13 OCTUBRE 2013
DOMINGO 28-C
LUCAS 17,
11-19: El leproso agradecido
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
SOBRE LA GRATITUD
Según cuentan los evangelios, lo de no ser agradecido es cosa antigua. De diez leprosos curados sólo uno vuelva a dar las gracias. Este hecho nos hace caer en la cuenta de que, como entonces, la gratitud es hoy un valor en baja –como otros muchos valores–. Y no es cosa buena para la felicidad de un pueblo que sus gentes olviden la sana costumbre de agradecer los favores recibidos. Buscando la razón de este desuso, encuentro posibles causas y ninguna de ellas me gusta.
Tal vez se deba a que, para algunos, la gratitud es un sentimiento de débiles porque indica una cierta inferioridad de quien recibe el favor. Se olvida en este caso que la autosuficiencia de quien pretende no necesitar a nadie es una forma de autoengaño. El ser humano es limitado y, por tanto, necesitado. La ayuda, el favor, es una forma de ser solidarios en la necesidad. Quien se cree un dios no pasa de ser un ridículo engreído.
Puede que la razón de la falta de gratitud sea que no valoramos debidamente los dones recibidos. El vacío, la insatisfacción, es el sentimiento de quienes están acostumbrados a tenerlo todo y a no valorar, por consiguiente, nada. El vacío existencial suele ser un sentimiento propio de las sociedades que tienen sobresatisfechas las necesidades de orden material.
Y puede que la razón sea más profunda. Hoy está en crisis el valor de la vida. Las campañas a favor del aborto –que limita la vida en sus comienzos– y de la eutanasia –que la limita en su final– dan como resultado una mentalidad en la cual la vida humana es un valor relativo (sé que este discurso no es hoy políticamente correcto, pero ¡me trae sin cuidao!). Y ¿qué puede tener valor cuando la vida no vale? De esa forma, perdido el aprecio de la vida, se pierde también el aprecio de aquello que la hace posible o feliz.
Aunque yo más bien me inclino a pensar que la crisis de la gratitud es consecuencia de la crisis del amor. El amor nos empuja a entregar a la persona amada todo lo que somos, podemos o tenemos, sin esperar nada a cambio, sólo por la dicha que conlleva la entrega. En esta dinámica, el amado o la amada saben valorar en su justa medida la grandeza del don y surge la gratitud como respuesta. Si esto es así, la falta de gratitud en un pueblo es signo de que falta el amor. Y sin amor ¿hacia dónde caminamos? ¿qué sentido tiene la vida?
Este sentimiento, que pierde brillo cuando se trata de seres humanos, se apaga completamente cuando se refiere a Dios. El término gracia es clave en el pensamiento cristiano. Para nosotros –en palabras de Pablo– todo es gracia y don, pues, fuera de Dios, nada es necesario. El mundo y lo que contiene podría no haber existido. La vida, por tanto, es un acto de gratuidad, un don inmerecido, una gracia, y el sentimiento cristiano más importante, después del amor, es sin duda la gratitud y la alabanza a Dios. Y, dado que la gratitud se manifiesta en la gratuidad, en la generosidad, tal vez esto explique el mucho egoísmo que nos sobra.
Este samaritano agradecido, curado de la lepra, se ha encontrado con Jesús. No así sus compañeros, curados también, que siguen su camino sin agradecer al Maestro lo que ha hecho por ellos. Se han curado por fuera pero no han experimentado nada por dentro. Siguen su camino, después de su curación, para presentarse ante los sacerdotes y recuperar así su lugar, como personas sanas y no malditas de Dios, en la sociedad.
Pero solo el samaritano se ha llenado de vida al ser librado de la lepra. Todo él ha sido regenerado y sus gestos son extremosos; después de caer en la cuenta de su curación experimenta en todo su ser una revolución, y se vuelve en busca de Jesús mientras alaba a Dios a gritos. Se postra a los pies del Maestro dándole gracias. No pertenece al pueblo elegido y nada le ata a los sacerdotes del templo, pero ha quedado vinculado a Jesús y se echa por tierra a sus pies.
Junto a sus compañeros acudió con fe al Maestro, y porque creyó quedó limpio. Pero de los diez solo él se convirtió en un canto a la gloria de Dios, solo él quedó prendado de Jesús.
Siempre que lo necesites haz tuyo el grito de los diez leprosos: Jesús, Maestro, ten compasión de mí. Puedes acudir con confianza y abandonarte en Él, con fe en su Palabra que sana, libera, limpia y llena de vida. Experimentar su curación, su misericordia en tu miseria, su pureza en tu lepra, despertará todo tu cuerpo por dentro y por fuera, empujándolo a la alabanza, la acción de gracias, a gritar, cantar y proclamar, con todas tus fuerzas, la gloria de Dios. Cara a cara con Él aún escucharás su voz: levántate, vete, tu fe te ha salvado.
En el Evangelio sobre el que reflexionamos, Lucas sitúa el milagro cuando Jesús va camino de Jerusalén, entre Samaria y Galilea, región considerada por los judíos como la de los gentiles; las personas curadas son, por esto de ambas regiones, enemigos entre sí, pero que los une la miseria de la enfermedad; tenemos la oración de petición, la forma que la hacían, a gritos porque no podían acercarse y la gratitud de uno que supera la Ley y encuentra al Señor.
Aquellos leprosos, aun de lejos, oran a Jesús, le piden la curación “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” y uno vuelve a darle las gracias al sentirse curado, la gratitud.
Es verdad que Jesús, y lo hacia el evangelio de hace unos días, nos invita a pedir, a buscar y llamar, que se nos dará, encontraremos y se nos abrirá; encontraremos a Jesús en nuestro bien actuar o en el bien hacer; se nos dará el espíritu de Dios que nos llene y nos ilumine; y se nos abrirá esas puertas que consideramos cerradas en nuestro caminar.
Pero también es cierto, y quizás con el porcentaje que nos da el evangelio, de que olvidamos la oración de acción de gracias, y eso porque mirando no vemos, oyendo no escuchamos y estando no sentimos, porque Dios está en todo lo que nos sucede, aun en aquello en que nuestra libertad desvía de los proyectos de Dios.
Dios lo tenemos a nuestro lado y no lo vemos porque tenemos muchísimas cosas en nuestros ojos que lo impiden, pero desde el nacimiento del nuevo día, en que la creación se abre para nosotros, hasta que el sol se retira, millones de dones se nos hacen presente, miles de curaciones, cientos de avisos, muchísimos gestos de gentes que conocemos o no nos hacen el bien y el que podemos hacer que a la postre redunda en nosotros, son razones para dar siempre y en todo momento gracias a Dios nuestro Padre, nuestro Hermano y nuestra Vida.
Vamos a misa, como decía en una ocasión el redactor de la hojilla, o celebramos la Eucaristía? Porque Eucaristía es acción de gracias y si la viviéramos con fe, nos llenaríamos de Dios cada día para los demás.
En una ocasión leí que S. Francisco de Asís decía que la santidad era vaciarse de uno para llenarse de Dios y ¡qué bien lo cumplió en su vida¡ en la que vivió despojado de todo y cada vez más lleno de Dios.
Señor, que mi vida sea una acción de gracias constante por los dones y gracias que me das y de alguno sin que tenga conciencia de ello, por ejemplo el respirar, que sepa conocer tu mano en mi camino, tus ojos en mi corazón y tu vida en la mía para bien de los demás.
Y con el salmista digamos: “Aclama al Señor tierra entera, gritad, vitoread, tocad” en un eterno himno de alabanza y gratitud a nuestro Dios y Padre.
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