LUCAS 2,1-14: Y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.
Descargar Natividad del Señor - B.Juan García Muñoz.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Hace unos años se estrenó una película: Natividad. En ella María es una joven más de Nazaret que en nada se distingue de las otras. Tal vez en su mirada, más clara, más honda... pero en nada más. Y está desposada con José, que la contempla como un tesoro, igual que cualquier joven enamorado. De vez en cuando la monotonía de la vida cotidiana de la gente se rompe en mil pedazos con un trágico episodio que recuerda a todos su condición de pueblo sometido a los romanos. Y José y María son testigos, como los demás, de los atropellos y abusos cometidos por los conquistadores de turno. Y hay en ellos la misma actitud de impotencia, el mismo sentimiento de desamparo que en los otros. Tal vez se distinguen de muchos por su rechazo instintivo de toda forma de violencia o venganza hacia los opresores.
Cuando el emperador Augusto ordena hacer un censo y todos van a inscribirse, cada cual a su ciudad, María emprende con José el viaje hacia Belén. Son varios días de camino durmiendo al raso, con el firmamento tachonado de estrellas como techo. Y José se desvive por María que, a punto de dar a luz, sufre las molestias propias de toda mujer en su estado. También hablan mucho en los ratos de descanso y soledad del camino. Y comparten inquietudes, dudas y preguntas sobre ese niño que va a venir, que ya ha cambiado sus vidas para siempre y que Dios ha puesto en sus manos no saben bien para qué. Ambos se saben instrumentos muy pequeños y parte de la urdimbre de una trama misteriosa que va configurando ya la historia prodigiosa que Dios, y solo Él, escribe con renglones del todo imprevisibles. Aunque ahora hasta las piedras de los abruptos senderos camino de Belén parecen hablar y revelar a gritos que algo nuevo, hermoso y grande está a punto de pasar.
Y Jesús nace en un pesebre, en condiciones de extrema pobreza, como tantos niños de su tiempo y del nuestro. Acunado por el amor y el asombro de unos padres primerizos. Y los primeros en saberlo son los pastores, los últimos en consideración social, los menos dados a cumplir con los deberes religiosos, a quienes nadie decente invitaría a un nacimiento. Y los que anuncian la alegría de la venida del Mesías a estos hombres de oficio detestable son los aristócratas de la corte celestial, los seres más puros y hermosos de la creación. Había que ser pastor, y un poco bruto, para creerse semejante aparición y una señal tan pobre; que no estaba la noche para acontecimientos ni celebraciones.
En la primera Navidad nada brillaba. No había luces ni colores, pero sí prisas camino del pesebre, y alabanzas y bendiciones al ver a un niño en brazos de su madre pobre. Y allí, en medio de la noche, lejos del templo de Jerusalén y sin dar parte a los dirigentes religiosos del pueblo, Dios dirigía la historia, como Él quería, sin que nadie le atara las manos. Como ahora.
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