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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DEJAR LAS REDES (Mt 4,12-23)
Son tan fuertes los vientos de libertad que soplan en nuestro tiempo que, para muchos, este valor es casi un dios. Y no es que esté mal defender un valor tan sagrado que, en la Biblia, a pesar de su consecuencia más trágica –el pecado–, nunca fue retirado al hombre por el Creador. El problema es que no acabamos de entender de qué se trata y predican algunos que consiste en no tener otra norma de conducta ni reconocer otra voluntad que la propia. De esa manera los deseos se convierten en necesidades y las necesidades en derechos. Piensan éstos que la moral es un ataque a la libertad y a lo más que llegan es a la moral de la propia conveniencia o el propio gusto.
Creo yo que la libertad es más un deber –un valor– que un derecho –un beneficio–. No es algo que uno posee por nacimiento, sino algo que se ha de conquistar a lo largo de la vida con esfuerzo y sacrificio. Y, una vez alcanzada, no resulta fácil soportar el peso de la misma, porque exige tomar decisiones que, las más de las veces, son duras y comprometidas. Mucho me temo que lo que algunos llaman libertad sólo sea la calderilla de la misma, es decir, la posibilidad de tomar pequeñas decisiones que permitan hacer lo que uno quiera en pequeños asuntos porque las grandes decisiones las toman otros en otros foros. Es la estrategia de los poderosos: “Haz lo que quieras. Tienes derecho a ello. Eres libre. Pero déjame a mí decidir lo que has de pensar y de querer”.
Viene esto a cuento del gesto de los discípulos cuando Jesús los llama. Eran pescadores y estaban entregados a su trabajo. Cuando pasa junto a ellos el profeta de Nazaret, sin mediar discusión ni diálogo, les dice: “Seguidme porque quiero que os dediquéis a otros menesteres”. Ellos inmediatamente dejan las redes y le siguen. Es una decisión que compromete su futuro, su vida. Otros hubo que también fueron llamados, pero no se atrevieron a asumir el riesgo de la opción y siguieron con lo de siempre. Dejar las redes, cambiar de rumbo, comprometerse... En eso consiste la libertad: en romper ataduras.
Hoy se teme tomar decisiones que hipotequen el futuro. Vivimos en la cultura de la provisionalidad –la cultura de usar y tirar–. El problema es que sólo el que toma decisiones es libre y sólo el que toma grandes decisiones es radicalmente libre. No decidir para no comprometerse no es conservar la libertad, sino dejar pasar la ocasión de disfrutarla. La dificultad está en que, una vez que hemos decidido, nos hacemos responsables de nuestra decisión, de modo que no es libre quien no es capaz de responder de su libertad. Ésa es la paradoja de la libertad. A las nuevas generaciones no se les dice esto. Sólo se les habla de derechos –no de deberes–, de libertades –no de exigencias–, de posibilidades –no de compromisos–. Mal quieren a los jóvenes quienes les dan para moverse en la vida monedas de una sola cara: las monedas falsas de una libertad que no sabe de responsabilidades.
El límite de la libertad es el respeto al otro y a los valores. Cuando se ignora esto, surge la prepotencia, la tiranía y la violencia.
Todo cristiano, todo seguidor o discípulo de Jesús, es un llamado. Y cómo se recuerda esa primera llamada, la famosa “hora décima”.
Puede que para muchos sea algo así. A mí la vida me ha llevado por otros derroteros y he recibido más de una llamada. Y creo que cada una ha sido más hermosa que la anterior, más profunda y más exigente. Quizá también, por eso, se me ha capacitado más, cada vez, para poder responder y seguir adelante.
Como a los primeros discípulos, la llamada de Jesús acontece en la arena y el barro de la vida misma, al hilo de la propia historia y la del lugar en que estamos; y nos encuentra con las manos en la masa de otras frituras, más o menos despistadas y ajenas al nuevo rumbo que toma, de repente, nuestra historia de amor con él. Incluso nos hallábamos cómodas en nuestro modus vivendi, o mejor, acomodadas, bien situadas y con nuestro rol bien definido.
Y entonces, una nueva llamada viene a descolocarnos y engrasa, de nuevo, nuestros engranajes. Toca ponerse en marcha, otra vez, hacia lo desconocido, ampliar horizontes y cambiar el rumbo, los planteamientos, enfoques y hasta abandonar los planes, si los había. El cronómetro, una vez más, se pone a cero; y vuelta a empezar.
El secreto está en esa luz que un día nos brilló. En otras épocas, es cierto, parecía apagarse un poquito, pero sabíamos que seguía ahí. Como los Magos, cuando iban en pos de la suya; o María y José, después de acontecimientos tan luminosos, cuando enfrentaban la más oscura y anodina rutina. Algo, muy adentro, nos dice entonces que sabemos de quién somos. No vacilamos, como los corintios, y esperamos a que nuestra pequeña luz vuelva a brillar.
