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sábado, 26 de julio de 2025
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4 comentarios:

Paco Echevarría at: 26 julio, 2025 09:52 dijo...

LA AVARICIA (Lc 12,13-21)

Son siete las necesidades del ser humano y satisfacerlas de un modo adecuado viene a ser la tarea fundamental de la vida. Las tres primeras tienen que ver con el mundo material. Son la necesidad de bienes que garanticen nuestra supervivencia y nos den seguridad; la necesidad de gozar del don de la vida en medio de las dificultades; y la necesidad de realizar nuestros proyectos que nos proporciona confianza en nosotros mismos y eleva nuestra autoestima. La cuarta es la más humana: se trata de la necesidad de amar y ser amado. Cuando es rectamente satisfecha, nos introduce en el ámbito de las necesidades espirituales, que nos acercan al mundo de lo sobrenatu¬ral. Las tres últimas son: expresar nuestro mundo interior –ser creativos–, comprender la verdad de la existencia y alcanzar la sabiduría por la que comprendemos nuestro destino último y el sentido de la vida.

Las tres primeras son –como las restantes– necesidades fundamentales del ser humano, pero encierran un peligro: cualquiera de ellas puede atrapar el corazón e impedir el progreso del espíritu hacia estados superiores. Quien queda atrapado en la primera es víctima de la codicia. Su vida no tiene otro objetivo que acumular riquezas y bienes. Quien se deja dominar por la segunda cae en el hedonismo, en la búsqueda compulsiva del placer y se vuelve incapaz del sacrifico, la renuncia o el esfuerzo. El esclavo de la tercera tiene un desmedido afán de poder. Su objetivo es dominar el mundo. Lo paradójico de la vida es que, siendo tres necesidades, son tres posibilidades y, a la vez, tres riesgos, aunque, la más peligrosa es la primera.

Jesús dice, refiriéndose a ella, que es de necios acumular riquezas para uno mismo y no ser rico ante Dios y el autor de los Proverbios hace gala de equilibrio y sensatez cuando pide: "Señor, no me des riqueza ni pobreza, sólo lo necesario para vivir" (30,8).

La verdad es que resulta extraño este lenguaje en Occidente, dado que es un mundo atrapado en las tres primeras necesidades. Pero creo que ya es hora de empezar a hablar del callejón sin salida en el que estamos metidos. Porque ¿a dónde nos está llevando la idolatría del dinero, el afán de placeres y el ansia de poder? ¿Acaso a un mundo más humano y feliz? En el siglo pasado hemos creado la utopía del progreso y de las libertades y hemos caminado hacia ella, pero al final lo que encontra¬mos es un mundo de ricos muy ricos y pobres muy pobres, donde las libertades individuales son encadenadas por los violentos y los poderosos y las nuevas generacio¬nes, víctimas del vacío existencial, tratan de disfrutar a tope porque nadie les ha mostrado otra felicidad. Necesitamos desandar el camino y situarnos en el sendero adecuado. Quienes lo muestren serán los verdaderos bienhechores de la humanidad.

Anónimo at: 30 julio, 2025 14:24 dijo...
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Paco Pérez at: 30 julio, 2025 18:22 dijo...

EL DINERO, EL ORIGEN DEL MAL
Reflexionar sobre los temas de la vida es bueno, Qohelet lo hacía y, al finalizarlas, siempre acababa decepcionado.
Supongamos que una persona honrada trabaja durante la jornada laboral muy bien, al acostarse planifica mentalmente cómo hacerlo mejor al día siguiente y descansa poco. Un tiempo después, cansado, comprueba que todo sigue igual, medita y, decepcionado, decide que no mereció la pena preocuparse tanto por los temas porque lo que tenemos es fruto de vivir en una sociedad vacía de principios y repleta de injusticias e irresponsabilidades.
Opinan así quienes honradamente luchan por hacer un mundo diferente y mejor pero cuando el interés por lo material se instala en la sociedad las personas se distancian de Dios y, por egoísmo, adoran al dios dinero.
Sucedió en el pueblo judío, ahora en nuestra sociedad y eso prueba que nada ocurre por casualidad. Cambian los tiempos, las personas y los procedimientos administrativos pero el problema siempre es el mismo, el deseo desmedido de poseer.
Jesús conocía esta realidad y por eso respondió y enseñó, con sus vivencias, sobre lo que ocurrió con los hechos del evangelio: Dos hermanos enfrentados por el reparto de la herencia paterna. Como las leyes judías establecían quienes tenían esa responsabilidad lo remitió a ellas porque Él no era la persona adecuada y así nos enseñó que no debemos opinar sobre los asuntos ajenos cuando desconocemos los hechos o no tenemos autoridad para hacerlo.
Sí opinó sobre el origen de estos problemas, el egoísmo desmedido por el dinero, lo que es importante en la vida y qué no y reprochó cómo nos esmeramos en acumular lo perecedero. También afirmó que quienes creen que ahí está la felicidad se equivocan porque no piensan que algún día se irán y lo dejarán todo, que ese día puede presentarse en el momento más inesperado, que iremos a la presencia del Señor y tendremos que rendir cuentas de lo que aquí hicimos con el prójimo y no de lo que poseemos.
Pablo les aconsejaba meditar mirando hacia arriba para que supieran distinguir entre lo que no tiene valor aquí y lo que sí, qué es prioritario y qué no, cambiar los comportamientos equivocados y conseguir instaurar una sociedad igualitaria.

