Epifanía del Señor - B

sábado, 31 de diciembre de 2011
6 Enero 2012

Mt 2,1-12: Venimos de Oriente a adorar al Rey.

Descargar Epifanía del Señor - B.

Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Maite at: 03 enero, 2012 22:48 dijo...

No solo los pastores se presentaron para ver al Niño, también fueron unos Magos, que no pertenecían al pueblo escogido. Estos eran buscadores de estrellas, hombres más del cielo que de la tierra, acostumbrados a leer el firmamento y a descifrar en él cada nuevo movimiento. Poco cambió la tierra cuando Jesús nació, pero en el cielo una estrella nueva apareció, una estrella caprichosa que insistía en tomar una nueva dirección. Y allá, tras ella, se fueron los Magos, dejando su tierra, sus ocupaciones y seguridad, por seguir una luz incierta que los iba llevando de puerta en puerta. Y los dejó tirados, claro. Por fiarse de una estrella. (¿Recuerda alguien la canción de Juan Pardo: ya no creo en las estrellas, desde aquí parecen buenas, pero roban los amores con la luz. Y si luego las persigues, y les hablas y les pides, no te alumbran el camino y te encuentras de mañana en cualquier bar)Pues algo de eso.

Pero así como una estrella se había encendido en el cielo, una luz ardía ahora en sus almas, y ella les guiaba, y por eso no paraban. Aunque la oscuridad reinaba en torno suyo y todo era incierto y desconocido, no dejaban de seguir aquella luz pequeñita que quemaba por dentro, y que hablaba y gritaba, bailaba y cantaba.

La estrella siempre había estado allí y se dejaba ver ahora, cuando le pareció. Claro que antes, al llegar a Jerusalén, la armaron buena con aparecer por allí. La gente se preguntaba que a ver qué hacen unos señores como estos en un lugar como este. Y los Magos, que de diplomáticos tenían poco, preguntaban por ahí por el rey recién nacido. No sabían que Herodes era un poco quisquilloso con el tema y no veía bien que hubiera aspirantes al trono. También él tuvo que preguntar, que había oído campanas y no sabía donde, pero ahora las oía tocar y su sonido le alteraba un tanto. Y orientó a los Magos a Belén, sin más escolta, porque después de todo, por mucho que el profeta dijera lo contrario, aquella era la última de las ciudades de Judá, y un rey no nace en un lugar así.

La estrella, siempre imprevisible y sorprendente, se paró encima de una casa. Los Magos entraron y vieron al niño con su madre. No necesitaron más. La luz que ardía en su interior resplandecía ahora con tal fuerza que revelaba con certeza quién era Él. Hicieron lo que tenían que hacer: adorar, que para eso habían venido. Y se marcharon a su tierra por otro camino. Atrás quedaban María, José y el Niño, amenazado. Pero su vida, su historia, estaban en manos de Dios. Y una luz brillaba ya por todo el orbe. Para quien quisiera verla.