DESCARGAR
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
EL PESO DE LA LIBERTAD (Mt 16,13-20)
No era mala la opinión de la gente sobre Jesús: para unos se trataba de Juan Bautista revivido; para otros era el profeta Elías, quien, según la tradición, vendría como precursor del Mesías; había quienes lo equiparaban a Jeremías, uno de los más grandes profetas, cuya vida dio lugar a numerosas leyendas. Para la gente no era evidentemente un cualquiera. Sus enemigos, por el contrario, veían en él un enviado de Belcebú. A pesar de todo y aun siendo buena la opinión de la mayoría, no era suficiente. Por eso Jesús pregunta abiertamente a los suyos: ¿Qué pensáis de mí? ¿Cómo me veis vosotros? Pedro, en nombre del grupo, responde: “Eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Son tres posturas ante Jesús: rechazo, aprecio y fe. Las mismas que hoy se observan en muchos. Unos rechazan la figura del Maestro y consideran sus enseñanzas una amenaza que se debiera erradicar; otros valoran esas enseñanzas y lo ven como un gran reformador religioso de la antigüedad, como Buda o Mahoma; y luego están los que creemos en él como Mesías e Hijo de Dios. Y es que, ante Jesús, no cabe la indiferencia. Su mensaje sobre el hombre, sobre la vida y sobre Dios obliga a tomar postura.
Tras oír la respuesta de Pedro, Jesús tiene unas palabras de aprobación que son a la vez una aclaración: el conocimiento de la naturaleza y de la dignidad de Jesús viene de lo alto, es un don del cielo que acogen los sencillos y permanece oculto a los entendidos. Ciertamente la fe supone un corazón sencillo, pero no es un acto sencillo porque se trata de confiar en alguien que no parece lo que es y de fiarse de su palabra cuando habla de lo que no está al alcance de los sentidos y de la experiencia. ¿Cómo saber que es cierto que Dios nos quiere bien y que no nos va a tratar como un juez severo? ¿Cómo se puede amar al enemigo? ¿Por qué vamos a perdonarlo? ¿Quién garantiza que todo el que cree en él, aunque muera, vivirá?
Al final sólo queda tomar postura y vivir en consecuencia. Creer es una opción personal, lo mismo que no creer. Ambas opciones implican el riesgo de equivocarse y no se puede decir que ninguna sea más legítima o lógica que la otra. Toda postura que implica una opción supone libertad y es, por ello, igualmente respetable. Cuando se olvida esto, se cae en el fanatismo: el del no creyente -que se cree superior y menosprecia a los creyentes atrapado en el error de creer que lo humano, lo racional y lo lógico es la increencia- y el del creyente -que cree servir a Dios destruyendo a los infieles-. La razón es bien simple: cuando el pensamiento se convierte en un absoluto, genera intolerancia. Creyentes y no creyentes, si son intelectualmente honestos, saben respetar y valorar la opción del contrario, porque ambos son conscientes de la responsabilidad de su opción y sienten el peso de la libertad.
El evangelio de este domingo nos enfrenta a la pregunta de Jesús: ¿Quién es para mí? La respuesta, insoslayable, definirá la calidad de nuestra relación con él y el calibre de nuestra fe. A estas alturas de la vida nuestra fe no puede haberse anclado en la niñez ni en la adolescencia, ha de ser una fe adulta y, como ella, nuestra adhesión a Jesús y nuestro seguimiento.
Eso quiere decir que se alimenta del encuentro, la relación y la experiencia personales, que se ha acrisolado en las pruebas de la vida y se ha curtido en mil batallas cotidianas. Que ha crecido y se ha desarrollado en el silencio y el compartir con los hermanos, en la escucha profunda de todo lo que acontece dentro y fuera, y en su interiorización y contemplación.
