DOMINGO 24-A

sábado, 9 de septiembre de 2023
DESCARGAR

1 comentarios:

Maite at: 12 septiembre, 2023 15:23 dijo...

Hay que reconocer que perdonar siete veces una ofensa personal es muy, pero que muy generoso. Y eso es lo que Pedro pretendía al proponer al Señor un número tan elevado de perdones.

Recuerdo que una vez se nos explicaba este pasaje diciendo que Jesús, aquí, nos pedía perdonar siempre, todo y del todo. Es decir, a la manera de Dios, tal como la dibuja el salmista: “Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que le temen; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos”.

Es triste que muchos cristianos vivan aún bajo el yugo del temor a Dios, y no precisamente el don del Espíritu Santo, obsesionados por la imagen de un justiciero, que no justo, castigador, que lleva cuenta de todos nuestros delitos y pecados. Cuando el salmista ha experimentado y cantado que “no guarda rencor perpetuo ni está siempre acusando; no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestros crímenes”.

Tener en cuenta las palabras de Pablo facilita mucho el perdón. Cuando uno no vive para sí, no tiene la piel tan fina y el umbral de la ofensa se aleja bastante. Hay ofensas graves, es cierto, pero muchas veces la medida de tal gravedad la ponemos nosotros; y un yo herido, que suele ser el primer - y casi siempre único - perjudicado y el menos dado a perdonar, puede ponernos en graves aprietos y tendernos muchas trampas a la hora de vivir, a diario, las palabras de Jesús.

Un buen ingrediente para cocinar el perdón, bien conocido por parejas, matrimonios o amigos, es el olvido. Ese mágico pasar por alto que hasta el Sirácida recomienda. Suele dar muy buen resultado, porque relativiza enormemente la ofensa que deja de ser tal. Es lo que hace el rey de la parábola con la deuda de diez mil talentos movido por la compasión: la olvida.

Lo que no se puede olvidar es que uno que ha sido perdonado se convierte, a su vez, en perdonador. No puede ser de otra manera. Aquí todos jugamos en la misma Liga. No nos pase que, habiendo sido perdonados por grandes deudas exijamos a los demás que paguen por unas minúsculas. La medida del perdón es el Padre, y sabemos que lo da sin medida. Solo se nos reconocerá como hijos si se ve en nuestras obras. Como Jesús.