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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PESO DE LA DUDA (Lc 24,35-48)
Según el testimonio de san Lucas, cuando Jesús se apareció a los suyos, les recriminó que, a pesar de los testimonios que habían oído, siguieran dudando. La verdad es que sorprendería lo contrario, porque no se topa uno todos los días con hechos inexplicables. La duda es la reacción del desconcierto producido por el desajuste entre la realidad y la lógica. No importa que esa realidad sea -como en su caso- una buena noticia, un hecho esperanzador. Y es que, en nosotros, pesa mucho la convicción de que las cosas tienen que ser como esperamos que sean y, si no es así, las descalificamos o las negamos. Es como decir: si no lo entiendo, no existe.
Pero, siendo la duda algo lógico, no tiene por qué ser un obstáculo en la búsqueda de la verdad. Más aún, creo que sólo el que duda está en el camino que lleva a su santuario. La historia está empedrada de los desastres a los que lleva el fanatismo de los que no albergan la más mínima duda en su interior. Por eso podemos decir: ¡Dichosos los que dudan porque ellos alcanzarán la verdad!
El problema se plantea cuando la duda baja de la mente al corazón, es decir, cuando deja de ser una postura mental, presupuesto necesario de la búsqueda, y se convierte en una actitud existencial. En este caso surge o el rechazo irracional, sin fundamento -el “nomegusta”-, o el escepticismo frío y distanciante que lo menosprecia todo acríticamente -el “sontonterías”-. En ambos casos se detiene el proceso. Como decían los latinos, la virtud está en el punto medio, es decir, en el equilibrio: ni creerlo todo sin análisis ni discernimiento -nos podrían tachar de cretinos-, ni negar todo lo que no se ajusta a nuestros modelos de pensamiento -porque nos tacharían de obcecados-.
En el mundo religioso la duda puede ser una incomodidad necesaria que nos evita lo primero o un lastre que nos lleva a lo segundo. Y, ni lo uno ni lo otro. Creer no significa aceptar lo absurdo como si la intensidad de la fe fuera directamente proporcional a la irracionalidad; tampoco consiste en aferrarse a un modo de ver las cosas sin admitir el diálogo o la reflexión sobre los retos que cada época ofrece como si la fe fuera más grande cuanto mayor sea la intransigencia.
Y lo mismo cabe decir en otras áreas de la vida. El equilibrio humano se alcanza cuando se mira a la derecha para corregir los errores de la izquierda y se mira a la izquierda para corregir lo errores de la derecha. Mirar sólo a la derecha satanizando todo lo de la izquierda o lo contrario es fanatismo, intransigencia, obcecación y pérdida del sentido de la realidad que, tarde o temprano, conduce a la radicalización y el hundimiento.
Jesús sabía de esto porque tenía un espíritu abierto y, por eso, podía mantener una conversación y hasta dejarse invitar por sus adversarios religiosos. Sólo teme a la duda el que teme a la verdad y sólo se muestra excesivamente seguro el que oculta su inseguridad.
Francisco Echevarría
SABER SUFRIR
También saber sufrir es un testimonio cristiano, y no pequeño. Y, en cualquier circunstancia, de una belleza y un valor incalculables, porque cala y deja poso en quien lo contempla. Es tan eficaz porque no hacen falta palabras, glosas ni explicaciones. San Juan de la Cruz dirá: “¡Qué sabe quien no ha sufrido!”, apuntando con ello a que la sabiduría obtenida sin el sufrimiento aceptado y asumido no es auténtica. En cambio, el que pasa por ese crisol es purificado como el oro o pulido como un diamante. Y renace de sus cenizas, las del sufrimiento, ardiente y radiante, luminoso y lleno de vida nueva, distinta, pujante y arrolladora.
Jesús se presenta en medio de sus discípulos asustados anunciando y trayendo la paz; los reconforta comiendo delante de ellos para asegurarles que no se trata de ningún fantasma, y les abre el entendimiento para comprender las Escrituras: tenía que padecer. Todo su sufrimiento ha sido consecuencia de su vida entregada, y así lo ha asumido y aceptado. Ha luchado con todas sus fuerzas por apartarlo de la vida de los demás, por liberar a otros de él. Pero hay un sufrimiento del que no se puede escapar, que hay que acoger y soportar.
La vida trae consigo todo un abanico de sufrimientos, y con ellos todo un espectro de posibilidades que se nos abren para elegir cómo encajarlos. Saber sufrir es un testimonio cristiano de inapreciable valor porque da fe de nuestra esperanza y de nuestro amor. Si ante los golpes y heridas de la vida solo podemos responder con acritud y amargura, con resentimiento o ira, con venganza u ofuscación, no podremos dar testimonio del resucitado que muestra en sus manos las marcas de los clavos y en su cuerpo la lanza del costado.
Podemos, en cambio, arropados por la fe y la esperanza, hacer el esfuerzo de contemplar nuestras heridas y sufrimientos, tal y como están, tal y como duelen, sin hurgar en ellas ni dedicarles demasiado tiempo; y, desde ahí, dejar que la vida nueva de Jesús las llene de su luz.
