21 OCTUBRE 2012
DOMINGO 29-B
MARCOS 10,35-45. El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate
por todos.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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AUTORIDAD Y PODER (Mc 10,35-45)
Tras el tema de la riqueza, el evangelista Marcos aborda otro asunto no menos importante: el del poder. En el grupo de los Doce existió una cierta competencia por lograr las mejores carteras en el equipo de gobierno del Mesías Rey. Santiago y Juan quisieron adelantarse a los demás y pidieron los dos mejores puestos. La respuesta de Jesús fue que no es cuestión de honores y prebendas, sino de seguimien¬to. Sólo hay una manera de estar a su derecha y a su izquierda: compartir su destino siguiéndole con la cruz hasta el calvario. El afán de poder fue y es una de las tentaciones que ha de superar todo discípulo del carpintero de Nazaret. Los demás, como era de esperar, se molestaron al ver la jugada de los hijos de Zebedeo. Y Jesús aprovecha para adoctrinarles a todos. Sus palabras están cargadas de ironía y de sabiduría. Son un minitratado sobre el valor y el sentido de la autoridad.
"Los que son reconocidos como jefes" es una expresión que se refiere a los príncipes vasallos de Roma -los lacayos del poder que actúan desde la conciencia de su propia debilidad y compensan este sentimiento con la prepotencia y el abuso de poder-. Está denunciando un hecho de experiencia: el poder de una persona está en proporción inversa a su autoridad moral. Si un hombre posee autoridad -sentido de la justicia, respeto, honestidad y equilibrio-, no necesita recurrir a la fuerza para hacer notar su presencia. Pero cuando carece de ella, tiene que recurrir a la amenaza, al miedo. Por esta razón el poder -no la autoridad- necesariamente corrompe al que lo detenta. Al fin y al cabo el poder no es sino una forma abusiva -y por tanto ilegítima- de ejercer la autoridad. Esto es algo que algunos olvidan y creen que el ser elegidos por el pueblo da derecho a hacer lo que se quiera con ese pueblo. La democracia está enferma cuando los elegidos entienden que los electores, junto con el voto, depositan en la urna sus derechos y su soberanía.
El pensamiento de Jesús sobre la autoridad es claro y continúa la línea de los profetas de Israel: la única forma legítima y justa de ejercer la autoridad es el servicio. No se trata de situarse por encima o por delante de los demás, sino de colocarse debajo de los más débiles, hasta dar la vida si es necesario. El servicio de la autoridad no es otra cosa que usar las propias capacidades para ayudar a los menos capacitados y el espíritu que ha de animarla es el amor desinteresado. Quien no sea capaz de hacer las cosas así está incapacitado para ejercer la autoridad.
Si hubiéramos entendido -y aceptado- estas enseñanzas ¡cuánto sufrimiento inútil nos habríamos ahorrado! Porque muchos de los males que padecemos tienen su origen en que hemos confundido poder y autoridad. Y, si esto debe ser así en la sociedad humana, ¡cuánto más ha de serlo en la comunidad cristiana, en la Iglesia!
Francisco Echevarría
Nosotros nos parecemos mucho a los apóstoles. Contemplamos a Jesús orando, curando, liberando a toda clase de oprimidos, sentándose a la mesa de pecadores, acogiendo a los más débiles y pequeños, viviendo, en definitiva, para los demás,entregando la vida como el que sirve.
Ellos, como nosotros, creen seguir a Jesús de cerca, son los suyos... pero muchas veces ansiamos los primeros puestos y hasta los exigimos, seguros de ser los indicados para ocuparlos. Hasta tal punto este deseo anida en nuestro corazón que si vemos a otros hermanos nuestros reclamar privilegios de honor y poder, nuestra indignación llega al colmo. Nadie puede pisar nuestros derechos, aunque no existan...
También en nombre de Jesús somos capaces de exigir cargos y poder sobre los demás, siempre con la mejor de las intenciones, claro. Olvidamos que Dios, cuando elige a alguien y le distingue, le unge como al siervo de Isaías, ese que carga con los crímenes de todos para justificarlos. Que Jesús, precisamente por ser sumo sacerdote, se compadece de nuestras debilidades porque ha sido probado antes en todo, y dispensa gracia, auxilio y misericordia, Él, que está por encima de todos.
No acabamos de tener claro que a Dios no le interesa sentarnos a la derecha o a la izquierda de Jesús en su gloria, sino que seamos siervos que destilan gota a gota vida para los demás a fuerza de perderla ocupando el último lugar. No hay mayor honor.
El pasaje evangelico de esta semana, es un pasaje muy conocido en mi pueblo y más aún la version de S. Mateo, pues en S. Marcos en los hijos y en S. Mateo es la Madre la que dirige la petición a Jesús, Santa María Salomé, cuya festividad celebramos el próximo día 22.
Qué equivocados estaban, no solo Santiago, Juan y su Santa Madre, sino todos, entonces y ahora, con instrucción o sin ella, pues el poder y lo de ser importante es cosa de siempre.
Y es una pena poque Jesús vino a ponernos en nuestro sitio, el que quiera ser grande, sea servidor, el quiera ser el primero, sea el esclavo y han pasado siglos y siglos y aún no lo hemos entendido, ni los que fuerons sus apostoles, ni los que fuerons sus discipulos, ni los que son autoridades hoy ni los que somos seguidores de a pie.
El poder, la grandeza, que no me quiten los derechos.
Como lo entendio S. Pablo,al decir "a nadie debais nada más que amor".
Dejemos el poder, la influencia, la grandeza, la riqueza, y de verdad que cada y todos como Iglesia, seamos autenticos servidores y esclavos de los demás, en estar al lado del que nos necesita, con nuestra persona y con nuestros bienes ¿o para qué
están los bienes?
Pues parece que esto no es posible, seguimos dando calderilla de nuestra persona y seguimos dando calderilla de nuestros bienes.
¡Cuanto tenemos que aprender y poner en practica el Evangelio?
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