18º Domingo Ordinario - A

domingo, 24 de julio de 2011
31 Julio 2011

Isaías: Venid y comed.
Romanos: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo.
Mateo: Comieron todos hasta quedar satisfechos.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 24 julio, 2011 22:30 dijo...

SACIARSE Y SOBRAR (Mt 14,13-21)

En contraste con sus paisanos que le rechazaron, la multitud busca a Jesús incansablemente, ansiosa de escuchar sus enseñanzas y de beneficiarse de su poder para aliviar el dolor. Jesús, huyendo de Herodes, se retira a un lugar más seguro, pero la gente lo localiza y, al verlos, siente lástima de ellos. Es la reacción lógica de un corazón verdaderamente humano. Nadie permanece indiferente ante el sufrimiento ajeno, a no ser que su corazón se haya endurecido. Pero no queda ahí la cosa, sino que se dedica a curarlos de sus enfermedades. Y es que no basta sentir lástima o ser compasivo, si se puede remediar el mal que lo provoca. La compasión -desde el punto de vista cristiano- sólo es auténtica si va acompañada del esfuerzo por remediar los males. Lo otro es una manera sutil de acallar la conciencia.
A la luz de esto, se entiende mejor el milagro de los panes. Los discípulos ven el problema y creen que la solución es que cada uno se las apañe como pueda. Jesús les dice que pongan remedio, a lo que ellos responden que no tienen medios. Es el recurso a la incapacidad para no comprometerse. También podían haber dicho que era imposible, que el problema no tenía solución, que no era responsabilidad suya... Cualquier justificación vale a quien no quiere implicarse en los problemas de los demás ni complicarse la vida. Pero Jesús no acepta un no como respuesta. Con sus propuestas quiere hacer ver a los suyos que, cuando está en juego la compasión, no es cuestión de medios, sino de fe. Hace más el que cree que puede hacer algo que el que sólo ve que puede hacerse algo. Hay asuntos en los cuales no se pueden medir las posibilidades, sino que hay que ponerse manos a la obra.
La segunda enseñanza del relato viene del modo de actuar de Jesús: él da el pan a los discípulos para que éstos se lo den a la gente. Evidentemente el evangelista está hablando de bienes que no son pan y peces. Se refiere a que todo don recibido hay que darlo a los demás. San Pablo dirá que las gracias y dones que uno recibe son para ponerlos al servicio de la comunidad. No somos dueños, sino administradores.
El resultado final es sorprendente: todos quedan satisfechos y además sobra. Viene esto a significar que, al contrario de los bienes materiales que, cuando se dan, se achican, los bienes espirituales, cuando se dan, se agrandan. Son como un venero inagotable que nunca pierde caudal por muchos que calmen en él su sed. Me viene al pensamiento cómo sería el mundo si los hombres creyéramos de verdad en estas palabras de Jesús. Nadie necesitaría tener de más y, por ello, nadie tendría de menos. Si muchos de los males vienen de la avaricia de unos y de la penuria de otros, vivir con estos criterios sería una garantía de paz. Pero los hombres seguimos creyendo que esto es pura utopía. Estamos a las puertas del paraíso, pero no entramos porque pensamos que ni existe ni puede existir.

Maite at: 28 julio, 2011 13:07 dijo...

El corazón de Jesús se conmueve al enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Y necesita apartarse de todo yendo a un sitio tranquilo. Pero la gente le sigue y Jesús siente compasión por todos ellos. Hay muchos enfermos... así que habrá que dejar el descanso y la tranquilidad para otro momento.

Cuando se hace tarde los discípulos reparan en lo inoportuno de continuar todos allí, y se muestran solícitos, que no generosos. Cada palo que aguante su vela.

Pero Jesús aún no ha celebrado la Eucaristía, y es buena hora para hacerlo. Solo que se parece muy poco a las nuestras, con todos sentándonos y levantándonos, al ritmo de los gestos y palabras de uno al que miramos porque está delante. En esta Eucaristía somos responsables de nuestros hermanos, no podemos desentendernos de ellos y sus necesidades. Estamos con ellos con un corazón que siente lástima y se conmueve al verlos. Y ponemos a disposición de todos todo lo que tenemos, aunque sea muy poco e insignificante, ridículo y desproporcionado a la necesidad.

Entonces es cuando Jesús lo toma entre sus manos, alza la mirada al cielo y lo bendice, parte eso poco que era nuestro y nos lo da para repartir entre todos. Entre sus dedos nuestros escasos bienes se han hecho numerosos, abundantes, tanto que llega para todos y aún sobra. Pero sin ellos, si no los damos para ser repartidos entre los demás que tienen menos, no habría Eucaristía.