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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Vivimos tiempos recios, que diría Santa Teresa, aunque ¿acaso hay tiempos que no lo sean? Y encontramos crucificados allá donde miremos: en Ucrania, en Yemen, en el Sáhara, el Congo, Cuba, Venezuela, los campos de refugiados, los mares surcados por pateras, las mujeres maltratadas y asesinadas, sus hijos víctimas de violencia vicaria, los rechazados y marginados a causa de su condición sexual o religión… Entre nuestros amigos y vecinos, en nuestra familia.
Muchas veces oro con los salmos intentando poner palabras a la oración de los crucificados, dar voz a sus sentimientos cuando ellos no pueden, no saben o no quieren hacerlo. Muchas veces, por eso, acudo al salmo 21.
En tiempos recios como estos, como todos, Isaías nos recuerda que hemos recibido una lengua de discípulo para decir palabras de aliento a los abatidos. Y un oído de discípulo que nos ha enseñado a evitar el juicio, que no nos corresponde, y la búsqueda de culpables, que tampoco. Lo hemos aprendido de Jesús. Y hemos visto, a su lado, dónde y cómo acaban los que sirven, hacen el bien y entregan la vida por los demás. Los que eligen enterrarse como un grano de arena y buscar primero el Reino y su justicia; trabajar por la paz, la compasión y la misericordia; la liberación de toda opresión. Jesús nos ha enseñado a ser uno de tantos, rechazando el poder que busca dominar a los demás y no su bien.
En el relato de la Pasión Lucas introduce el diálogo entre Jesús y el que llamamos buen ladrón. Histórico o no, da un buen repaso a todo lo que nos han enseñado acerca del arrepentimiento y los méritos para alcanzar la vida eterna. El buen ladrón creyó y confió, y como le pasó a Abrahám, eso le valió. O como diría San Juan de la Cruz: “De Dios, tanto alcanzas cuanto esperas”. Una bonita manera de decir que se le coge por el corazón.
“Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Hace falta fe para pedirlo a quien se encuentra en la misma lamentable e irreversible situación de muerte que uno; condenado, por más señas, por las autoridades religiosas. Por eso, Jesús sitúa su respuesta al mismo nivel: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Dios no se deja ganar en generosidad. Y el Hijo, que experimentó en la cruz el mayor de los abandonos, el del Padre, por quien todo lo había dado, hasta darse del todo, también del todo confió hasta el final, hasta el último aliento.
Por eso, su historia no acaba en la cruz. Y la nuestra, tampoco.
Hoy Domingo de Ramos celebramos jubilosos la entrada de Jesús en Jerusalén, con palmas y ramos de olivo y al mismo tiempo iniciamos la semana proclamando la Pasión, en este ciclo, de S. Lucas.
Es el claroscuro de la vida del Hijo de Dios, que siempre se vio perseguido y objeto de las intrigas de los responsables del pueblo y aclamado por los sencillos de corazón que lo seguían, lo que quiso para aquellos que le siguiera, los que dejen, casa….. recibirán…..pero con persecuciones y es que el discípulo no puede ser más que su Maestro
Hoy mi reflexión debería terminar casi ya, pues lo que tenemos que hacer es ponernos el texto de la Pasión delante y contemplar los dichos y hechos de Jesús hasta su expiración en la Cruz.
Porqué murió y porqué lo mataron, discuten los exegetas, y no hay más que una razón, todo lo que Jesús nos traía, el rostro del Padre, la Palabra del Padre, el Amor del Padre, la Vida del Padre, la voluntad del Padre, no le llevaba más que a la muerte al chocar con los hombres de religión de su tiempo, el sistema se acababa y había que terminar con el provocador, sin tener en cuenta cuanto dijo, cuanto nos enseñó, cuantos signos nos hizo, no vieron quien era porque no querían ver, estorbaba, como estamos viendo en estos días que se proclama el Evangelio de Juan, donde se nos narra las diatribas de los fariseos y demás jefes con Jesús en el templo.
Esa preferencia de Jesús por los marginados de la vida, esa predilección por los llamados pecadores públicos como las prostitutas y los publicanos, los impuros por enfermedades como la lepra, la simple vida en las mujeres, “…. y los tocó, y lo llevo aparte, y le echó saliva, y …..”
Ante la vida de Jesús, la Pasión nos debe de llenar de un gozo de hijo, de hermano, de una cercanía de nuestro Dios y Padre, de una fuerza del Espíritu que nos sostiene y de hacer nuestra esa Pasión de nuestro Señor en los que a diario sufren y a los cuales debemos de quitar el velo de tristeza, la injusticia de la vida, el dolor de la soledad, la enfermedad, la pobreza, los llantos de las persecuciones y de la guerra, porque todos caben en la Cruz de Cristo, todos deben caber en nuestra cruz, al entregarnos, como nuestro Señor, hasta el final.
La Cruz de Cristo no es un adorno más para llevar, no es una joya que exhibir, no es algo que nos gusta tener, si a todo eso no le unimos nuestra vida entregada y sacrificada por todos, como vivió y se entregó nuestro Señor, seamos sinceros y dejemos la Cruz a un lado.
Señor, tu Cruz era necedad para los judíos y escándalo para los griegos, pero para los elegidos es poder y sabiduría de Dios, nos dice S. Pablo (1ª Co. 1,23) y no cabe otra cosa que preguntarme, ¿me siento elegido, vivo mi bautismo, vivo tu Vida? Ahí queda eso.
En esta semana se nos propone la contemplación de esa entrega, contemplemos al Crucificado y no dejemos de arrimar el hombro en la construcción de su Reino que a partir de su muerte es cosa nuestra, aunque tengamos que ir contracorriente, aunque tengamos que poner de manifiesto nuestra fe y nuestra vida de cristiano, sin miedo y sin respetos humanos, aunque nos duela, pues el amor que no duele, decía la Madre Teresa, no es amor.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a vivir agarrado a la Cruz de tu Hijo y enseñanos a seguirle con total entrega ¡AMEN!
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