Santa María - B

lunes, 26 de diciembre de 2011
1 Enero 2012

LUCAS 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.

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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Maite at: 28 diciembre, 2011 10:27 dijo...

A lo mejor María no hablaba tan poco como nos quieren hacer ver los evangelistas - según ellos José no despegaba los labios - lo cierto es que prefieren poner de relieve, y transmitir a las generaciones venideras de cristianos, su actitud ante todo lo que iba sucediendo. Actitud que no se improvisa y que supone, además, una predisposición personal para ella. Probablemente era connatural a María beber, a través de sus ojos, los signos y señales presentes en todo lo que acontecía, dejar que se depositaran en su interior sus posos y leer ahí, meditando en su corazón, el mensaje humano y divino que de todo se desprendía. Eso le permitía penetrar en las entrañas de la historia y distinguir, en su maraña de entresijos, la sabiduría y el poder de un dios, que sin violentar la libertad del hombre que ha creado, interviene para restañar las heridas que él mismo se inflige.

Sin una mirada como la suya, de fe y confianza desnudas, María se hubiera vuelto loca cuando nació Jesús. ¿Acaso no era Él el Mesías, el Esperado, la Llave de David, el Sol de justicia y Rey de las naciones? Poco les ayudaban de lo alto para que naciera según su dignidad. Por si creía que había sido un sueño el anuncio del ángel llegaron los pastores al pesebre, que habían visto un ejército celestial, y contaban maravillas sobre lo que les habían dicho del Niño. Pero no llegó ningún enviado del Templo de Jerusalén, ninguno de los ancianos del pueblo que les dijera, a Ella y a José, lo que tenían que hacer.

Si no fuera por José... Menos mal que él estaba allí. Cuando Jesús nació María aprendió más de Dios que con toda la instrucción religiosa recibida hasta entonces. Era evidente que el Mesías no seguiría el camino de los grandes de este mundo. No parecía probable que liberara así al pueblo de la opresión romana. Y aún tenía que crecer, y la necesitaba a Ella para todo. Empezaba a entender que Dios escribe la historia, porque la escribe Él, muy poco a poco, con una tinta diferente, sirviéndose de instrumentos que cualquier otro escritor hubiera desechado por inútiles. ¿Y qué sería de este Niño? De momento había que ponerle el nombre, el que le había dado el ángel. Y con uno más en la familia seguía la lucha por la vida.