14 ABRIL 2013
3º DOM PASCUA-C
JUAN 21,1-19: La Pascua en la vida diaria de los
discípulos
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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PECES (Jn 21,1-19)
Jn 21 narra la tercera aparición del resucitado según la tradición recogida por este evangelista. Él sitúa la escena a la orilla del lago de Tiberíades y su relato nos recuerda lo que, en los sinópticos, se cuenta sobre la pesca prodigiosa. Es una pieza breve, pero perfectamente construida. Es como un auto sacramental en tres actos: el primero narra el esfuerzo inútil de los discípulos; el segundo se sitúa cerca de la orilla: siguiendo las indicaciones del extraño que les ve llegar, consiguen una pesca sorprendente; finalmente -como último acto- tiene lugar el desayuno a la orilla del lago. Pero -como es frecuente en los evangelios- más importante que el relato es la dinámica simbólica del mismo.
Los discípulos -la comunidad cristiana- hacen su tarea del mejor modo posible: hacen lo que bien les parece, pero bregan en la oscuridad -es de noche- y su esfuerzo resulta inútil. En la aparición anterior les había encomendado la misión de perdonar los pecados con la fuerza del Espíritu. Tienen que sacar a los hombres -peces- del dominio del pecado y de la muerte -mar-. Pero no vale cualquier modo, ni el resultado es cosa del ingenio humano.
El segundo intento tiene lugar por indicación de Jesús a plena luz. Sólo cuando siguen las indicaciones de Jesús -cuando son fieles a su enseñanza- logran resultados. La pesca es sorprendente: 153 peces grandes. 50 es el número de miembros de las comunidades de profetas. 3 es el número que designa lo divino. 153 designa a las comunidades cristianas primitivas multiplicadas por la fuerza del Espíritu y extendidas a todo el mundo. A pesar de lo cual la red no se rompe: la unidad de las Iglesias permanece a pesar de la multiplicidad.
Finalmente tiene lugar la comida que les ha preparado. Jesús ofrece un pez y les pide que traigan de los que ellos han pescado -da lo suyo, se da a sí mismo, y espera que ellos hagan otro tanto-. Es la culminación de la misión: el encuentro, la comunión. Evidentemente hay aquí una alusión a la eucaristía.
La vida cristiana se desarrolla siempre en el ámbito de una comunidad que, animada por el Espíritu, se afana por construir el Reino de Dios en el mundo. Pero es importante seguir las indicaciones del Maestro. Cuando ha olvidado su mensaje y han prevalecido otros intereses, el esfuerzo ha sido inútil y hasta contraproducente. El fruto de la misión depende de la docilidad a su palabra. Quien la ignora pesca en el lugar equivocado. Si, por el contrario, la Iglesia es dócil a esas enseñanzas, el resultado de su esfuerzo desborda todas las previsiones. Ser fiel a esto es su misión y no debe importarle los vientos contrarios de la historia. Jesús ya lo advirtió: “¡Ay de vosotros cuando el mundo os alabe! ¡Alegraos cuando os ataque y persiga porque eso es lo que han hecho conmigo!”.
FRANCISCO ECHEVARRIA
Este evangelio pascual nos lleva al escenario de nuestros esfuerzos denodados y trabajos esforzados por Jesús pero sin Él. De nuestras iniciativas evangelizadoras llenas de celo pero sin la escucha del Maestro.
Para salir a pescar en la barca de la Iglesia basta con contar con la presencia de Jesús en medio de nosotros y con echar las redes donde y cuando Él lo dice. Luego, tan importante como toda la jornada de fatigas, es sentarse juntos con Él, al amor de las brasas que Jesús prepara, compartir el fruto de nuestro trabajo y participar de la Eucaristía, acción de gracias...
Este evangelio nos lleva al escenario de nuestros cansancios y desánimos, de nuestras rutinas cansinas y sin vida, sin ilusión y entusiasmo, sin Jesús, y nos recuerda el encuentro personal y gozoso con Él y los hermanos, la comida fraterna y el servicio mutuo. Hemos de encontrar espacio y tiempo para ello, calma y sosiego.
