Sabiduría: En el pecado das lugar al arrepentimiento.
Romanos: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
Mateo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
Romanos: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
Mateo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
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Juan García Muñoz.
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No todo lo que dice Jesús es fácil de entender. No es fácil entender que el bien y el mal, la buena semilla y la cizaña, crezcan juntos en evidente falta de armonía, para escándalo y confusión de muchos. No es fácil entender que cada uno de nosotros somos un campo de batalla donde se enfrentan, a muerte, dos enemigos enconados e irreconciliables: la buena semilla y la cizaña.
Es una propuesta lógica la de quienes pretenden arrancar la cizaña, pero peligrosa. Hacen falta otras manos, no las nuestras. A nosotros se nos pide aceptar la situación: que no somos trigo limpio al cien por cien, y que no es tarea nuestra purgar el mundo eliminando la cizaña por nuestra cuenta. Y en nuestro interior tendremos que aprender a convivir también con ambos, sin empeñarnos en extirpar de raíz la cizaña que llevamos dentro. También para ella llegará el momento oportuno, pero eso lo decide el sembrador, que vigila con cuidado y vela por su tierra.
A nosotros se nos pide esperar y tener paciencia, creer y confiar en el sembrador. Es una decisión arriesgada dejar que crezcan juntas la buena semilla y la cizaña, pero él no quiere sacrificar ni una sola de las espigas de trigo. También es mejor dejar en sus manos la limpieza de nuestra tierra. Él conoce el momento adecuado de arrancar los brotes dañinos respetando el crecimiento lento y seguro de la buena semilla. Solo Él puede extirparlos de raíz sin romper ni herir la tierra blanda y húmeda.
Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, e intercede por nosotros con gemidos inefables.
EL BIEN Y EL MAL (Mt 13,24-43)
La segunda parábola del reino habla de la cizaña. La situación que retrata es la de un hombre que ha estado trabajando todo el día en las tareas de la siembra. Un vecino envidioso maquina el modo de hacer inútil tanto esfuerzo. Durante la noche -al mal le gusta ocultarse en la oscuridad-, siembra la tierra de cizaña. Que sólo se dé cuenta del problema cuando la cosa tiene mal arreglo tal vez se deba a que hay un tipo de cizaña -el joyo- que, al principio, tiene un gran parecido con el trigo. Los criados quieren arrancarla, pero el propietario teme que dañen la buena semilla. Crecerán juntos y al final serán separados.
Jesús expone la parábola para hacer frente al interrogante que plantea la persistencia del mal. Nos gustaría que el mundo fuera un paraíso y hasta culpamos a Dios de que no sea así. Un filósofo de la antigüedad llegó a decir: o Dios es bueno, pero no puede erradicar el mal; o puede erradicarlo y no quiere. Es decir, o no es poderoso o no es bueno. La parábola responde diciendo que es paciente. En el día de juicio quedará patente quien ha sido trigo y quien cizaña. Hasta entonces hay que esperar. Lo fácil es arrancar de cuajo la maldad. Lo humano -y lo divino- es dar una oportunidad para que la cizaña se transmute en trigo.
Para los discípulos de Jesús la situación del mundo es difícilmente soportable y somete a prueba permanentemente su confianza y su paciencia. Se requiere una gran fe, mucha bondad y una sabiduría madura para ver las cosas al modo de Dios. Él se ha reservado el juicio para sí. Un hombre no puede saber lo que hay en el corazón de otro hombre. Si nosotros tuviéramos en nuestras manos el juicio ¿quién garantizaría la justicia? Jesús dirá: “No juzguéis y no seréis juzgados”. El texto supone un principio que, siendo difícil de aceptar, es presupuesto de justicia y sensatez: el ser humano es incapaz de conocer dónde está verdaderamente la bondad y dónde la maldad. Convertirse en jueces es arriesgarse a ser injustos.
Hay otro mensaje detrás de esta parábola y tiene que ver con la paciencia. Al final, a la hora de la siega, el trigo será almacenado y la cizaña se guardará para que sirva de combustible durante el invierno. La última palabra no la tiene el mal, sino el bien. Sólo éste perdurará. Y la razón es simple: sólo el bien procede de Dios y, por tanto, sólo él es eterno. Es esta convicción la que mantiene fieles a los discípulos a pesar de la contrariedad. Sería más agradable y más reconfortante ver la caída de los malvados, pero un mundo sin sombras ¿sería un mundo habitable? ¿Sería posible la libertad si no existiera el riesgo de la maldad? Es esto lo que nos diferencia de los animales. Porque el animal obra según su instinto, pero el hombre, por ser inteligente y, por tanto, libre, puede mejorar o empeorar. Huxley lo dijo: un mundo pretendidamente feliz sería un mundo sin libertad.
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