2º DOM-CUARESMA-B

domingo, 18 de febrero de 2024
DESCARGAR

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 18 febrero, 2024 23:48 dijo...

LOS TRANFIGURADOS (Mc 9,1-9)

Al comienzo del viaje a Jerusalén que le condujo a la muerte, Jesús preguntó a sus discípulos qué pensaban de él. Pedro, en nombre de todos, respondió que lo consideraban el mesías. Acto seguido, Jesús, sin negarlo, anunció el destino que le esperaba en Jerusalén. Es como si les estuviera diciendo: “Efectivamente: soy el mesías, pero no el tipo de mesías que a vosotros os interesa”. Inmediatamente después, el evangelista san Marcos relata la transfiguración, en la que Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar el otro ser de Jesús.

Uno de los misterios fundamentales del cristianismo es la Encarnación. Lo nuclear de ese misterio es que Dios se acerca al ser humano asumiendo la condición de éste, lo cual implica dos cosas: que la salvación no es un movimiento del hombre hacia Dios -como si fuera posible alcanzar la esfera de la divinidad (así se describe la naturaleza del pecado en Adán y en Babel)-, sino que se trata de un movimiento de Dios hacia el hombre (es, por tanto, un gesto de generosidad); y que el encuentro con Dios sólo es posible en lo humano.

Desde esto se entiende por qué Jesús, en la cena, cuando da el precepto nuevo y definitivo, en lugar de decir “Amaréis a Dios con todo el corazón y os ameréis unos a unos como yo os he amado”, se limite a recoger sólo lo segundo silenciando el precepto del amor a Dios. A partir de ese momento no cabe que pueda separarse la vida religiosa y la moral, el culto y la justicia, la religión y la fraternidad. Jesús viene a decir sólo es posible amar a Dios amando al hermano. San Juan dirá más tarde que miente el que dice amar a Dios -a quien no ve- si no ama al hermano -a quien ve-.
Sobre el monte Tabor, los discípulos pudieron ver la divinidad de Jesús a través de su humanidad. En la vida diaria, el cristiano ha de ser capaz de ver a Dios en el otro, sobre todo en el que sufre. Esto sólo es posible mirando más allá de la apariencia, del aspecto, de la imagen que las personas presentan. En cada ser humano el cristiano ha de encontrar el misterio de un Dios encarnado, sobre todo en aquellos que viven el calvario cada día.

Cuando se olvida esto, la religión se convierte en una fantasía espiritual donde lo externo, lo espectacular, lo grandioso, el prestigio social o el poder pasan a ocupar los primeros lugares en la jerarquía de valores; y la caridad, la solidaridad y el servicio a los desheredados del mundo se convierte en una molestia inevitable a la que se dan sólo respuestas de compromiso y de mínimos. Jesús de Nazaret -que se transfiguró a los ojos de sus discípulos en el monte Tabor ocultando su humanidad y mostrando su divinidad- se sigue transfigurando en cada ser humano ocultando su divinidad y mostrando su humanidad y nos advierte: “Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me lo hicisteis”.


Paco Echevarría



juan antonio at: 21 febrero, 2024 18:54 dijo...

2º Dm Cuaresma 25.2.24

LA TRANSFIGURACIÓN

“Aquí me tienes” con estas palabras Abrahán responde por dos veces a Dios que le llama y podían ser la que determine nuestra actitud, nuestra disposición no solo en la reflexión del Evangelio de este Domingo, sino siempre ante la Palabra de Dios.
Pues así debemos empezar nuestra oración, en la presencia del Señor, con humildad y veneración, con acción de gracias y alabanza y vivir el encuentro con Dios nuestro Padre, pues siempre nos saldrá a nuestro encuentro, “Él nos amó primero….”, “aquí me tienes”.
Jesús sube a un monte, con tres de sus discípulos y allí tiene lugar la Transfiguración, la blancura de sus vestidos, el dialogo con Moisés y Elías, la nube que los cubrió, signo de la presencia de Dios y la voz que salió de la misma
“”Este es mi Hijo amado: escuchadlo””
De esta concisa narración podíamos decir que tenemos dos enseñanzas, una la identidad de Jesús, pues nos dice que este Jesús glorioso es el mismo que esta recorriendo Palestina y este Jesús glorioso es el mismo que muere en la Cruz y es el mismo Jesús Glorioso que resucita, es Jesús el Hijo del Padre.
Jesús es nuestro centro como la humanidad es el centro para Jesús, como dice el libro de los Proverbios(8,31), mi delicia es estar con los hijos de los hombres: ¡no sabemos cual es nuestra grandeza! Hijo de Dios, como nos dirá Juan y hoy Pablo nos dice que si Dios esta con nosotros, quien estará contra nosotros, es decir, tenemos un Padre que nos cuida y pasamos de todo? Que cada uno vea
La otra enseñanza es la escucha de Jesús, escucha de Jesús que tenemos que hacer a través de su Palabra, de sus hechos, de su vida, de los hermanos y sobre todo de los más débiles: Jesús nos está hablando y necesitamos estar a la escucha, “Aquí me tienes”, de verdad?, buscamos el encuentro de Jesús, tenemos esa experiencia a diario con nuestra oración y estilo de vida? Porque en definitiva esa es nuestra salvación, seguir el estilo de vida que Jesús nos dejó, las medallas y demás farándulas, son “metal que resuena” pero donde está nuestro amor? Porque al final de nuestra vida, nos examinarán del amor y de nada más.
Escucha y aprende, escucha y vive, escucha y ama.
Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida, nos dice el salmista.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!

Maite at: 21 febrero, 2024 21:55 dijo...

Estos días, previos a la Semana Santa, hemos asistido a la polémica suscitada por el cartel sevillano que muestra a un Jesús de hermoso rostro y cuerpo escultural. A todos nos gusta ver un rostro bello de Jesús; siempre lo imaginamos así, aunque es más que probable que eso esté muy lejos de la realidad y que no se diferenciara demasiado de sus contemporáneos.

El relato simbólico del Tabor resalta el rostro luminoso de Jesús, y ese deseo tan comprensible de Pedro de plantar tres tiendas en lo alto del monte. Hay toda una fragancia, un aroma en la escena del Tabor que se desprenden de esa luz que brota del rostro transfigurado de Jesús, de sus brillantes vestiduras. Un ambiente mágico, propiciado por la presencia imponente de las figuras de Moisés y Elías, la nube que todo lo envuelve en misterio y la voz que resuena desde el cielo. Por eso, el corte en la narración resulta tan brusco y repentino, cuando los pobres discípulos, al mirar, de pronto, no vieron a nadie más que a Jesús; solo a Jesús. Se desvanece, como por ensalmo, el encanto de un momento fulgurante. Jesús vuelve a ser uno de tantos.

Este es el rostro de Jesús que contemplamos a diario, el de la ladera del monte. El que vamos a encontrar a lo largo del camino; ese que no está transfigurado sino desfigurado, que sigue velado y escondido, pero es el suyo. Es visible en quienes sufren no solo la enfermedad o la pobreza, sino también la vejez, la depresión, la soledad, cualquier marginación, en quienes son sometidos por otros; en aquellos que están a nuestro lado un día sí y otro también limando y puliendo nuestras aristas y asperezas.

Contemplar el rostro de Jesús en cada hermano y hermana nos llevará al servicio, a la entrega de la propia vida a costa de dejar nuestra tienda sin plantar. Encontramos la fuerza y la luz en la voz que susurra en lo más profundo de nuestro interior que ahí está el Hijo amado, y que solo nos pide escucharle.