Hechos: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
1 Pedro: Como era hombre, lo mataron, pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Juan: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor.
1 Pedro: Como era hombre, lo mataron, pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Juan: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor.
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Juan García Muñoz.
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EL ESPÍRITU DE LA VERDAD (Jn 14,15-21)
Hay en el evangelio de Juan una contraposición entre el espíritu de la verdad -del que aquí se habla- y el espíritu de la mentira -del que se habla en su primera carta- y entre el grupo de los discípulos -que lo han recibido- y el mundo -que es incapaz de conocerlo-. Jesús sigue despidiéndose de los suyos y preparándolos para la separación. Si el domingo pasado los animaba a superar el miedo con la fe, en éste los tranquiliza con la promesa de su vuelta: “No os voy a dejar desamparados: volveré a vosotros”. La condición es que demuestren su adhesión a él con el amor. Éste es el ciclo de la verdad: el amor ayuda a superar el miedo; esto produce sosiego y confianza frente al mundo; la confianza se expresa en el cumplimiento del mandato de Jesús y éste es, a su vez, garantía de la presencia del Espíritu. Las palabras de Jesús son un aviso a los discípulos para que no queden atrapados en el círculo de la mentira.
El mundo del que aquí se habla, no es la humanidad ni el entorno de la creación. Se trata, más bien, de esa entidad instalada en la mentira que es, por ello, enemiga de Dios y del hombre. En la simbología del Antiguo Testamento, es representada por la serpiente que, con engaño, hace que el hombre pierda la inmortalidad y atraiga sobre sí todos los males para escurrirse luego ella misma en la miseria y revolcarse en el polvo.
Hay una lucha -una guerra constante- entre el espíritu de Jesús y el espíritu del mundo, entre la verdad y la mentira, entre la luz y las tinieblas. La confrontación tiene lugar en el seno de la comunidad cristiana y en el corazón de cada ser humano. La vida viene a ser, en último término, una opción por uno u otro bando. Quien opta por la verdad va poco a poco construyendo su vida sobre ella y, con el tiempo, se encontrará inmerso en un estanque de amor, lealtad, confianza, justicia... Quien opta por la mentira va poco a poco destruyendo todo aquello que le rodea, hasta destruirse a sí, porque se instala en la desconfianza, el temor, la ira, el egoísmo, la avaricia...
¿A qué responde esa opción? No es fácil la respuesta. Una vez más nos topamos de lleno con el misterio de la libertad, ese don tan sagrado y querido por Dios que no priva de él a los humanos, a pesar del riesgo que conlleva. Algunos quisieran sacrificarla en aras de la seguridad. Olvidan éstos que la negación de la libertad lleva inevitablemente al sacrificio de la verdad y, por tanto, del amor. Sin libertad nos vemos privados de los mejores dones. Sólo cabe educar para que seamos capaces de soportar la carga de ser libres. Mi pregunta y la de muchos -al ver a los más jóvenes- es si lo estamos haciendo bien o, por el contrario, hemos devaluado -desvirtuado- un don necesario e inevitable. Ser libre más que un derecho es un reto difícil de afrontar.
Para Jesús todo es cuestión de amor, amor personal. Por eso no se trata tanto de cumplir, guardar, observar, normas, mandamientos o preceptos, cuanto de amar. El que ama, cumple y guarda por el hecho mismo de amar, porque cumplir, nace y brota del amor, por él se lleva a cabo y en él encuentra su meta y su fin. Y fuera de él no tiene sentido y acaba en amargura y dureza de corazón.
Fuera del cristianismo ninguna religión concibe una relación con Dios como la de Jesús con nosotros, o el Padre, o el Espíritu. Una relación tan íntima y personal que el mismo Dios vive en nosotros, está en nosotros. Un vínculo tan estrecho que Jesús promete no dejarnos nunca solos y darnos su Espíritu que nos guíe hacia la verdad plena.
Jesús sintetizó todos los mandamientos en uno: el del amor de unos con otros. Y es su voluntad que todo salga de ahí y ahí se encamine y oriente. Este es el camino y sello del cristiano; y la garantía y prenda de que el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu está en él, y en él mora y permanece.
En esta compañía y en este empeño, ya sea en la bonanza o la desgracia, en la alegría o el sufrimiento, glorificamos al Señor en nuestros corazones, y estaremos siempre prontos para dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere.
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