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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Hay que reconocer que perdonar siete veces una ofensa personal es muy, pero que muy generoso. Y eso es lo que Pedro pretendía al proponer al Señor un número tan elevado de perdones.
Recuerdo que una vez se nos explicaba este pasaje diciendo que Jesús, aquí, nos pedía perdonar siempre, todo y del todo. Es decir, a la manera de Dios, tal como la dibuja el salmista: “Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que le temen; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos”.
Es triste que muchos cristianos vivan aún bajo el yugo del temor a Dios, y no precisamente el don del Espíritu Santo, obsesionados por la imagen de un justiciero, que no justo, castigador, que lleva cuenta de todos nuestros delitos y pecados. Cuando el salmista ha experimentado y cantado que “no guarda rencor perpetuo ni está siempre acusando; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestros crímenes”.
Tener en cuenta las palabras de Pablo facilita mucho el perdón. Cuando uno no vive para sí, no tiene la piel tan fina y el umbral de la ofensa se aleja bastante. Hay ofensas graves, es cierto, pero muchas veces la medida de tal gravedad la ponemos nosotros; y un yo herido, que suele ser el primer - y casi siempre único - perjudicado y el menos dado a perdonar, puede ponernos en graves aprietos y tendernos muchas trampas a la hora de vivir, a diario, las palabras de Jesús.
Un buen ingrediente para cocinar el perdón, bien conocido por parejas, matrimonios o amigos, es el olvido. Ese mágico pasar por alto que hasta el Sirácida recomienda. Suele dar muy buen resultado, porque relativiza enormemente la ofensa que deja de ser tal. Es lo que hace el rey de la parábola con la deuda de diez mil talentos movido por la compasión: la olvida.
Lo que no se puede olvidar es que uno que ha sido perdonado se convierte, a su vez, en perdonador. No puede ser de otra manera. Aquí todos jugamos en la misma Liga. No nos pase que, habiendo sido perdonados por grandes deudas exijamos a los demás que paguen por unas minúsculas. La medida del perdón es el Padre, y sabemos que lo da sin medida. Solo se nos reconocerá como hijos si se ve en nuestras obras. Como Jesús.
Hoy el evangelio nos vuelve a traer el perdón como tema a considerar.
Podemos preguntarnos qué es el perdón, perdonar y desde mi punto de vista es olvidarse de uno y tener en cuenta al otro, al ofensor, a quien restituyo la dignidad perdida por su actuar de forma equivocada.
Si rezáramos el Padrenuestro con más atención a lo aprendido desde la infancia, nos situaríamos en la cercanía de Dios, pues Dios que es amor, es compasivo y misericordioso, como dice el Salmo, y veríamos el perdón como actitud en nuestra vida como una actitud constante, como un acto de amor continuado y no como un acto suelto y aislado: perdonando siempre, pues perdonando siempre o en actitud de perdonar como señal de nuestro amor incluso al “enemigo” que en ese momento es el ofensor.
La parábola nos pone dos ejemplo el del rey y el del empleado perdonado, uno perdona una fortuna y otro no es capaz de perdonar una miseria: puede que nos esté retratando a cada uno, pues no sé si somos consciente de la gracia de Dios derramada en nosotros a lo largo de la vida, corta o larga, que tengamos, pero cada día recibimos todo, todo de Dios, de ese Dios Padre que Jesús nos revela en su Palabra y hechos, en su estilo de vida, donde caben todos y como nos dice el evangelio de hoy miércoles, tenemos que hacernos pobre y vaciado de nosotros para estar disponible para el Reino, que no es otra cosa que amar, amar y amar y ello nos hará libre de ataduras, consolados en el hambre y en el dolor, acompañados en el odio, el insulto y en la exclusión: en una palabra tendremos el estilo de Jesús.
Que nuestra actitud sea la acogida, el perdón, la misericordia, la entrega a todos y en todo, como nos recuerda S. Pablo, “ si vivimos….. si morimos,” siempre somos del Señor.
Todos somos importantes para todos y el perdón nos hará hermanos.
Recemos el Padrenuestro, con sentido de hijos, con sentido de hermanos, con sentido de comunidad.
Gracias, Señor, por todo.
Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, enseñanos a decir ¡AMEN!
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