DOM-25C

domingo, 15 de septiembre de 2013
25 SEPTIEMBRE 2013
DOM-25C

LUCAS 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 15 septiembre, 2013 13:10 dijo...

SERVIR A DOS SEÑORES (Lc 16,1-13)

Las riquezas –junto con el poder y la gloria de este mundo– le han disputado siempre a Dios el lugar preferente en el corazón humano. Jesús previene contra el engaño que ello significa. Creen los hombres que con dinero y bienes tienen segura la vida, pero es falso porque la riqueza no cumple sus promesas. Tarde o temprano llega el dueño y hay que rendirle cuentas de la administración de unos bienes que sólo eran prestados. El administrador de la parábola hace algo que nos suena a desvergüenza. Reduce drásticamente la deuda de los acreedores para tener amigos cuando se vea en la calle. Y Jesús alaba su postura.

Todo arranca de algo que dice a continuación: la riqueza es injusta porque pervierte de tal manera el corazón que en él no caben ni Dios ni los demás. Lo único que puede hacerse con ella es ganarse amigos para que, cuando llegue el momento de la verdad, tengamos quien nos avale. Al final todo se resuelve en el uso que se hace de la misma. Un corazón generoso se sirve de la riqueza para repartir generosidad; el avaro salpica por todas partes la acidez de su avaricia.

El cristiano no por serlo está libre de esta tentación y por eso Jesús, de camino a Jerusalén, advierte a sus discípulos que el corazón no puede estar dividido sin romperse: o Dios es el centro y todo lo demás es secundario; o lo es el dinero y todo lo demás pasa a un segundo lugar. Pero esto sólo lo entiende el que se sabe administrador de lo que ha recibido y no pierde de vista que algún día ha de rendir cuentas de la fortuna que se le ha confiado. La parábola es una llamada a la prudencia: sé prevenido y haz todo el bien que puedas con la riqueza que has logrado porque llegará un momento en el que el valor de la vida será tasado no en monedas sino en bondades. Esa es la verdadera sagacidad. Los bienes de la tierra no son el don supremo que Dios nos confía. Sólo es un pequeño asunto que muestra la medida de nuestro corazón.

Una vez más, al escuchar las palabras de Jesús, nos salta un cierto escepticismo y la sensación de que el maestro es poco realista. Pero ¿podéis imaginar cómo sería un mundo en el que el ser humano fuera realmente lo primero y lo más importante? ¿Un mundo de corazones sin avaricia? Pero no. Vivimos en un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen poco; en el que unos tiran la comida y otros la buscan en la basura. Si el dinero tuviera caducidad –como los alimentos–, nos daríamos cuenta de su verdadero valor. La verdad es que la tiene, pues llega un día en el que no vale nada. Pero nosotros preferimos creer que estamos seguros bajo su protección. Jesús advierte que es una falsa seguridad en la que viven incluso aquellos que intentan casar a Dios con la fortuna. No es posible hacer una genuflexión al sagrario y otra a la cartera.

Maite at: 16 septiembre, 2013 17:04 dijo...

Servir a Dios y al dinero es imposible y Jesús lo sabe; se trata de enemigos irreconciliables. Servir al dinero es incompatible con buscar el Reino de Dios y su justicia porque implica excluir a los demás, competir con ellos por el poder, oprimirlos para aumentar el capital, acumular, consumir sin control lo que no se necesita, favorecer estructuras injustas y explotadoras, la marginación, la pobreza, la ignorancia... Servir al dinero deshumaniza, cosifica y embrutece, hunde en el abismo del sinsentido y el vacío existencial porque olvida y niega la dimensión fraterna de la persona.

Servir a Dios es optar por la Vida aunque eso exija pasar por la muerte de cruz. Es dejarse el aliento del alma al pasar haciendo el bien, sembrar de rosas y flores el camino aunque suponga destrozarse las manos arrancando abrojos y espinos, enderezar senderos, levantar valles, hacer que broten de las rocas manantiales, porque se lleva en el interior el agua que salta de un surtidor.

