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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA CRISIS, EMERGENCIA DEL ESPÍRITU (Mc 1,12-15)
Estamos habituados a ver la tentación -en cualquiera de los campos que se plantee- como una situación de peligro que hay que evitar y, si ello no es posible, superar con fuerza de voluntad, responsabilidad y sentido moral. Creo que esta actitud responde a la idea de que la vida ha de ser fácil y de que debemos eludir todo lo que signifique esfuerzo, lucha, sacrificio...
Pero hay otra forma de ver las cosas. La tentación es una situación de crisis en la que la solidez del sistema de valores, de los principios que de él se derivan y de las normas de vida que los concretan es sometida a comprobación. Sin tentación y sin crisis no es posible el conocimiento de sí mismo y, sin éste, no hay crecimiento. La tentación, por tanto, además de ser un peligro, es una oportunidad que hay que agradecer. Por eso no sorprende que Jesús la sufriera y que, cuando enseña a los suyos a orar, no diga “líbranos de la tentación”, sino “no nos dejes caer en ella”.
Evidentemente la crisis tiene dos salidas: el hundimiento, con el retroceso o estancamiento que eso supone, y la superación, con los beneficios que ello comporta. Stanislav Grof, psiquiatra y uno de los pioneros de la psicología transpersonal, en su obra “La tormentosa búsqueda del ser” la llama emergencia espiritual y afirma que, si se comprende y trata bien (como momento crítico de un proceso natural de desarrollo), puede desembocar en fuertes sensaciones emocionales y psicosomáticas, provocar cambios profundos y positivos en la personalidad y llevar a la solución de muchos conflictos.
¿En qué está entonces nuestro problema? La respuesta nos la da B. Blin en el texto que prologa la edición española de la obra citada. El imperialismo científico nacido en el XVIII ha impregnado todos los ámbitos de la vida, modificando nuestra forma de pensar, convirtiéndola en una concepción lineal donde todo tiene una causa y un efecto. Esto ha permitido un desarrollo técnico e industrial sin precedentes, pero nos ha alejado del Misterio; ha potenciado nuestra capacidad de hacer y de tener, pero ha descuidado el ser.
Todo lo que no puede ser explicado desde los presupuestos científicos oficiales es o ridiculizado o negado o perseguido. No es extraño que, para esta mentalidad, la experiencia mística sea una paranoia, la crisis espiritual, una depresión, la religión, una neurosis, la fe en Dios, una proyección de las propias insatisfacciones... Las emergencias espirituales, que no son sino crisis del alma, no son patologías mentales, sino experiencias de tránsito, profundamente humanas y humanizadoras. Jesús de Nazaret, en el desierto de Judá, nos muestra la profundidad en la que se adentra el que sabe afrontar la crisis y bendecir la oportunidad que en ella se le ofrece.
Francisco Echevarría
CREER EN EL EVANGELIO
Este domingo es el primero del tiempo de Cuaresma. Lo hemos iniciado el Miércoles de Ceniza y, cuando nos la imponían, casi todos hemos escuchado cómo se nos decía: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Son las palabras que Jesús dirigía en su exhortación después del tiempo de tentación pasado en el desierto. La conversión y creer en el Evangelio son imprescindibles para acoger el reino de Dios.
¿Qué supone para nosotros, hoy y ahora, creer en el Evangelio? Lo damos por supuesto, pero muchas veces no sabemos, o no podemos, dar razón adecuada de nuestra esperanza, de lo que creemos tener asegurado y cierto.
A Jesús, creer en el Evangelio le ha llevado al desierto, a enfrentarse a la tentación, a esas fieras conocidas que nos explica Juan en la hojilla y que le acompañarán a lo largo de su camino, a apartarse de la predicación de Juan y su modus operandi, a anunciar, con obras y palabras, a un Dios de amor. Jesús se dirige a Galilea, tierra de pecadores, a buscar a los últimos, a los más heridos, y mostrará, con su forma de mirar y de tocar que Dios libera, consuela, absuelve, acompaña, sirve y cura, sana.
Creer en el Evangelio lleva a Jesús a entregar su vida, cada día, por todos, empezando por los últimos, haciéndose samaritano y pastor abnegado. Y a enfrentarse abiertamente a la jerarquía religiosa de su tiempo que ahogaba con sus preceptos a quienes más necesitaban de Dios. A recorrer un camino creyente que va mucho más allá del judaísmo de su tiempo, que trasciende su propia cultura religiosa y la imagen de Dios de quienes le rodean.
Jesús, como el salmista, ha experimentado la ternura, la misericordia y la bondad del Padre, y en ese Evangelio cree y es empujado a anunciar aunque eso le cueste la fama y la vida. Porque cree en el Evangelio sabe que son los enfermos, y no los sanos, los que necesitan médico; y en vez de rechazarlos por impuros, los acoge, los escucha, los toca, los libera y los sana.
