19º Domingo Ordinario - A

domingo, 31 de julio de 2011
7 Agosto 2011

1 Reyes: Ponte de pie en el monte ante el Señor.
Romanos: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
Mateo: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 31 julio, 2011 21:09 dijo...

CAMINAR SOBRE LAS AGUAS (Mt 14,22-33)

No cabe hacer una lectura del pasaje evangélico que hoy leemos quedándonos en lo maravilloso o extraordinario de lo que se narra: Jesús, en medio de la noche y con un viento amenazador, camina sobre las aguas e invita a Pedro a hacer lo mismo. El evangelio no es el relato de las epopeyas de un héroe, sino anuncio, buena noticia. Si no fuera así, Mateo habría ignorado el hecho.

Para comprender el alcance del mismo hay que observar los detalles que el evangelista suministra al lector: están en medio del mar, las aguas están revueltas, tienen el viento en contra y es de noche. Agua, viento y tinieblas son los elementos que definen el caos. Se trata del peligro supremo, de la gran prueba. Mateo piensa en una Iglesia que sufre la persecución cuando su Señor está ausente. En ese momento, él aparece caminando sobre el caos, sobre las aguas. El mar no le puede engullir porque él pertenece a otro mundo, a otra realidad. Cuando le ven, aumenta su temor porque a la situación se añade una amenaza sobrenatural -creen que es un fantasma-. Las palabras de Jesús son palabras de consuelo y estímulo: “¡Ánimo! ¡No temáis: soy yo!”. Cuando llega la prueba, la Iglesia -los creyentes- ha de saber oír y ver a su señor en medio del caos que le envuelve o estará perdida.
En la segunda parte del relato, Pedro interviene con la osadía que le caracterizaba, sólo que esta vez muestra la confianza de la Iglesia en la palabra de su Señor. Apoyado en ella, caminó como Jesús sobre la tormenta, pero el miedo le hizo dudar y empezó a hundirse. Jesús lo agarró con fuerza poniendo así remedio a su cobardía. El evangelista está exponiendo las etapas de un proceso espiritual: cuando, en medio de la tentación y la prueba, se descubre a Jesús, el corazón siente la necesidad profunda de acercarse a él y, con él, compartir el triunfo sobre el caos y la muerte. Eso es posible, pero el riesgo sigue presente y el miedo es mal consejero. En esos momentos no se puede dudar. La verdadera prueba de la fe no ocurre cuando estamos sumidos en el peligro, sino cuando estamos saliendo de él, pues es en ese momento cuando uno duda de que sea verdad lo que está ocurriendo. Voces -interiores y exteriores- se alzan contra la convicción de aquellos que tienen la osadía de caminar sobre las aguas fiándose de la palabra de Jesús.
El final del relato es una confesión de fe de todo el grupo, no sólo de Pedro. Lo que han visto y lo que han vivido les ha confirmado en la opción hecha. Aquel a quien siguen no es una ilusión, una creación de sus deseos insatisfechos ni el símbolo de sus ilusiones, sino el Hijo de Dios, capaz de caminar sobre las aguas y hacer que sus seguidores caminen con él. Como decíamos al principio, no se trata del relato de un prodigio para despertar admiración, sino de una invitación a creer en medio de la oscuridad.

Maite at: 02 agosto, 2011 23:12 dijo...

Después de dar de comer a la gente que le sigue adonde va, Jesús sube al monte, solo, para orar. Una vez que ha saciado su hambre queda todavía presentarlos al Padre, hablarle de ellos, compartir con Él y poner en sus manos todo lo acontecido y el poso que ha dejado en su corazón. Ahí anidan ya, no solo la muerte de Juan el Bautista, sino también multitud de rostros y nombres, e historias...

Mientras, los discípulos, en una barca, se alejan más y más de tierra, porque el viento es contrario. Ese mismo viento, desfavorable y caprichoso, que también arrastra mi barquilla, adentrándola en un mar impetuoso donde estoy lejos de todo lo que amo y conozco, de toda seguridad y cobijo. Y tengo miedo cuando la oscuridad me envuelve y el agua se enfurece a mis pies.

Pero Jesús se acerca. También mi rostro y mi nombre, también mi angustia y temor, la zozobra que me acecha, están en su corazón. Y si soy capaz de reconocerle, andando sobre el agua, escucharé su voz: ¡ánimo, soy yo, no tengas miedo! Y puede que, en un arranque de valentía, me lance hacia Él, como Pedro, andando también yo sobre las aguas. A lo mejor aparto de Él mis ojos y los pongo de nuevo en la oscuridad que me envuelve y el agua fría que me empapa, y me empiezo a hundir...

Pero aún puedo gritar, y llamarle: Él me agarrará de la mano y me pondrá a salvo en mi barquilla. Y cuando amaine el viento y solo se oiga el susurro de una brisa suave, entonces sabré que Él es mi Señor.