No se puede servir a Dios y al dinero, hay que optar por uno de los dos. Sin embargo no es cuestión de decisión sin más, uno elige a quién servir cuando el señor de su corazón se ha instalado ya en él.

Un amor expulsa otro amor. Solo el amor a Dios expulsa el amor al dinero. Solo un amor más puro, más intenso y real, más luminoso y verdadero expulsa otro que es solo mentira, una estrella fugaz, un nido de iniquidad.

Al dinero se le sirve por equivocación, creyendo que da la vida, la felicidad, que vienen con él todos los bienes que se pueden desear. A Dios se le sirve por convicción, por elección personal después de haber sido alcanzados por Él, con determinada determinación, al decir de Santa Teresa.

Solo se puede tener un señor. O se ama con el corazón entero o no se ama. Y amando así, los sentidos y el ingenio, la astucia y la audacia estarán despiertos y alerta para defender su amor, el tesoro del corazón, la perla preciosa; para servir a su señor.

Contempla a tu Dios que levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre para sentarlo con los príncipes; que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Haz tuyo su plan de salvación universal y ora por todos alzando tus manos limpias de iras y divisiones, que son patrimonio del dios dinero, su corte y su legado. Habrás elegido ya a quién quieres servir.

Juan Antonio at: 21 septiembre, 2013 19:14 dijo...

Para los cristianos de a pie, con una formación no superior en materia de Sagradas escrituras, el pasaje evangélico de hoy puede resultar contradictorio, un poco difícil de digerir, “Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas”.
Mi pequeña reflexión, que no comentario, acertada o no, es esta.
La salida de la contradicción del pasaje no puede ser otra que dándole al dinero injusto el verdadero fin , es como alcanzaremos las moradas eternas: es decir todo dinero injusto es porque ha sido arrebatado a otro, y si lo devolvemos a sus dueños, a los pobres, si le damos el justo valor de sus deudas, estaremos dándole al dinero el fin social que el dinero tiene y del que no somos más que meros administradores y como tal tenemos que tener en cuenta nuestras necesidades y las de los que nos hacemos prójimos.
La parábola tiene una vigencia enorme en este siglo veinte y uno y no hay que ser muy sagaces para ello, basta abrir un diario, un informativo de radio o televisión y veremos los pobres a los que se les hacen las cuantas del gran capitán con sus deudas, tanto que aun perdiéndolo todo, siguen debiendo. Lástima que los administradores no tengan la astucia del administrador de la parábola.
En mi reflexión de hoy quisiera hacer referencia al primer párrafo de la carta de S. Pablo a Timoteo: “”Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias y suplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro””.
Hoy nos quejamos una y mil veces de los desastres en la gestión de la cosa pública, de lo mal que se hacen las cosas, de la corrupción de aquellos que tienen la responsabilidad de la administración de la nación, de la comunidad o municipio, pero ¿rezamos por todos estos desmanes, rezamos por la rectitud de los encargados de la cosa pública, rezamos por los administradores de los dineros de todos o nos limitamos a contestar en esas pocas veces que se piden por ellos en las misas dominicales?
Olvidamos la oración, el contacto con Dios, el elevar nuestro grito a Dios, nuestro ruego constante en una necesidad realmente degradante: somos humanos y como humanos tenemos nuestros errores y nos contentamos con nuestro comentario duro o más duro, pero olvidamos a Dios cuando estamos agobiados por la situación de indignidad en que está nuestra sociedad: recordemos las palabras de S. Pablo, oración por todos los hombres………para que nos conceda una vida tranquila y apacible.
Termina la carta de S. Pablo “Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones”.
Recemos por nuestra nación, por sus luchas políticas, por las desavenencias y divisiones, en definitiva por una paz estable que nos proporciones esa vida digna de toda persona.
"Alabad al Señor, que alza al pobre.