En una hermosa oración, Etty Hillesum, que murió en Auschwitz durante la persecución nazi, escribía: “No me sustraeré a ninguna de las tormentas que caigan sobre mí en esta vida. Soportaré el choque con lo mejor de mis fuerzas. Pero dame, de vez en cuando, un breve instante de paz. No me creeré, en mi inocencia, que la paz que descenderá sobre mí es eterna. Aceptaré la inquietud y el combate que vendrán después. Me gusta mantenerme en el calor y la seguridad, pero no me rebelaré cuando haya que afrontar el frío, con tal de que tú me lleves de la mano”.
3º DOMINGO DE PASCUA – B – 14.4.24
Este Domingo las lecturas tienen un denominador común, la conversión y el perdón que ha de predicarse en nombre de Jesús, así como ser sus testigos.
De nuevo se nos narra la aparición a los discípulos, no solo a los apóstoles, siendo continuación del relato de los de Emaus, quienes estaban contando su encuentro con Jesús, cuando éste se presentó en medio de ellos.
La sorpresa, la duda, el no entender qué pasaba y diría que nos pasa, hacen que se asusten en su alegría, nada más normal dentro de lo que significó la Cruz y la Muerte del Maestro, pues ellos poco entendidos en las Escrituras, necesitaban la ayuda de Jesús para encajar todo aquello en sus mentes.
Una vez más tiene Jesús que abrir nuestras pobres entendederas, que venir a nuestro encuentro, estamos cerrado a la Luz, estamos ciego, tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no escuchamos, nos asustan los demás y sus cosas que no queremos saber para no tener compromiso alguno y hoy, esta semana, la Palabra nos trae la conversión, el perdón y el compromiso de ser testigo.
De todo ello aún no nos hemos enterados, seguimos en una dorada comodidad, sí, vamos a misa, hacemos rezos y oraciones, todo, pero donde está nuestro corazón?
Señor ábrenos el entendimiento, ábrenos el corazón a la Vida en tu Resurrección, que la sepamos vivir desde esas tres claves de cambio, perdón y misión, todo lo demás es pura chanza.
Como repetimos en las Eucaristías, proclamamos tu Muerte y anunciamos tu Resurrección: que comprendamos que esto es el eje de nuestra vida cristiana, que no podemos dejar la Cruz y coger la Resurrección o al revés, que somos un todo, Cruz y Vida, ayer, hoy y siempre y esto es lo que tenemos que predicar, sí, somos misioneros por nuestro bautismo, somos misioneros por nuestra fe aceptada y vivida, somos misioneros porque así Jesús nos lo dijo en su Resurrección, predicad, id, anunciad….
Lo hemos entendido?
O aún estamos anclados en la Muerte, seguimos sacando a la calle Crucificados y no Vivimos la Resurrección…….
Señor, haz brillar sobre nosotros la Luz de tu rostro, haz que resplandezca tu Luz en mis pobres palabras y en mis pobres obras y que sepa dar y escuchar a y en los demás la esperanza de tu Vida.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a vivir la Resurrección y en la Resurrección de tu Hijo, !AMEN¡ ¡ALELUYA!
LA RESURRECCIÓN LOS OFUSCÓ. RELACIONARSE, LOS CAMBIÓ.
La resurrección de Jesús fue un hecho real pero, aunque nadie habló de los detalles ni del momento en que ocurrió, lo que sí precisa el relato es que algunos, al recibir la noticia, dudaron, tuvieron miedo y se reunieron en una casa de Jerusalén buscando en el colectivo su seguridad.
Al aparecerse no lo reconocieron pero Él lo solucionó hablando con ellos, mostrándoles las huellas de la violencia recibida, compartiendo alimentos y recordándoles que lo ocurrido confirmó lo anunciado por los profetas. Aquellas reuniones en la casa podrían interpretarse, por la unión que mostraron ante la adversidad que les supuso lo ocurrido, como el inicio de las comunidades cristianas.
En sus apariciones los saludaba deseándoles la PAZ, les aconsejaba que vivieran sin violencia, ayudándose y compartiendo penas y alegrías y que evangelizaran a todos proponiéndoles el arrepentimiento para poder recibir el perdón.
La fe entró con fuerza en los discípulos porque tocaron, comieron, dialogaron y recibieron de Jesús sus mensajes, a nosotros nos queda la huella de sus ejemplos.
Lo ocurrido en Jerusalén nos prueba que la fe no viene a las personas con facilidad ni de la misma forma. Unos necesitaron ver y tocar para alimentar su creencia, en nuestros templos las personas tocan las imágenes, y otros la aumentan cuando, intentando comprender el misterio de Dios, profundizan en el ejemplo de Jesús y practican su ejemplo… ¿En qué grupo estoy?
Los discípulos cambiaron y consolidaron su fe ayudados por las vivencias que tuvieron con Él durante esos días y una prueba de cambio radical la encontramos en Pedro, el discípulo que negó tres veces a Jesús por miedo a morir pero cuando comprendió quién era ya no dudó, tuvo fe y salió con valentía a proclamar ante el pueblo lo ocurrido.
La muerte de Jesús evidencia una realidad, sufren el rechazo social quienes son justos, dicen la verdad y ayudan a los demás, Él fue así y, a pesar de ello, murió para que pudiéramos salvarnos.
Pasaron los años, las comunidades cristianas no progresaban y Juan les pidió que abandonaran el comportamiento equivocado que les hacía proclamar a Dios como Padre y no reconocer a Jesús como su Hijo, que cumplieran los mandamientos y que dejaran de pecar.
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