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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL MIEDO AL COMPROMISO (Mc 10,2-16)
La pregunta que formulan los fariseos a Jesús es la que muchos católicos se hacen hoy día ante el aumento de divorcios y separaciones matrimonia¬les, si bien en la actualidad el problema se plantea en un contexto social y cultural bien distinto. En la Ley de Moisés estaba previsto y consentido el divorcio (Dt 24,1-4). Pero la situación era injusta porque sólo el esposo tenía la iniciativa y los derechos. La mujer era un sujeto pasivo. Además, algunos interpretaban el texto del Dt en sentido tan amplio que bastaba que se le quemara a la mujer la comida para divorciarse de ella y dejarla en la calle -en la sociedad patriarcal a la mujer sólo se le reconocen tres funciones: satisfacer los deseos del varón, darle hijos y hacerle de criada-. Una mujer abandonada sólo podía sobrevivir si se unía a otro hombre. El divorcio evitaba que fuera acusada de adulterio ya que éste se castigaba con la lapidación.
Cuando aquellos hombres plantean a Jesús el problema, él ve inmediatamente la injusticia de la situación, contraria al designio de Dios que no creó un señor y una criada, sino dos seres humanos llamados a ser uno. En su pensamiento el gran valor de la existencia es la unidad que tiene como fundamento el amor. El matrimonio es la expresión más profunda y comprometida de la unidad entre dos seres humanos. Sólo desde aquí podemos conectar con su pensamiento.
Hoy la situación es bien distinta. La defensa de la ruptura matrimonial tiene como telón de fondo el miedo al compromiso y un concepto del amor en el que prevalece la sensación sobre la emoción. Creo que, en occidente, el problema no es tanto el divorcio cuanto la incapacidad para comprometerse. Muchos prefieren juntarse sin pasar ni por el juzgado ni por la iglesia porque -según dicen- para estar juntos no necesitan bendiciones ni aprobaciones de nadie y, si la cosa no funciona, es más fácil separarse. El problema -la pregunta- es si puede haber felicidad sin amor y amor sin compromiso.
Evitar el compromiso significa aceptar resignadamen¬te que no existe el amor auténtico -ese que encuentra la felicidad en el bien del otro y se manifiesta en la renuncia y la ternura-. Y dar eso por supuesto es claudicar ante la mediocridad y superficialidad de la cultura de la apariencia y de la provisionalidad. Sólo es feliz el que bebe de la fuente que mana en su interior -el agua de los pozos sólo quita la sed un instante-. No es la posesión de lo que está fuera, sino la expresión -la donación- de lo que hay en el interior lo que llena el corazón humano y nos hace felices. Si el matrimonio se entiende como posesión y dominio, no es extraño que tarde o temprano se deshaga -por cansancio-. Pero, si se entiende como encuentro, como plenitud de uno en el otro, la cosa dura para siempre porque perder al otro es perder algo de sí mismo.
Francisco Echevarría
27 DM. TO. 06.10.24
El evangelio de este Domingo nos plantea la cuestión del divorcio y la condición de niño para aceptar el Reino de Dios.
El divorcio como tal aceptado en la ley mosaica, Jesús lo rechaza y va más allá de la ley y se remonta a las fuentes, al principio, a los origines,
Al principio de la creación Dios los creó… y por eso abandonaran la casa de sus padres, se unirán y serán los dos una sola carne, lo que Dios ha unido...
Este el evangelio nos da las notas del matrimonio que estaba en el proyecto de Dios, uno, de un hombre y una mujer, y para siempre.
Contra este proyecto de Dios viene la ley y permite el divorcio, tan dudoso entonces como ahora, pues Jesús los desmantela con la propia escritura.
Un autor nos dice que no se puede hablar de matrimonio sin hablar de sexualidad, ni se puede hablar de sexualidad sin hablar de amor y me pregunto quien, donde, cuando se da a los contrayentes una formación afectivo-sexual que lleve a la persona que contrae matrimonio una madurez tal que le capacite para la vida matrimonial?
Ni se da en los planes de estudios, creo, ni se da en familia, ni se da en unos llamados cursillos prematrimoniales con duración de días o fin de semana, corto a lo sumo, es decir vamos al matrimonio, este religioso, en blanco y claro así lo que nos espera es que lleguen los vientos, las tempestades y rompa contra una casa sin cimientos, contra una pareja sin formación alguna y avocada a un matrimonio, quizás a la ligera o manido en el tiempo.
Un escritor en una revista trató sobre el “carnet de padre” y decía que se nos exige acreditar una pericia para cualquier cosa y si no la pasa no te dan la posibilidad de conducir, por ejemplo, manipulador de alimentos,…. y para ser padre no se exige nada, “y cualquier tarado puede convertirse en padre, pone la semilla y a los nueve meses, esa responsabilidad gigantesca, le cae encima” (revista ICON Julio 2017)
Hoy no cuidamos la persona, la persona hoy no es ser, es el tener, el que tiene dinero, cosas, poder, influencia, el que… ese es el guay, el bueno/a el que se cuida de ser hombre/mujer en su ser verdadero, en su crecer como persona y como miembro de una familia, de una sociedad, de una comunidad de creyentes, ese no tiene futuro en este mundo del relativismo y dejar hacer, del indiferentismo para todo, de todo da igual, de…, este está avocado, dicen, al fracaso pero no es así.