Con el salmista y todos los llamados de todos los tiempos, solo tenemos un deseo: habitar en la casa del Señor todos los días de nuestra vida. Y tenemos el consuelo de saber que ha puesto su morada aquí, en mí. Su casa nunca estará fuera, en otro lugar. Basta con no marcharnos lejos de ahí, como el hijo menor; y reconocer, con el mayor, que siempre estamos en casa, con el Padre, o mejor, que él siempre está con nosotros y que todo lo suyo es nuestro.
JESÚS NOS LLAMA… ¿LO SEGUIMOS?
Las personas acostumbramos a planificar nuestras acciones futuras con unos días o meses de antelación pero Dios lo hace muchos siglos antes. Ejemplo: En el 734 a.C. el rey de los asirios ocupó parte de Samaría, el pueblo se sintió abandonado por el Señor, Isaías les dio ánimos y les comunicó una buena noticia, la Luz vendría a ellos regalándoles el final de su sufrimiento y el nacimiento de Jesús. Leemos Mateo 4, 14-16: [Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón, y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.].
Cuando el Bautista comenzó a predicar lo que decía no fue bien recibido por todos pues algunos, llenos de egoísmo, temieron perder la buena posición social que disfrutaban, lo rechazaron y acabaron apresándolo
porque, como no supieron valorar que Dios les brindó la oportunidad de conocer la Luz, ellos no la acogieron.
Cuando Jesús tuvo noticias de lo ocurrido a Juan, para evitar esos peligros, se marchó a Galilea y, aunque tenían otras creencias, ellos sí recibieron la Luz y no la rechazaron. Jesús comenzó allí su andadura evangelizadora y realizó la elección de discípulos entre sus gentes. Un tiempo después enseñó, a quienes enviaba a evangelizar, que cuando entraran en un lugar, si no los recibían bien, debían sacudirse el polvo y marcharse a otro sitio. Jesús se marchó de Judea a Galilea… ¿Fue un capricho o lo hizo por lo que ocurrió a Juan?
Él les hablaba del Reino de Dios, de la necesidad que tenían de convertirse y les aconsejaba qué debían hacer para alcanzarlo, tener el firme deseo de mejorar y comenzar a mostrar una actitud de cambio real.
Unos años después Pablo escribió a los corintios para intentar reconducir los diferentes criterios que tenían en aquella comunidad para entender el mensaje de Dios e intentar así poner fin al problema de no saber vivir en comunidad… ¿Por qué?
Porque todos hemos recibido de Dios unas cualidades pero todavía no hemos asimilado que nos fueron regaladas para ayudar a los demás y no para beneficio propio o para imponerlas porque sí.
Las lecturas de esta semana nos trae diversas enseñanzas y quiero detenerme sobre todo en el inicio de la 1ª Carta de Pablo a los Corintios, y en el evangelio.
Pablo ruega por la unidad a los hermanos de Corintios “”poneos de acuerdo y no andéis divididos””.
Este ruego del Apóstol tiene plena vigencia en la presente semana en la que estamos llamados a orar por la unidad de los cristianos, movimiento éste que se inició en los hermanos separados y que hicimos también nuestro años después, pero que tiene poca resonancia o difusión entre las comunidades y parroquias de nuestra Iglesia, al menos nada se dijo en la Eucaristía del 18 en su inicio ( 18-25) y la experiencia del pasado año fue de mera referencia, dándonos ejemplo los hermanos que lo iniciaron.
Si en tiempos de Pablo la comunidad de Corintio estaba dividida, el mapa de los cristianos hoy
sería multicolor porque son infinitas las Iglesias cristianas en el mundo y a pesar de ello tenemos que alegrarnos por el esfuerzo de todos en busca de la unidad., pero no es bastante, pese a ello que en la Eucaristía diaria rezamos la llamada “epiclesis”, rezada después de la consagración y que viene a terminar “”para que fortalecido en el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo, un solo Cuerpo y un solo Espíritu””
Recemos por la unidad, pues tenemos un solo Padre, un solo bautismo y un solo Espíritu en Cristo Jesús que nos llena de Vida en nuestra vida y en cada Eucaristía nos acordemos de TODOS los que nos llamamos cristianos y desparezcan la diferencias.
El Evangelio de S. Mateo nos trae la llamada de los primeros discípulos, hoy viernes, Marcos nos narra las primeras elecciones de discípulos y apóstoles, y cuya lista, en todos, sigue abierta, no es número cerrado y a ella hemos sido llamado y si resaltamos la respuesta “ lo siguieron, dejándolo todo”, tenemos que mirarnos, tenemos que ver qué dejamos, de que qué nos desprendemos para seguir un camino libre y ligero y cuántas enseñanzas de Jesús estamos haciendo nuestra, estamos haciendo Vida para vivir su Vida: pues ese es el discípulo y ese es el apóstol, el que dice, hace y vive la Vida de Jesús.
Señor en esta semana te pido que no olvide ni deje de vivir lo que soy y quiero ser, que perdones mis fragilidades y debilidades y juntos con TODOS los hermanos pidamos unos por otro y seamos “luz que brille” en este mundo lleno de confusión y posiblemente escándalos. Perdón y Gracia.
Gracias, Señor, por todo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
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