Místicos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz invitaban, a quienes quisieran oírles, a no apartar los ojos de Jesús, conscientes de que no se agota su persona por mucho que se persevere en el empeño. Eso quiere decir que no se puede renunciar a la búsqueda, a seguir ahondando, porque cuanto más se excava más perlas preciosas se encuentran.
De la respuesta a la pregunta de Jesús dependen muchas cosas: nuestro talante ante la vida y la muerte, ante nosotros mismos y los demás, y qué imagen suya y de Dios transmitimos. Porque se supone que nuestro Dios es el suyo. Pero hace falta contemplar mucho a Jesús y meditar acerca de sus palabras y acciones para purificar la imagen de Dios que hemos recibido y que se ha cultivado a nuestro alrededor. Hay que despojar a Dios y al mismo Jesús de muchos, demasiados capisayos que hemos tejido a su alrededor; alejados del evangelio y lo más genuino, en muchas ocasiones, de sus palabras.
Por eso, nuestra respuesta a la pregunta de Jesús va a variar a lo largo de nuestra vida, y es bueno que así sea. Es señal de que caminamos en la fe, la esperanza y el amor. Un buscador nunca se queda quieto, nunca deja de buscar pues nunca encuentra del todo. Y eso le permite dejarse interpelar por las preguntas sin miedo.
+Dm 21 TO. 27.8.23++++++++++++
Quisiera poner como cabecera a esta reflexión el inicio del último párrafo de la primera
¿Cómo sería la vida si nos pareciéramos un poco más a Dios?
Yo lo he traducido siempre siempre por “Qué hay de evangelio en nuestras vidas”
El evangelio nos trae dos preguntas, una sobre la identidad de Jesús y otra sobre la Iglesia.
La gran pregunta de hoy es “y vosotros, tú, yo, todos, quien decís que soy yo?
Esto es meternos en nuestras entrañas de cristiano y discernir quien es Jesús para mí, qué me dice Jesús, que me dicen los evangelios y qué dice mi vida de Jesús, es coherente con su Palabra y Vida o es superficial y nada dice ni a mí ni a aquellos que me rodean y me ven entrar cada día en la iglesia, cumplo y nada más?
Si de verdad me importa Jesús, mi relación con Él tiene que ser constante y como consecuencia de ello llevar ese estilo de vida (Hc. 5,17) que nos dejó -que no religión- con todo cuanto implica y conlleva, contenido en una sola tarea, la construcción del Reino de Dios, que en la última Cena nos compendió en un solo mandamiento, Amor.
Hay que ver, juzgar y actuar: tengo que ir a la viña del Señor en la hora que me llame, en la juventud, la madurez o la vejez, toda hora es buena y a toda hora podemos construir el Reino, a cualquier hora podemos llevar a Dios a la humanidad, a toda hora podemos ser útil, no hay excusa, tiene que haber respuesta.
Quien es Jesús para mi o que soy yo para Jesús, cada uno tenemos que responder y cada uno tenemos que poner nuestra persona en las manos de Dios para aceptar nuestra tarea.
La otra pregunta es la referente a la Iglesia, Jesús confirma a Pedro como piedra angular, hoy Francisco, fui bautizado, formalmente formo parte de la comunidad, pero qué busco, qué siento, qué vivo?
Tengo, tenemos que ver qué significa para mi, para nosotros formar parte de una comunidad que quiere seguir a Cristo, que quiere vivir su evangelio, su Buena Noticia, todos juntos, no individualmente, que mi parroquia no sea donde -yo- voy a rezar, sino donde -todos- rezamos y presentamos a Dios nuestra realidad, bajo el acompañamiento, la dirección y enseñanzas de los pastores, desde el último párroco hasta el Papa.
No estamos solos, estamos todos unidos junto al altar donde celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hasta alcanzar la plenitud de la Vida en Él.
Cual es mi postura ante la Iglesia? Crítica, desentendida, me da igual, indiferente o por el contrario es de plena participación comunitaria?
Señor, gracias por todo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
Publicar un comentario