de contemplación, oración de estar juntos, oración de mirarse a los ojos, oración de poner en las manos de Dios nuestro corazón atravesado de dudas, de angustias, de ansiedades y de problemas de nuestra propia debilidad y eso lo sabe todo Dios, pero que de una u otra forma quiere que se lo digamos.
El otro tema que nos trae la Palabra de Dios es la escucha, “ este es mi Hijo, el escogido, escuchadlo” y no tenemos otro modo que mirar lo expuesto anteriormente, pues escuchar a Jesús, Hijo y Ungido de Dios, es la oración, por lo que todo se encuentra en una misma cosa, por así decirlo, ¿pues dónde voy a escuchar a Jesucristo si no es en la oración?
Déjate llevar, no hagas nada, date por entero, no te reserves nada, deja la comodidad, la seguridad, y enfréntate a nuestro Señor en ese cara a cara silencioso del Sagrario, del paisaje esplendido, de la compañía humana necesitada de tu tiempo, del que te espera quizás para ayudarte, de ….., de esa presencia de un Dios enamorado de la persona humana: abre tu corazón y, lo dicho, déjate llevar.
La Santa de Ávila decía, “estabame yo allí con Él”, y basta.
Tenemos que escuchar al Hijo, pero nosotros tenemos que escuchar a los hijos de Dios, a nuestros hermanos, no podemos hacer oídos sordos a los sufrimientos de la humanidad, tenemos que hacer posible el sueño de Dios, la solidaridad humana, porque si esto no lo llevamos a término, lo demás está de más, sobra o mejor dicho está vacío, escucha para escuchar a otros, escucha para ayudar a otros, escucha para saber el camino de llegar a otros, escucha y escucha.
Oremos con el salmista, “ el Señor es mi luz y mi salvación a quien temeré. El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar?, rézalo con la alegría de que nunca estás solo.
¡Qué más queremos!, piénsalo, medítalo y díselo al Señor, te está esperando con algo nuevo, creativo, vivo y esto no puede ser más que el amor de cada día, renovado, pero amor, a veces débil, pero amor, no dejes de amar por mucho que pases, como tampoco dejes de orar por mucho que pases, sea lo que sea, ora al Señor y “Él te responderá”.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!