6º Domingo Ordinario - C

jueves, 1 de febrero de 2007
11 Febrero 2007

JEREMIAS: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.
1CORINTIOS:
Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.
LUCAS:
Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

Descargar Evangelio del 6º Domingo Ordinario - C.

Juan García Muñoz.

3 comentarios:

Anónimo at: 01 febrero, 2007 16:26 dijo...

POBRES Y RICOS (Lc 6,17.20-26)

Dos lógicas se enfrentan en las bienaventuranzas en la presentación que hace san Lucas: la de Dios y la de los hombres. La lógica de lo humano afirma que la felicidad está en la posesión de la riqueza, en la satisfacción de las ambiciones personales, en el placer y la diversión y en el prestigio y la gloria. La pobreza, el hambre, el llanto y el desprecio son la expresión de la desdicha. La lógica de lo divino afirma, por el contrario, que todo esto es efímero porque es el final lo que cuenta y que de nada sirven riquezas, saciedad, risas y honores si, al final del camino, acecha la miseria, el ansia insatisfecha, las lágrimas amargas y el desprecio.

Hablar de la lógica de lo divino en un mundo como el nuestro resulta cuanto menos chocante y más de uno -creyente o no-, desde el pragmatismo que nos caracteriza, piensa que es una fantasía propia más de espíritus poco realistas que de hombres con los pies en la tierra. Creen éstos que debemos ocuparnos de la vida sin pensar en la muerte porque ésta -cuando llegue el momento- se ocupará de nosotros sin dar avisos ni pedir permisos. Más aún: afirman que sólo tenemos el presente ya que el pasado se nos ha ido de las manos y el futuro a nadie pertenece. Entienden el vivir como el arte de apurar la copa que la vida ofrece en cada instante sin dejar que los recuerdos o los proyectos nos la vuelquen.

El problema es saber si funciona este modo de entender la vida. Hay en el ser humano un deseo legítimo y universal -ser feliz- que es como el motor de la vida y que condiciona todas las decisiones que éste toma. El problema es acertar en la elección del camino que hay que recorrer para satisfacerlo. La pregunta a la que nos enfrentamos -y la opción que, según sea la respuesta, hemos de hacer- tiene que ver con las dos lógicas de las que hablamos: la lógica de lo inmediato y la lógica de lo último. Es el final lo que hace muestro si el camino recorrido ha es el acertado o no.

Jesús es afirma que el río de la riqueza y los honores y cosas semejantes, al final, desemboca en el mar de la desdicha y que, por tanto, es un camino equivocado. No pretende negar el derecho a poseer los bienes necesarios para vivir o a realizar los propios deseos y proyectos; tampoco presenta el sufrimiento como un ideal ni defiende la humillación. Sus palabras advierten del error no infrecuente que es perder de vista la meta en el viaje de la vida. Sólo quien conoce el destino elige el camino adecuado, sólo quien tiene en cuenta lo definitivo comprende el verdadero valor de las cosas. ¿Merece la pena gastar la vida en construir un castillo de arena pudiendo hacerlo de piedra? Ver las consecuen¬cias últimas de lo que hacemos no nos priva del placer de vivir, sino que -por el contrario- nos permite discernir con acierto entre lo que nos hacer verdaderamente felices y lo que sólo sacia un instante.

Anónimo at: 01 febrero, 2007 16:27 dijo...

LA VIDA DE LOS POBRES

Un evangelio, como el de este domingo, nos inquieta y nos interroga de muchos modos. Pero la respuesta no está tanto en el esfuerzo humano como en el don de Dios, como toda la vida creyente, la vida de la Gracia. Y los que trabajan con los pobres nos enseñan un camino, porque al meterse en sus vidas aceptan hacer, como ellos, cosas pequeñas.

Y es que los pobres no hacen nunca cosas grandes e importantes; no tienen historias que contar; ni antepasados ilustres, ni árbol genealógico, ni se les ve, ni se oyen sus quejas y sus gritos: porque como decía Miguel Hernández: "que son campana de palo las razones de los pobres".

Los pobres siempre pasan desapercibidos y así se entiende el silencio que envuelve la vida de la familia de Nazaret durante 30 años.

Meterse en la vida de los pobres es valorar las cosas pequeñas que la ocupan: costumbres, fiestas, cuentos, recuerdos, diversiones y lágrimas.

Si no se valoran las cosas pequeñas nunca se entrará en sus vidas. Y si no se entra en sus vidas no se aprenderá nada de ellos dificultándose así la acogida del Reino de Dios.

Lo decía el filósofo: "No es preciso que te deshagas de tus posesiones, sino de tu afán de poseer". Y también el salmista:
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros,
ni voy detrás de las cosas grandes,
que están fuera de mi alcance,
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niños en los brazos de su madre. (Sal 130)

Anónimo at: 05 febrero, 2007 01:37 dijo...

LOS POBRES Y NOSOTROS O LOS POBRES EN NOSOTROS
Jesús vivió la misión de evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), con un estilo de vida que era de pobreza radical.
La caridad del Buen Pastor se expresa en la pobreza como signo de donación: “el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20). El Amor de Dios es un amor que se da totalmente.
Esta es la relación que los cristianos deben tener con los pobres: la autodonación que nace del amor.

Pudiera ser un error por nuestra parte relacionarnos con los pobres desde lo puramente moral. Desde esta postura no existe la buena noticia. Los pobres no son amados, integrados en la comunidad, sino que más bien, su situación, es objeto de un juicio de la razón moral.
La teología moral insiste en el cuidado que se ha de tener a la hora de discernir desde dónde nos nacen las motivaciones. A veces es necesario “tomar conciencia” de la voz de Dios, que es la verdadera conciencia del cristiano.
Aunque pudiera parecerlo, estas afirmaciones no pretenden desligar la fe del compromiso moral. Todos los testigos de las tradiciones cristianas primitivas han tratado de insertar los ámbitos de la praxis en el foco de la proyección de la fe.

El amor a los pobres y la obligación moral de socorrerlos o promocionarlos son dos dimensiones de la caridad cristiana. Así lo destaca Benedicto XVI en su primera encíclica. Aunque bien se atreve a decir que lo genuinamente cristiano es el amor al estilo samaritano.

Una vez más, la Eucaristía, centro de la vida cristiana, nos viene a salvar de posibles errores, conduciéndonos hacia la plenitud del evangelio.
Precisamente es Lucas el evangelista que más se refiere a los pobres en el contexto de los banquetes mesiánicos.
A la comida eucarística primitiva asistían mujeres, esclavos, libres, paganos bautizados, pobres, ricos. Según los exegetas era una comensalidad abierta. No existía la discriminación ni la vergüenza.

La Eucaristía nos enseña que el amor ágape, es el criterio válido para relacionarnos con los pobres y con toda la humanidad. No puede caber la exigencia moralista ni el “machaqueo” de las conciencias en las comunidades cristianas. Algo a lo que estamos muy acostumbrados, desgraciadamente.

Sólo del amor puede surgir un mundo nuevo. Sólo desde el amor se puede llamar feliz a un pobre.

El pajarillo de Judá.