A Jesús, creer en el Evangelio, le lleva a compartir vida, misión y pasión con un grupo de amigos, hermanos y compañeros que no sabrán entenderle, comprenderle ni acompañarle, y que acabarán dejándole solo y traicionándole. Pero él nunca renegará de ellos, ni los dejará solos; al contrario, los buscará y los consolará siempre.
Creer en el Evangelio llevará a Jesús a vivir siempre en una profunda soledad acompañada solo por la presencia del Padre y la unión inquebrantable con él. A renunciar a todo poder y gloria de este mundo, a todo encumbramiento sobre los demás, a toda manipulación de Dios o de cualquier ser humano y, paradójicamente, a su plenitud humana y divina.
LA CUARESMA… ¿QUÉ DEBE SER Y QUÉ NO?
Supongo que las personas siempre fallaron a Dios y los castigó. Antes de hacerlo, escogió a Noé para que después guiara la regeneración del caminar humano y estableció un pacto para el futuro, el arco iris.
Pasaron los años y vino Jesús para que nos mostrara el camino inequívoco del Reino… ¿Lo aprendimos? ¿Qué practicamos?
Sabemos qué dijo, qué hizo y cómo acabó, eso lo recordamos ahora en la Cuaresma. El verdadero sentido de ella lo enseñó muy bien el Papa Francisco pero quienes tenían que haberlo enseñado así, desde antaño, no acertaron pero sí sembraron en muchas conciencias la semilla de la culpabilidad y después les propusieron como solución: Arrepentimiento, Confesión, Eucaristía, ayuno y abstinencia, muchas procesiones y después a dormir tranquilos todo el año… ¿Estaban preparados para enseñar de otra forma o era más cómodo hacerlo así?
Jesús sí escogió la catequesis del ejemplo al retirarse al desierto y nos enseñó que en cada momento de nuestras vidas, antes de iniciar un camino nuevo, debemos pasar por un periodo de preparación. Él lo hizo así y sufrió las tentaciones pero luchó, venció y nos ensenó que así saldremos fortalecidos.
Después comenzó a evangelizar para hacer visible la llegada del Reino, es decir, estar cada día al lado de quienes tenían necesidades y sufrían.
Lo que hizo debió bastar para que las personas pudieran, con su ejemplo y alguna dosis de fe, cambiar y dar un nuevo giro al comportamiento.
En nuestros días los núcleos urbanos también son desiertos en los que se sufre, aunque sean tentaciones diferentes: Precariedad laboral, indigencia, insolidaridad, ausencia de moralidad, egoísmo, ejercer el poder en beneficio propio y no como servicio, tratar a las personas como votos útiles y no como prójimos, utilizar las leyes y las instituciones para implantar un orden injusto, instaurar el caos para que todo sea moldeable a favor del pudiente y fastidio para el débil… Todo esto ha inoculado en la sociedad el
relativismo y nos está llevando a vivir bailando de manera permanente e irresponsable con la tentación. Ocurre cuando no rechazamos los “programas basura” y así han conseguido que la sociedad considere que no es mala la crítica, la infidelidad, la divulgación de noticias relacionadas con la intimidad de otras personas y que tratemos al prójimo como un objeto que se puede comprar y después tirar a la basura.
Por esta realidad me pregunto… ¿En qué estado de degradación estaba la sociedad para que Dios decidiera mandarles el diluvio? ¿En qué nivel estamos ahora? ¿Estamos dispuestos a convertirnos y a cambiar o preferimos seguir engañándonos?
“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto”.
El Evangelio de esta semana y el tiempo que estamos comenzando, pone en relación el tiempo de Jesús en el Desierto con mi pequeña propia historia de salvación. Si tuviera que elegir un lugar geográfico que definiera dónde me siento hoy, sería cerca de un manantial, quizás en un pequeño oasis. He encontrado el agua que calma mi sed. ¡Y qué bien se está aquí, incluso en el Desierto!
Aquí me encuentro con situaciones que me duelen y me entristecen, algunas siento que me sobrepasan, no las entiendo… pero en el manantial mis lágrimas se difuminan, y encuentro el consuelo que calma mi inquietud. Pero quizás sea un espejismo, o una felicidad efímera...
Caigo entonces en la cuenta de la tentación del acomodamiento, del conformismo si no me muevo de allí. ¿Es que quiero rechazar la Tierra Prometida? ¿Es que no quiero trabajar por el Reino de Dios?
La Tierra Prometida, el Reino de Dios, hay que conquistarlos día a día, y eso me exige movimiento, recorrer el camino, afrontar las encrucijadas… Y que no caiga en la tentación de pensar que sola me basto, porque somos cristianos en Comunidad. Que no caiga en la tentación de no compartir el agua del manantial, de no dar gratis lo que gratis he recibido. Que no caiga en la tentación de poner el Desierto en el centro de mi vida, porque es sólo un lugar de paso. Que no caiga en la tentación, de no querer lo que quieras Tú.
Que tu Espíritu, Señor, me acompañe siempre y oriente mi vida.
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