DESCARGAR
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
LA FUERZA DE LO ALTO (Jn 20,19-23)
Pentecostés es la fiesta de la plenitud porque es el final de la Pascua y porque marca el comienzo del anuncio del Evangelio a todos los pueblos de la tierra. Para entender este acontecimiento hay que verlo como contrapunto del relato de Babel que aparece en el libro del Génesis. Dicho relato es una profunda reflexión sobre el totalitarismo como causa de los enfrentamientos, divisiones y falta de entendimiento entre los hombres. La pretensión de escalar el cielo para sentirse un dios siempre ha sido, aparte de ingenua, extremadamente peligrosa, porque genera rivalidad, desconfianza, incomunicación... La soberbia es la semilla de todos los males. Pentecostés es la antítesis de Babel y muestra un movimiento de convergencia entre los pueblos: hombres, venidos de todo el mundo, se entienden con el lenguaje del Espíritu porque tienen un solo corazón.
Pero hay que tener en cuenta que no se trata de la unidad construida a base de intereses personales o de grupos, en una especie de reparto de influencias e intercambio de mercancías, sino la unidad que brota del interior, es decir, de la conciencia de que todos somos uno y de que todo lo que se refiere a los otros se refiere también a uno mismo. El símbolo del árbol es profundamente ilustrador: por muchas que sean las hojas y las ramas, todas se unifican en el tronco y es eso lo que las mantiene vivas porque la savia viene de abajo.
Para llegar a esta visión de las cosas, hay que elevarse muy alto, hay que tener miras muy elevadas y ser capaz de ver el conjunto. A medida que nos elevamos a planos superiores, las particularidades, las diferencias, desaparecen. Quienes han tenido la suerte de viajar en naves espaciales saben que desde el cielo sólo se ven los continentes y que las fronteras no existen. Por eso se puede decir que los nacionalismos exacerbados, los racismos y otras cosas por el estilo son indicio de una mente raquítica y de miopía mental.
No es que lo individual o lo particular no cuente. Esto llevaría a la negación de los derechos del individuo. De lo que se trata es de comprender que los rasgos y elementos personales sólo tienen sentido si los situamos en el conjunto. Una vez más tenemos que defender el equilibrio entre la parte y el todo, entre el individuo y el grupo, entre el ser uno mismo y el ser con los otros, entre lo particular y lo universal. Radicalizarse en un extremo implica inestabilidad porque se pierde el equilibrio.
En Pentecostés no se unifican las lenguas, pues cada uno conserva la suya, pero todos entienden el discurso de Pedro. Lo plural -las lenguas- se equilibra con la unidad -el discurso-. ¿Tan difícil es comprender esto? Debe serlo porque, de lo contrario, lo que resulta difícil es entender el discurso de más de un político empeñado en sembrar la división y crear enfrentamiento con todos los que piensan, sienten, optan y viven de un modo diferente al suyo. ¿Tan inseguros están de lo propio que sólo saben defenderlo destruyendo lo ajeno?
Francisco Echevarría
SOPLA, SEÑOR, TE LO PIDO
Hay una preciosa canción al Espíritu que se titula “Fruto nuevo de tu cielo”, pero en sus muchas versiones de Youtube suele encontrarse como “Sopla”, por las primeras palabras del canto. Dice así:
“Sopla, Señor, te lo pido, quédate esta noche en mi alma, pues solo tu amor y abrigo me dará consuelo y calma”. El mismo Jesús lo dijo: era necesario que él se marchara y que viniera el Espíritu. Para el evangelista Juan, la efusión del Espíritu se da a través de ese soplo que evoca las primeras páginas de la Biblia, la creación del hombre, y apunta así a la nueva creación. Los discípulos, atenazados por el miedo y con el alma sumida en la noche de la angustia, encontrarán, en el don del Espíritu, amor y abrigo, consuelo y calma; la verdadera alegría y la paz del Señor, que florecen y permanecen en el interior, sin depender de las vicisitudes exteriores.