{ Maite } at: 31 julio, 2025 15:49 dijo...

LC 12, 13-21 TENER O NO TENER
R. Tagore tiene un bello poema que podría ilustrar muy bien el tener o no tener bienes, y que desvela lo verdaderamente valioso en la vida. Se titula “El hogar”. Dice así:

“He acabado mi negocio. Están hechas las cuentas y regreso a mi hogar. ¿Qué he de pagarte, guardián? Tranquilízate, algo me resta aún. La suerte no me lo ha quitado todo”. Al fin de la jornada, el honrado trabajador regresa a casa, al hogar. Pero, aún quedan asuntos por resolver y hay que pagar al primero que sale al camino para cobrar. Con serenidad, el trabajador se apresta a ello. Todavía queda dinero en la bolsa. La suerte/la vida misma no se lo ha llevado todo; y el trabajador, que atesora lo que ha ganado con el sudor de su frente, pero sabe relativizar el valor de lo conseguido, no tiene dificultad en desprenderse de lo que debe.

“Se ha detenido el viento y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo no anuncian nada nuevo. El agua espera callada el vendaval. Voy a pasar al otro lado del río pues tengo miedo de que caiga la noche. ¿Me pides el dinero del viaje, barquero? Sí, hermano mío, algo me resta aún. La suerte no me lo ha quitado todo”. Arrecia la oscuridad en el camino del regreso, y el trabajador, que sueña con su hogar, siente el miedo helado que le atenaza, con densos nubarrones que amenazan con adentrarse en su alma. Hay que pagar al barquero para llegar con seguridad. El dinero está para un fin, para procurarse lo necesario en cada momento. Y el barquero que lo demanda lo hace en concepto de salario por su trabajo. También tiene para eso nuestro trabajador. El otro, que también se gana la vida con el sudor de su frente, es un “hermano”; ¿la hermana muerte?

“Un mendigo se ha sentado a la vera del camino debajo de un árbol. Me mira esperando con timidez. Es muy posible que crea que llevo mucho dinero. Sí, hermano mío, algo me resta aún. La suerte no me lo ha quitado todo”. Nuestro trabajador es no solo desprendido, sino también generoso, y reconoce, a lo largo del camino, el rostro de la miseria, de una necesidad mayor que la suya. No juzga al mendigo, no lo rechaza ni lo rehúye, no lo esquiva dando un rodeo. Ve en él a otro hermano más desfavorecido, y una vez más, comparte lo que le queda.

“Ya ha caído la noche y se ha desvanecido el camino desierto. Brillan las luciérnagas en medio de las frondas. ¿Quién me andará siguiendo en silencio, ocultándose si me vuelvo a mirar? ¿Quieres robarme, verdad? Pues no te marcharás con las manos vacías, pues algo me resta aún. La suerte no me lo ha quitado todo”. El camino no solo depara mal tiempo y mendigos a su vera; también peligros, violencia, avaricia que acecha. El trabajador sabe aceptar que todo lo que está, está bien. El mal forma parte de la vida; es inseparable del bien. La otra cara de la moneda. Y no lucha, ni se evade; no lo evita, lo afronta. Pero no hay comunión con quien violenta; no lo llama hermano.

“Luego, cuando a medianoche llego a mi casa con la bolsa sin nada, tú me estás aguardando a la puerta, con un mirar ansioso, insomne y silenciosa, y te echas en mi regazo como un tímido pájaro, llena de amor. Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto me resta aún! ¡La suerte no me lo ha quitado todo!” Acaba el camino, ¿la vida?, y la bolsa está vacía. Todo se ha entregado, se ha compartido, se ha dado; hasta se ha dejado quitar. Y la amada, que espera, sale al encuentro; ¿la muerte? El trabajador se siente lleno; nada le falta. En el hogar, ¿vida eterna?, tiene todo lo que ama y le llena. No necesita más. Su ser rebosa. Todo él. Su riqueza, no estaba en la bolsa.