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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PODER DE LA FE (Lc 17,5-10)
Hay respuestas de Jesús que sorprenden porque no parecen guardar relación con la pregunta que le hacen. La que da en este pasaje evangélico es una de ellas. Le piden sus discípulos que les aumente la fe y él responde diciendo que la fe es muy poderosa y que es más cuestión de hacer que de decir. En realidad, está respondiendo a la mentalidad desde la que ellos hablan: la fe -viene a decirles- no es asunto de cantidad, sino de calidad y compromiso.
Es innegable que el tema de la fe está de plena actualidad: en unos casos por el rechazo abierto y hasta militante de quienes niegan el orden sobrenatural y la existencia de Dios; en otros por todo lo contrario, pues, en muchos ambientes se detecta un despertar del interés por lo religioso, lo sobrenatural, el misterio... El mundo, una vez más, es un reino de contrastes. Y esto tiene grandes ventajas porque ya la fe no es una postura existencial heredada o vivida desde el ambiente, sino una opción personal. Decir -como algunos siguen diciendo- que la gente va a la misa para que la vean no deja de ser un tópico y una simpleza propia de quienes viven todavía anclados en el pasado. Suelen ser los mismos que se ponen de uñas y hablan de intromisión en la vida pública, cuando alguien perteneciente al mundo religioso dice algo que va contra sus intereses, opciones políticas o posiciones existenciales. Argumentan que eso no es admisible en un estado aconfesional, confundiendo así el estado aconfesional con la aconfesionalidad de los ciudadanos. Quisieran éstos que la religión fuera algo íntimo y privado sin ninguna presencia o relevancia en la vida social. Se reconoce el derecho, pero se niega la posibilidad de ejercerlo.
La fe es una opción existencial que compromete a la persona en todas las dimensiones del ser, incluida la social. El derecho a creer implica, por tanto, también el derecho a expresar públicamente la fe y las opciones que se derivan de la misma. El respeto al otro implica que no puedo imponer a nadie mis creencias y el respeto a mí mismo, que nadie puede impedirme que exprese públicamente mi fe. Lo contrario nos lleva al totalitarismo.
A los creyentes, las palabras de Jesús nos advierten de la necesidad de cuidar la intensidad o calidad de nuestra fe. No es cuestión de tener mucha -como si todo se resolviera creyendo una gran cantidad de verdades y dogmas-, sino de que sea viva y comprometida, porque la fuerza le viene de lo viva que esté, no de lo amplia que sea. La eficacia del grano de mostaza lo demuestra. Por eso debemos incluso moderar nuestro lenguaje y no hablar tanto de tener fe cuanto de ser creyentes. El actuar brota desde el ser, que esa es otra de las modas actuales: decir que soy creyente, pero no practicante. ¿Cómo se puede creer sin vivir de acuerdo con la fe que se profesa?
¿QUÉ ES LA FE? CREER Y CONFIAR EN DIOS
La fe siempre estuvo presente y lo comprobamos con las dudas que tenía Habacuc por creer que no era escuchado por Dios pero, en sus oraciones, le pedía con fuerza su ayuda para entender sus mensajes.
El Señor le aconsejó tener fe, escribir sus vivencias y no tener prisa porque la respuesta llegaría puntual y se mostraría.
Hoy, algunos cristianos manifiestan con naturalidad que tienen fe pero… ¿Lo que hacen se corresponde con las enseñanzas de Jesús?
La tienen quienes trabajan por un mundo mejor y fracasan quienes buscan con la boca blanquear su mal comportamiento.
Quienes tenían poca fe seguían su camino pero Jesús intentaba ayudarles para que comprendieran la realidad del Reino.
Nosotros debemos preguntarnos… ¿Tengo fe?
Creer y confiar en Dios es el camino pero enfadarnos con Él cuando tenemos contratiempos no.
Los apóstoles tardaron en comprender qué era la fe porque, aunque estaban a diario con Jesús, les faltaba la confianza plena en Dios, se sentían fracasados y titubeaban al intentar resolver las necesidades ajenas pero, cuando comprendieron el origen de su problema, rectificaron, buscaron a Jesús y le pidieron: [Auméntanos la fe.].
Él les mostró el camino y sirvió para todas las personas: [Si tuvierais fe como un granito de mostaza... Y os obedecería.].
La fe no suele marcar el camino que debe haber en la relación laboral que hay hoy, y había, entre el trabajador y el propietario por el comportamiento inadecuado de las partes.
Por la parábola sería un error pensar que Jesús deseaba indicarnos que las relaciones del cristiano con Dios debían seguir el papel del trabajador, tener sólo obligaciones con Él. La realidad es distinta: Dios es misericordioso con las personas y nosotros debemos responderle caminando con responsabilidad, confiando plenamente en Él, no ofenderlo, no exigirle nada y esperar de Él todo.
Pablo animaba a los cristianos a emprender el camino de la evangelización sin miedo, siguiendo el ejemplo que él les dio y a permanecer en la lucha empujados por la fe en Jesús y el Espíritu Santo.
CUESTIÓN DE FE
A menudo, podemos sentirnos tentados de pedir, con los apóstoles, un aumento de fe. Seguramente porque con ello buscamos, en el fondo, entender mejor a Dios, conocer sus pensamientos y, con ello, manipularle a placer. O carecer de dudas, de búsquedas de sentido, de incertidumbres en el camino. También podemos llegar a creer que, con más fe, tendríamos acceso más directo a él y conseguiríamos más cosas con nuestra oración, más favores.
Con una fe más grande las tormentas de la vida podrían desaparecer, o ser mucho más llevaderas. Y nuestra vida espiritual sería más sólida y estable, más previsible, se desarrollaría de una manera más uniforme y segura.
Pero nuestra fe nace, crece y se va desarrollando, va madurando y acrisolándose; se va despojando de aquello que le resta pureza, de todo interés espurio, y se va entrelazando, hasta confundirse, con la esperanza y el amor.
La fe tiene mucho que ver con el enamoramiento y esa perpetua presencia del amado que tiñe de color un día entero y todos los días que vienen después. Que llena de aroma todo lo cotidiano y hace grande lo más pequeño. La fe sostiene y alienta, guía y acompaña, y mece al alma con la certeza de que no está sola y abandonada a su suerte.
No es cuestión de tener una fe más o menos grande, pero sí hay que alimentarla, y un medio poderoso para ello es la oración y la meditación de la Palabra. O compartirla con otros hermanos y hermanas.
La fe es un regalo, un don, y como tal ha de ser acogida y mimada, cultivada y defendida, apreciada y cuidada.
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