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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA LEY Y EL ESPÍRITU (Mt 5, 17-37)
Tras presentar de modo programático la nueva justicia en las bienaventuranzas y explicarles a los discípulos que están destinados a ser luz en medio del mundo con sus buenas obras, Jesús pasa a exponer los rasgos de esa nueva justicia. Había un debate en la iglesia primitiva: si la ley antigua –la propuesta por medio de Moisés– seguía teniendo valor o, por el contrario, el cristiano no estaba sometido a ella. Algunos pensaban lo primero y trataron de imponer su opinión a los que venían del paganismo. Pablo y otros pensaban lo segundo y defendieron la libertad frente a la ley mosaica. El asunto se resolvió en la asamblea de Jerusalén. El evangelio de Mateo, escrito para los cristianos procedentes del judaísmo, se mantiene en una postura intermedia. Viene a decir que las exigencias morales del Antiguo Testamento son válidas, pero insuficientes. Sólo el nuevo modo de ser justo es completo y definitivo.
La primera parte del sermón de la montaña es una cuidada exposición de las exigencias morales que han de guiar al buen discípulo. No ha de ajustarse éste a lo que manda la ley. Si su corazón es morada del Espíritu, irá más allá. La ley, por ejemplo, prohíbe matar. El cristiano ha de saber vivir una relación basada en el amor y la fraternidad que evita, no sólo la muerte, sino también todo lo que ofenda la dignidad del otro o le haga desdichado. Quien se limita a no hacer daño es un hombre bueno, pero no es un buen discípulo de Jesús.
En realidad el asunto es más importante de lo que a primera vista puede parecer porque lo que se debate es el origen de la vida moral. Unos –como hacían los fariseos en tiempos de Jesús– defienden que la fuente de la moral es la ley. El hombre encuentra al nacer dos caminos: el del bien y el del mal. El primero es el camino estrecho de la justicia; el segundo es la senda ancha de la maldad. La ley tan sólo es un indicador en las encrucijadas que señala el camino mejor. El hombre –creado libre– decide y, por eso, la responsabilidad es toda suya. Otros –como Pablo– piensan que la ley deja al hombre solo ante esa gran decisión y, dado que es débil, corre el riesgo de equivocarse. Necesita una fuerza interior que le guíe y le sostenga en la lucha. Esa fuerza es el Espíritu. Pero, cuando el Espíritu está presente, ya no cuenta la ley, porque el Espíritu es la luz que guía las decisiones del hombre.
Aunque el debate viene de antiguo, muchos no se han enterado todavía. Son los cristianos que examinan su vida y modelan su conciencia a la luz del Decálogo. Y no es que esté mal hacerlo. Pero es insuficiente. Si el vivir cristiano está regido por los preceptos entregados a Moisés en el Sinaí, ¿qué necesidad había de Cristo? Si los mandamientos son suficientes, ¿para qué queremos el Evangelio? Parecen leer las palabras de Jesús oyendo sólo “sabéis que se dijo” e ignorando “pero yo os digo”.
No es éste un debate estrictamente moral o religioso. También en el ámbito social está presente. Si los ciudadanos se quedan en el estricto cumplimiento de las leyes, la sociedad nunca irá a más aunque mantendrá el orden establecido, que no es poco. Pero sólo avanzará, si los ciudadanos comprenden que, más allá de las leyes, existe un mundo de valores que las sobrepasan.
Siguen las enseñanzas de Jesús en el llamado sermón de la montaña y primeramente nos dice que no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle plenitud y que por ello tenemos que ir más allá en nuestras actitudes y en nuestra vida que los escribas y fariseos, tenemos que pensar, hacer, vivir, darnos, entregarnos, desde el corazón.
Y así fue, sencillamente porque en Él se cumplió todo lo que de Él decían tanto la ley como los profetas y nos da una serie de instrucciones, unos que cinco, otros que seis, donde por supuesto, tenemos que superar lo ya caduco, lo ya fuera de lugar porque como dice un meme que acompaña al evangelio de hoy distribuido por la parroquia, “”la ley antigua en manos de Jesús, ES AMOR””, amor que lo supera todo, amor como “un solo mandamiento” que se nos da.
Y de las tres instrucciones que hoy se examinan, todas, nos lleva al amor:
La primera sobre el no matarás, se despliega en una casuística en la que matar es algo más, y así llega a la negación del amor y a ver esa negación en el hermano, no que la tengas tú, sino el otro y nos encontramos con un pasaje similar a la parábola del buen samaritano en la que Jesús pregunta “quien de los tres que se encontró con el atracado “se comportó como prójimo” ? Y aquí…. si cuando vas al altar…. “te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra tí””….. , es decir eres tú y no el otro el que tiene que iniciar la reconciliación, la cercanía, el ser prójimo, y todo ello por AMOR.
La cuestión del adulterio y del divorcio, es la falta de amor, se dice hemos perdido el amor, ya no tengo amor, y siempre lo he dicho en muchos de los cursillos prematrimoniales, y lo digo, o no has tenido nunca amor o no has cultivado el amor que sí tuviste y que te acercó a la otra persona, no has hecho crecer tu amor por la persona amada, quizás o sin quizás en esa convivencia te has visto tu solo y no has visto al otro y ha podido pasar que el otro tampoco te vea y la consecuencia es la falta de la ley de Jesús, AMOR.
La cuestión del juramento, no es otra cosa que la falta de confianza, la falta de fe en mi, en tu palabra, no nos fiamos de nadie, desconfianza en las actitudes de unos y otros, falta de AMOR, que nos hace ser de esa manera, desconfiado, egoísta, yo tengo que tener una garantía, yo no puedo hacer….decir…..,siempre el yo y falta la ley de Jesús, falta AMOR.
