DOMINGO-31B

sábado, 26 de octubre de 2024
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1 comentarios:

{ Maite } at: 28 octubre, 2024 23:15 dijo...

MÁS QUE TODOS LOS HOLOCAUSTOS Y SACRIFICIOS
Santa Teresita, que afirmaba amar a Dios sobre todas las cosas desde su más tierna infancia, reconocía haber pasado mucho tiempo dedicándose a ello principalmente. Esto fue así hasta que, como dice, “la caridad entró en su corazón”, y con ella todos los demás, de modo especial los más alejados de la fe.

Nos engañamos, como bien enseña Juan, el evangelista, cuando pensamos amar a Dios sin amar al hermano. Esto es algo bastante común en las comunidades religiosas, donde todo está dispuesto en orden al amor a Dios y el resto de las hermanas parecen, a menudo, un estorbo en el camino, una piedra en el zapato, un impedimento para gozarse y embeberse en ese amor divino. Tal engaño proviene de nuestro ego, que distingue entre él y los demás; que parte y divide. Desde nuestro ser auténtico, ahí donde habita Dios, solo podemos amar con un único y mismo amor a Dios y a los demás. No podemos hacernos partes o corremos el riesgo de vivir en una especie de esquizofrenia permanente.

Es más, amamos a Dios, a los demás y a nosotros mismos con el mismo corazón, la misma alma, el mismo ser. No puede fallar uno, o dos, en detrimento de los demás. Los tres amores crecen y se desarrollan en nuestro interior o se empequeñecen y menguan a la vez.

Un engaño más consiste en creer que todos nuestros holocaustos y sacrificios suplen la falta de amor. Somos muy dados a coleccionar sufrimientos, prácticas y cumplimientos confundiéndolos con el amor. Este se reconoce, se manifiesta, irradia y se expande desde la entrega que, muchas veces, se hace a través de gestos muy pequeños pero muy significativos.

Uno de ellos, muy oculto, si se quiere, pero muy eficaz, es el de la escucha. Escuchar al otro es redentor para él y para mí. Haciéndolo desde el más profundo olvido de nosotros mismos y nuestras cosas para acoger al otro con alma, vida y corazón; como si solo él existiera durante el tiempo que dura nuestra escucha. Identificándonos con él y haciéndonos uno con él. Quien escucha así, escucha a Dios y sabe escucharse a sí mismo.

Una buena muestra de amor es, pues, permanecer a la escucha, que también es triple: de Dios, de los demás y de nosotros mismos. Es una buena y sana ascesis, entendida como disposición o apertura, como entrega de la buena, y que supera con mucho a otros holocaustos y sacrificios más orientados al engorde del ego y menos al amor.