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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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NECEDAD Y SENSATEZ
La parábola de las diez doncellas pertenece al discurso sobre el fin de los tiempos, todo él centrado en la necesidad de vigilar para estar a punto cuando llegue el momento de rendir cuentas. Entonces -como hoy- las ideas apocalípticas y la convicción de estar ante un final cercano inquietaba a muchos. Incluso entre los cristianos había quienes pensaban que el fin estaba tan cerca que no merecía la pena ni trabajar. En este discurso, Jesús no trata de satisfacer la curiosidad malsana de los que gustan barajar fechas y vaticinar eventos. Se limita a decir que no es importante saber cuándo terminará todo, sino estar preparado cuando llegue el momento.
En la palestina del siglo I las familias practicaban el matrimonio patrilocal, consistente en que la novia era trasladada a la casa que el novio le había preparado. El momento más importante era cuando éste, acompañado de sus parientes, iba al domicilio de su prometida para trasladarla. Mientras tanto los invitados esperaban el regreso de la comitiva. Luego era consumado el matrimonio y se enseñaba la sábana manchada de sangre, para demostrar la integridad física de la esposa; tras lo cual empezaba la fiesta. La parábola habla de diez doncellas que se quedan dormidas mientras el novio está fuera. Cuando éste vuelve, la mitad de ellas encuentra que sus lámparas se han apagado; mientras van por aceite, llega la comitiva y se cierran las puertas. Su desidia les priva de participar en las fiestas.
El sentido del texto es evidente: el aceite, lo que mantiene encendida la lámpara, es el Evangelio, que unas lo gastan inútilmente pues se quedan dormidas durante la espera -cuando llega el momento de la verdad, no tienen nada que ilumine sus vidas-, mientras que otras, más precavidas, han guardado lo necesario y pueden entrar en la fiesta. Todas han recibido lo mismo, pero mientras unas, entregadas a sus sueños y fantasías, dejan que se pierda, otras, más realistas, saber hacer de él el uso adecuado.
Estamos -como en la parábola de los talentos- ante una oportunidad que unos aprecian y otros ignoran. Para Jesús sólo los primeros son sensatos; los otros son unos necios porque es necedad grande dejar que la mente se nuble y los sentidos se emboten cuando se tiene un tesoro que guardar. El Evangelio es ese tesoro. Pero no hay que engañarse: no es el poseerlo lo que garantiza la salvación, sino el vivirlo, es decir: dejar que ilumine la propia existencia y le dé sentido.
La parábola se completa con el pasaje que cierra el discurso -el que narra el juicio final-. El juez sólo reconoce en ese momento a aquellos que antes le han reconocido a él tras los harapos, la enfermedad y la marginación. El evangelio ilumina cuando los hombres son capaces de ver a Dios en el hermano pobre, sufriente o humillado. Eso es ser sabio. Lo otro es necedad. El problema es que esa lección se aprende cuando es demasiado tarde.
Dm 32 TO 12.11.23 Mt 25,1-13
Hoy la lectura del Evangelio nos trae la parábola de las diez doncellas que esperan al novio para festejar la boda.
De éstas, en la espera del novio, unas fueron precavidas y llevaron aceite con las lamparas y otras fueron sin aceite para avivar la luz.
Se quedaron dormidas y sonó la voz de que viene el novio y las precavidas aderezaron sus lamparas y entraron al banquete y las necias se quedaron fuera pues se cerró la puerta mientras iban a proveerse.
Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola además de la espera en permanente vigilancia, actitud permanente de todo cristiano, pues que lo importante aquí es la luz, y esa luz ha de estar siempre aderezada y alumbrando a todos los que esperamos el Reino y a todos los que quieren, entrar en el Reino de Dios.
No se da nombre alguno, ni del novio, ni de la novia, ni de los invitados ni de las doncellas, es la luz la protagonista del relato, es la luz la que tenemos que tener siempre encendida, es nuestra vida la que tiene que relucir con nuestras obras, y como nos decía en el domingo veinte y nueve S. Pablo “”...ante Dios recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe…””
Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,14), aquí esta la clave para entender lo que hoy se nos quiere decir, tenemos que brillar por nuestras obras, que son las que tienen que avalar nuestro seguimiento de Jesús, nuestro comportamiento y nuestro dar a conocer con la palabra el Reino de Dios, lo que Dios quiere y a lo que tenemos que darnos en el discernimiento de la Voluntad del Padre
…”” que todo el que reconozca al Hijo y crea en él,tenga vida eterna (Jn. 6,40).””
Terminamos con nuestra acción misionera, signo y señal de todo seguidor de Jesús, en la forma que podamos, como podamos, con las fuerzas y conocimiento que tengamos y sin excusa alguna, miremos a la Patrona de las Misiones, Sta. Teresa del Niño Jesús, monja de clausura, veinte cuatro años de vida entregada al servicio del Reino de Dios
Por tanto velad, porque no sabéis ni el día ni la hora
Rezando con el salmista ”mi alma está sedienta de ti, Señor”, reflexionemos ¿de verdad tengo ansia de Dios? ¿lo busco en lo que hago? ¿lo encuentro en lo que acontece?
Señor, gracias por todo.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
LA SABIDURÍA NOS GUÍA. LA FE Y LA ESPERANZA NOS EMPUJAN
Salomón nos aconseja pedir a Dios en nuestras oraciones que nos conceda el don de la sabiduría… ¿Por qué?