Están juntos otra vez el discípulo que Jesús tanto quería y Pedro, y es el primero quien reconoce a Jesús en la orilla al ver la pesca abundante, la que ellos no han conseguido en toda la noche. Sin embargo será Pedro el elegido por el Señor para pastorear sus ovejas y corderos.
Antes de eso tendrá que confesar tres veces su amor al Señor, él, que tres veces le negó. A lo mejor este momento fue para Pedro el peor de toda su vida. La pregunta del Maestro, directa e inesperada, sorprendente y dolorosa para Pedro que está seguro de que su amor por el Señor es bien conocido por Él. Pedro es sincero y humilde en su primera respuesta en que evita compararse con los demás, ¿donde quedó, Pedro, tu arrogancia? El dolor lacera ya su alma cuando llega la tercera pregunta repetida, ¿de verdad Jesús duda? Y Pedro, entristecido, solo puede repetir lo mismo por tercera vez añadiendo "Tú lo sabes todo"
Mucho ha cambiado Pedro para llegar hasta aquí. Está lejos aquél que no hace mucho, durante la última cena de Jesús con sus discípulos, aseguraba que le seguiría donde fuera, quien se negaba a dejarse lavar los pies por Él como los demás. Porque Pedro ha tocado fondo con su fragilidad, su volubilidad, sus limitaciones, su pecado... y su amor por Jesús, fuerte y sincero, ha sufrido la prueba del fuego en el crisol, ha sido desbastado por el cincel más afilado. Y sabe, mejor que nadie, como le conoce Jesús por dentro. Desde esa verdad, la suya, confiesa su amor, el que Jesús pide para cuidar de sus ovejas y corderos.
Pedro nos deja una de las oraciones más hermosas que se pueden dirigir a Jesús: Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que te amo. Me conoces mejor que yo a mí misma, sabes de mis heridas y pecado, sabes que soy puro barro. Conoces mis cansancios y desánimos, mis desilusiones, mis cambios de rumbo y mis malas opciones; que mi vida no es una hoja inmaculada de servicios, sino una historia de amor con escalas de grises y claros, un paisaje con las cuatro estaciones, un mar en calma o cuajado de tempestades, una melodía con sostenidos y bemoles. Pero sabes también que te amo por encima de todo, y que cayendo y levantando, sostenida por Ti, te seguiré, sí, hasta el fin de mis días. Y cuando otros tengan que ceñirme y me lleven donde no quiera mi corazón seguirá cantando, entonado o desafinado:
Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que te amo.
La primera lectura nos trae parte del discurso de Pedro y en el que dice “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres….”” Y sigue el discurso.
Obedecer a Dios.
Jesús, nos dio un solo mandamiento, así como nos manifestó que si guardamos su Palabra…., y hemos llegado al siglo XXI y aún estamos jugando con Dios, a ver si podemos engañarlo, a ver si le damos el timo, pues, parece que le decimos, que le digo, que yo voy a la Iglesia, participo en la Eucaristía, doy limosna (vamos calderilla en el cestillo), en fin que soy como aquel fariseo del que Jesús habla en el Evangelio.
Ahora bien, respetar a Dios antes que a los hombres, pues si soy sincero y humilde, he de confesar que no, que el mandamiento del amor está muy lejos de ser mi estilo de vida, que cumplo y miento, porque entregarme de verdad, darme sin esperar nada, tratar a los demás como merece su dignidad de Hijos de Dios, hacer mías sus preocupaciones, sus miserias, sus necesidades, sus llantos y alegrías, acompañar, estar disponible, servir,………
Hoy debo de pedir perdón por esa lejanía, por ese egoísmo, por mi comodidad, por mi propia prioridad, porque de lo contrario no esto obedeciendo a Dios antes que a nada, no estoy teniendo ese santo temor de Dios que en definitiva es tenerlo por primero y antes que nada en este mundo y al tenerlo a Él, tengo a todos los hermanos.
Santo temor de Dios, no es ver a Dios tronante y justiciero, lleno de ira y venganza, si no tenerlo como principio y fin de nuestra vida.
Señor, como Pedro, te digo, Tú lo sabes todo.
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