Y la salida de ello, el divorcio, que resuelve situaciones y las crea, que pudieron ser evitadas “en sus orígenes” si partiéramos de una adecuada formación afectivo sexual y de la concepción de personas que nos propone el salmo ocho, relatado en la carta a los Hebreos de este domingo,
… cuando contemplo el cielo, obra de tus manos,/ la luna y las estrellas que has dispuesto,/ qué es el hombre para que te acuerdes de él,/ a penas inferior a los ángeles lo hiciste, el diste el mando de las obras de tus manos,/ lo coronaste de gloria y majestad…
Esa es la persona que pregonamos, esa es la persona que Dios quiso en su proyecto y que la misma persona ha desvirtuado y hoy puede que no sepamos qué somos porque nos hemos apartado tanto, tanto que no nos acordamos, quizás, de que tenemos otros hermanos, débiles y que tenemos que hacernos débiles para ser lo/el más importante en el Reino de Dios, desde esa concepción original de nosotros mismos.
Mucho podríamos hablar, pero no es el espacio ni el momento y nos quedamos en generalidades, algunas concretas, pero nada más, y creo que como el carnet de padre, nos es necesario un concienzudo discernimiento de la formación integral de la persona como tal y de la persona que va a contraer matrimonio, incluso el matrimonio civil, pues está en el principio de lo más grande, la familia, cosa que parece está devaluada.
Recemos con el salmista “que Dios nos bendiga todos los días de nuestra vida”
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir, ¡AMEN!
EL MATRIMONIO: LO QUE FUE Y LO QUE DEBE SER
El relato sobre los seres que poblaron la Tierra, todos necesarios e importantes, nos muestra al hombre como el más relevante pero, después de nombrarlos, se sintió sólo porque no encontró ninguno que pudiera ayudarle y Dios le dio a la mujer como compañera. Con esa decisión el matrimonio inició su andadura y se nos enseñó que los esposos eran iguales y vivirían unidos, amándose, ayudándose y respetándose. Pasaron los años y no se cumplió el plan de Dios al surgir diferencias entre ambos, el hombre tenía demasiados derechos y la mujer pocos y muchas obligaciones.
Más adelante, para solucionar las crisis matrimoniales que se presentaban, el pueblo le planteó a Moisés, una petición muy egoísta: Permitirles romper el vínculo contraído separándose de la esposa y él cedió.
Preguntado Jesús sobre el tema afirmó que la decisión de Moisés fue una equivocación porque las leyes de Dios no se pueden modificar y, quienes se casan de nuevo, cometen adulterio contra las personas de las que se separan.
Como los niños tampoco eran respetados por aquella sociedad, incluso por los apóstoles, Jesús les dijo que para entrar en el Reino de Dios debían tratar al prójimo con la inocencia, sencillez y humildad de ellos y abandonar el egoísmo que empuja a las personas a poseer cada vez más.
Las enseñanzas de Jesús y sus apóstoles hicieron que las personas acogieran su mensaje, dieran un cambio positivo a sus vidas y se formaran comunidades cristianas en diferentes lugares pero, cuando ocurrieron los acontecimientos que desembocaron en el doloroso final de Jesús sus miembros sufrieron y quedaron muy afectados.
Con la Carta, el autor intentó levantarles el ánimo mostrándoles la realidad de lo ocurrido para que no se confundieran prestando demasiada atención a lo tangible de los hechos, la muerte de Jesús, y evitarles que ofuscados no vieran lo más importante… ¡El gran sacrificio que hizo Él para regalarnos la salvación!
En nuestros días, por la ley del péndulo, la mujer ha pasado de una posición sin derechos a tenerlos todos y el hombre detenido. Ocurre pero no debería serlo hasta que no se investiguen los hechos pues todos los casos no son iguales y somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, por eso opino que ni aquello ni esto. Lo deseable es que sólo haya… ¡Igualdad, siempre igualdad, y mucho respeto! ¡Verdad en los argumentos y no mentiras inculpatorias de diseño!
¿Qué diría Jesús, hoy, de lo legislado en España? ¿La Iglesia interpreta las separaciones igual que Jesús o ha aflojado la cuerda?
DIOS LOS CREÓ HOMBRE Y MUJER
Que el divorcio es malo, lo sabemos quienes pisamos calle a diario y somos testigos impotentes de sus consecuencias. Como catequista de Primera Comunión, he visto de cerca las consecuencias en los niños. Pequeños tristes y confundidos que no se resignan a ver a sus padres separados y han de integrar en su vida a la nueva pareja de papá o mamá. Abuelas que sufren lo indecible porque alguno de los nietos ha dejado de ir a su casa por ser la del padre o la madre. Tías que mantenían una relación entrañable con sobrinos que ahora, debido a un divorcio, han roto todo trato con ellas. Familias disgustadas porque uno de sus miembros ha salido de sus vidas después de años de convivencia cercana y cordial, en muchos casos.
Pero, quienes sufrimos en carne propia el divorcio y las segundas nupcias de nuestros padres o uno de ellos, sabemos también, estamos convencidos, mejor, de que Dios no puede querer para nadie un matrimonio desgraciado, desigual, que se acaba convirtiendo en un infierno en la tierra para uno o, más a menudo, los dos.
Creo que se ha avanzado mucho, no hay más que ver el texto de Amoris Laetitia que nos propone Juan, en la Iglesia en la comprensión y el apoyo a estas parejas rotas que siguen buscando el amor en su vida y otro/a compañero/ a de camino. Todo esfuerzo en este sentido ha de ser bienvenido y constante.
Como comunidad cristiana nos toca respetar, comprender y apoyar siempre a quienes sufren; y ayudar, en la medida de lo posible y poniéndonos siempre en los zapatos del otro, a que el proyecto de Dios, de igualdad y ayuda mutua, sea una realidad en nuestros matrimonios.
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