Porque él, como sólo le hizo esa petición y se la concedió, valoró la gran importancia que tuvo en su vida gobernar con su ayuda y sin ella. Al principio fue justo, el pueblo lo quería y su fama llegó a otros pueblos. Cuando cayó en la tentación cambió, caminó por donde no debía, Dios le pidió que rectificara, no lo hizo y le anunció el castigo que recibiría.
Lo ocurrido a Salomón y a las señoras que esperaban a los esposos nos enseña que debemos cuidar a diario los dones que recibimos para que den buenos frutos y nos hagan estar preparados para cuando tengamos que rendir cuentas al Señor porque no sabemos ni el día ni la hora en que seremos llamados a su presencia.
En nuestros tiempos estamos tan amarrados al materialismo que sólo nos acordamos de Dios cuando truena o enfermamos, mientras tanto se nos agota el tiempo, nos sorprende la vejez, entonces descubrimos que la lámpara se está apagando y que nos hemos olvidado de practicar a diario lo que nos enseñó Jesús, atender al prójimo en sus necesidades.
Nos ocurre porque vivimos demasiado enganchados a las bondades de la vida pero no cambiamos a pesar de que la conciencia nos juzga y entonces, como sabemos que no cumplimos con nuestros deberes cristianos, nos preocupamos de la muerte porque nos llevará a la presencia del Señor, nos asustamos y no la deseamos. Un enfoque equivocado pues al pensar así, cuando nos visita, causa dolor a los familiares por la pérdida del ser querido pero la realidad es otra bien distinta.
Enfocamos la muerte así porque no conocemos que Jesús dijo que vendría de nuevo al final de los tiempos y que todos seremos acogidos en el Reino. Cuando ocurra este hecho los que murieron antes de su venida también serán resucitados y junto a los que vivan entonces irán a la presencia del Padre.
Si nuestra fe fuera abundante esperaríamos tranquilos y no temeríamos a la muerte porque pasaríamos a una situación ideal junto al Padre.
El hermoso pasaje del Libro de la Sabiduría que escuchamos y contemplamos este domingo ofrece un marco incomparable al mensaje del evangelio. En un primer acercamiento el texto nos hace increíblemente accesible la sabiduría, amable y cercana; como si de un ser se tratara que estuviera deseando ardientemente encontrar en quién morar agradado. Una lectura más atenta nos permite darnos cuenta de la capacidad de búsqueda, de deseo, de esfuerzo, de quien ha de hacerse merecedor de poseerla. Es cierto que ella, “radiante e inmarcesible”, se deja ver “con facilidad” y encontrar; se adelanta, busca y aborda, incluso sale al encuentro del que la desea. Pero ahí está la clave: es preciso una predisposición por nuestra parte, una actitud de acogida. Hace falta amarla, buscarla, madrugar por ella, meditar sobre ella y velar por ella, pensar en ella. Es, algo así como un cortejo al que ella responde enamorada, conquistada.
Más o menos eso pasa con las doncellas que supieron proveerse del aceite necesario para sus lámparas. Sus corazones se mantuvieron ardientes a pesar de la espera, no se apagaron en ningún momento; por eso no hubo descuido. Algo superior a ellas mismas las mantenía centradas y en vela y, a pesar de dormirse, pudieron reaccionar bien y a tiempo. Cada una de ellas era consciente de la llegada del esposo, y el retraso no menguaba en nada la ilusión por recibirle a su llegada. Fueron previsoras porque eran sabias. Sabían que cada pequeña luz que cada una de ellas podía aportar a la llegada del esposo sería imprescindible para alumbrar.
El salmista pone palabras a la oración del que vela y se consume por la espera, el deseo y el amor; y acaba cantando el encuentro gozoso con quien tanto anheló.
Hay veces que por mucho que lo intente o me lo expliquen, no alcanzo a comprender el Evangelio. Como ayer cuando Jesús comparaba la astucia de los hijos de la sombra con la de los hijos de la luz. Y si no lo entiendo...¿cómo puedo ponerlo en práctica? Hoy me siento un poco necia...
Entre escuchar la Palabra y hacerla Vida, hay un recorrido que va de la mente al corazón. Y de aquí surge el deseo y la voluntad, de convertirla en acción. Cada etapa lleva su tiempo y su trabajo personal, no siempre fácil (hay dudas, miedos, cansancios…). Por eso, hay que estar preparada, como dice la parábola del Evangelio de hoy.
Pero no siempre lo estoy, no siempre entiendo el mensaje. Por eso voy a “mi tienda del encuentro”, la Oración, y a la Eucaristía, buscando esa relación personal que nadie puede tener por mi. Allí espero paciente a que en su momento y a su tiempo, Él me ayude a comprender esa Palabra que se ha quedado “atascada” en mi mente o en mi corazón. Porque es Dios (la Sabiduría) a quien busco, quiero y deseo, y por quien madrugo… para ser Uno con Él, imagen suya, y luz que brille en la oscuridad. Y aunque aún no entienda algunas cosas, disfrutar y hacer Vida las que Él ya sí me ha dado entender.
(P. D. Viendo lo que está sucediendo en Palestina, creo que aún queda mucho camino por recorrer, que realmente aún no hemos entendido el Mensaje, ni en lo que tenemos más cerca ni en lo más lejano...¡cuánta falta de inteligencia, de razón y de Amor!)
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