Recemos con el salmista “”enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón””, pero preguntémonos cada día cual es hoy tu voluntad Señor, que tengo que hacer hoy porque te amo y amo a mis hermanos, y unos días será lo de ayer y otros días tendremos una tarea nueva y quizás incomoda, pero ahí esta, a cumplirla.
Gracias por todo, gracias porque nos amas y yo, nosotros, tenemos que amar.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!
Jesús, en el Evangelio, deja muy claro que, para ser cristiano, seguidor suyo, discípulo o hijo/a del Padre, no basta con ser buena persona: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
Escuchando ciertas conversaciones de muy buena gente creyente y practicante, e incluso mirando al propio interior más de una vez, una se da cuenta de que nos conformamos, muchas veces, demasiadas, a lo mejor, con muy poco. Es lo que demuestra la casuística del evangelio de este domingo: se trata de ir más allá, pero mucho más allá del cumplimiento, de lo mandado, de la norma y la ley; de llegar a su espíritu, a su plenitud, como apunta Jesús.
Cumplir, obedecer, seguir las normas y leyes está bien, qué duda cabe; pero es relativamente fácil, y da, muchas veces lo recordamos, una seguridad engañosa en la vida espiritual. Ir más allá de la ley y hacer de eso norma de vida es encaje de bolillos. Cada cual, como dice San Pablo, escoge cómo y con qué edificar.
Tenemos un ejemplo hermoso, estos días, en Turquía y Siria, con los bomberos de Huelva, del País Vasco, los efectivos de la U.M.E. y tantos voluntarios de tantos países que se vuelcan en las desgracias de los que ven como hermanos sin haberlos tratado nunca. De repente, no existen las nacionalidades, ni las ideologías, ni los idiomas; y hasta se aparcan las sanciones a Siria para que llegue la ayuda humanitaria, y los ataques en Turquía en los territorios afectados. Esto sí se acerca al proyecto del reino de los cielos. Ojalá no se nos olvidara nunca.
Los que así actúan siguen los dictados de su corazón, tal como era el deseo del salmista, cuando buscaba tener ahí grabada la ley de Dios como norma suprema de vida.
A veces olvidamos algo que resulta obvio para el sabio de la primera lectura de este domingo, y es que Dios, grande y fuerte, no obliga a nadie a seguir el buen camino; es responsabilidad de cada cual elegir “fuego y agua”, “la vida y la muerte”. Luego, hasta dónde llegar, también se elige.
CUMPLIR LA LEY ES UN DEBER. CONFUNDIR TRADICIÓN CON LEY, UN ERROR
Dios nos creó libres y nos regaló lo que tenemos, lo hizo así para que fuéramos felices y supiéramos elegir nuestro camino y así, más adelante, podríamos saber que las cosas malas que nos ocurrieran no fueron un castigo de Dios sino la consecuencia de los actos que realizamos empujados por la responsabilidad y la libertad que recibimos de Él.
Pasaron los años, los fallos cometidos quedaron patentes y Jesús tuvo que reconducirlos. En Mateo 5, 17 se nos orienta sobre esa realidad: [No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.].
¿Por qué?
Porque el judaísmo interpretaba mal la Ley del Sinaí y les proponía una práctica nacida de las inadecuadas interpretaciones que hacían de ella. Jesús los respetó pero no practicaba las que no servían a Dios y les aconsejaba que corrigieran sus errores. Aplicaban la justicia desde una perspectiva equivocada pues sólo tenían en cuenta la parte externa del delito, lo haces y lo pagas, pero no otros aspectos que pudieran ayudar a practicar el perdón y la reconciliación, los elementos claves de su predicación.
En aquellos tiempos matar era difícil entenderlo más allá de una muerte física pero Él les hablaba de que también matamos cuando no respetamos la verdad, la justicia, la intimidad, el honor… Realidades que hacen caer a las personas en la ruina espiritual.
El matrimonio lo interpretaron mal, ahora también, pero la postura de Dios es inamovible: La unión del hombre y la mujer sólo se rompe con la muerte. A pesar de ello, siempre hubo, y hay, personas que por razones diversas no cumplen esa norma. El judaísmo autorizaba la ruptura del matrimonio condenando a la mujer y favoreciendo al hombre al dejarlo impune, aunque él cometió el mismo delito. La condena de ella le ocasionaba sufrir el rechazo social y el desamparo total al quedarse sola, sin casa, sin trabajo, sin ingresos… Jesús denunció lo injustos que eran dando cartas de repudio a las esposas, cometiendo adulterio al relacionarse con personas separadas y la debilidad que mostraban al no lograr vencer las tentaciones para convertirlas en el origen de esos problemas.
También les habló de la necesidad que tenían de no jurar por nada ni por nadie pues haciéndolo no convencerían a quienes les mostraran desconfianza al pedirlo. Dar una respuesta sincera que vaya acompañada sólo de “sí” o “no” es el camino.
También les aconsejó limar las asperezas que tuvieran con sus vecinos o familiares antes de acercarse a Dios para pedirle su perdón.
¿Lo hacemos o silenciamos la conciencia con prácticas que son tradiciones humanas no deseadas por Dios?
Pablo nos presenta la sabiduría divina como una realidad difícil de entender para las personas porque es misteriosa, escondida y predestinada por Dios para gloria de los sencillos pues quienes ostentaban el poder en tiempos de Jesús, de conocerlo bien, no lo hubieran matado en la cruz. A pesar de ello nos regaló morir crucificado para salvarnos, una realidad que se ha convertido ahora en la única opción que tenemos para imaginarnos cómo es su grandeza.
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