“Sopla, Señor, sopla fuerte, envuélveme con tu brisa, y en tu Espíritu renuévame, hazme libre en tu sonrisa. A pesar de mis caídas, hazme fiel a tus promesas. Sopla, Señor, en mi vida, y arráncame esta tristeza”. Una brisa suave, para barrer las resistencias, o un viento impetuoso, si estas son especialmente fuertes; el Espíritu, señor y dador de vida, siempre viene a renovar, a liberar y desatar, a llenar de alegría y de vida nueva. No le paran al Espíritu las caídas, las limitaciones ni la vulnerabilidad. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito y guía al que tuerce el sendero.
“Sopla, Señor, tu grandeza; hazte viento, y bautízame en tu nombre; llámame a servir, Maestro, hazme fiel entre los hombres. Toma mi vida en tus manos, mis sueños, mi amor, mi todo, mis cansancios, mis pecados y moldéame a tu modo”. El Espíritu es el que recuerda todo lo que Jesús ha dicho y lleva a encarnarlo en la propia vida. Concede la gracia de la fraternidad, de ver hermanos y hermanas donde antes solo se veían competidores o directamente amenazas; hombres y mujeres a los que cuidar y por quienes velar para que también ellos lleguen a la plenitud de hijos de Dios. Para eso hay que vaciarse de todo lo propio, hasta de lo más bello y mejor, para dejarse hacer y llevar, mover y empujar en docilidad absoluta; transformar y recrear en orden a vivir en y para la comunión.
“Sopla, Señor, y hazte canto, pon tu Palabra en mis manos; en ellas tu Providencia y bendice a mis hermanos. Quiero ser de tu árbol rama, fruto nuevo de tu cielo, que madura en tu Palabra como un ave en pleno vuelo”. El Espíritu hace mucho más que mover, inspirar e iluminar, también canta un canto nuevo, el de las maravillas de Dios: su proyecto de amor y misericordia que llega a todos, que solo busca ser aceptado y acogido en gratuidad, y llevar a cada persona a la plenitud de su humanidad, de su filiación e identificación con Cristo. Hace misioneros y testigos, místicos enamorados, fascinados y apasionados por el reino, anunciadores de la buena noticia. Bendición de Jesús y caricia del Padre.
PENTECOSTÉS. EL ESPÍRITU SANTO NOS AYUDA
Pentecostés tiene un recuerdo diferente en el judaísmo y en el cristianismo. Para ellos la entrega de la Ley a Moisés en el Sinaí y, para nosotros, que los apóstoles, estando escondidos, recibieron la visita del Espíritu Santo.
Ellos permanecen aferrados a la tradición pero Dios nos sigue pidiendo, a todos, que cambiemos lo inservible por lo útil.
Los apóstoles sí cambiaron porque con la intervención del Espíritu Santo comprendieron la importancia de la evangelización, perdieron el miedo, salieron a predicar y fueron a otros lugares mostrando el camino del Reino. Como ejemplo de cambio por la intervención del Espíritu Santo tenemos a Pedro, aquel judío que rechazaba mezclarse con los paganos y, cuando Cornelio acudió a su casa, ya rompió las cadenas que lo esclavizaban a ese pensamiento, recordó el mensaje de Jesús, lo comprendió y comenzó a predicar y practicar la igualdad, el perdón, la ayuda…
Quienes comprenden a tiempo que enterrar el pensamiento viejo es una necesidad dan el primer paso para mejorar el suyo y cambian porque sin olvidar que decir y después seguir haciendo lo mismo no es lo que Cristo enseñó.
Cuando el Espíritu Santo se manifestó a los apóstoles
éstos, como Jesús, aceptaron el cumplimiento de su misión, salieron del escondite con valentía, predicaron ayudados del “don de lenguas” que recibieron y, quienes los escuchaban, entendían el mensaje en su propia lengua.
Pablo también evangelizó, fundó comunidades cristianas y les escribía cartas para ayudarles a corregir los problemas que iban apareciendo en ellas. Uno de esos problemas fue creerse preparados para continuar con la evangelización sin la ayuda de nadie y él les recordó que el papel del Espíritu Santo era ayudarnos, a nivel individual o colectivo, a reconocer a Jesús como Señor y que esa acción se realiza de manera invisible. También les recordó, proponiéndoles como ejemplo el cuerpo humano, que la Iglesia también tiene muchos miembros, que cada uno tiene que cumplir una misión distinta y que ese conjunto de actuaciones, bien armonizadas, nos permiten mostrar acertadamente el deseo de Jesús.
Publicar un comentario