23 FEBRERO 2014
7º DOM-A
Mt
5, 38-48. AMAD A VUESTROS
ENEMIGOS.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Hay mucha violencia en nuestras vidas y a nuestro alrededor, en los ámbitos doméstico, escolar, laboral... Hay demasiadas personas, de todas las edades, que sufren malos tratos, abusos, tan cerca de nosotros como para provocar escalofríos. Hay mucha violencia física, psicológica, verbal... pura y dura. Y resulta tan clamorosa la necesidad de proteger a tantas víctimas, de ayudar a superar tantas situaciones esclavizantes de sumisión y opresión, de auténtica muerte lenta, que las palabras de Jesús pueden sonar no sólo utópicas sino hasta insultantes.
Por eso son tan esclarecedoras las explicaciones de Juan en la hojilla: Jesús nos ilustra sobre resistencia no violenta al poder opresor con estrategias que rompen el círculo de violencia y exhortan a no dejarse humillar, sino a tomar la iniciativa y actuar con dignidad y humanidad. Estrategias que desconciertan y desarman, que son "signo de contraste" del Reino de Dios; que cortan toda posible escalada de violencia a base de crear una situación nueva que haga más patente la injusticia y obligue al violento a reflexionar y tal vez deponer su actitud.
Jesús nos recuerda las palabras del Levítico porque todo hijo muestra quién es su padre, y el salmista apunta que el nuestro es compasivo y misericordioso, que se ejercita en perdonar y curar todas nuestras enfermedades. Rescata nuestra vida de la fosa y nos colma de gracia y de ternura.
Solo experimentar a Dios así en carne propia nos permite poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Experimentar en la propia vida la compasión y la misericordia de Dios, su perdón y sanación, su ternura, hace renacer en nosotros un corazón nuevo, de hijos que no pueden odiar ni vengarse o guardar rencor, sino amar y dar la vida por todos.
Solo así se puede ver uno a sí mismo y a los demás, incluso a los enemigos, como templos de Dios donde habita el Espíritu. Solo quien se reconoce de Cristo, tocado, marcado y sellado por Él puede amar a quienes le aman y a los que no, haciendo posible la venida del Reino de Dios.
Debo coincidir con la compañera Maite en cuanto al cumulo de despropósitos que nos ofrece la sociedad de hoy y ya no solo las grandes desgracias como las guerras, el terrorismo, las zonas del mundo en las que la hambruna hace estragos, sino todo aquello que se da en nuestra propia cercanía, en nuestro propio entorno, corrupción económica, sexual, con mayores pero también con menores, rencores, odios y envidias.
Se alzan banderas del bien común y a menos que analicemos un poco, solo son en beneficio propio, en un enriquecimiento injusto a base de engaños y aprovechamiento de lo ajeno.
Y viene Jesús y nos dice, en medio de todo esto, en este torbellino de inmundicias, en este horror a todas las escalas: PON TU GENEROSIDAD, TU ENTREGA, TU DISPOSICIÓN, TU BUEN HACER, TU CORAZON, yendo más allá de las reglas, de lo mandado, de lo que “se dijo” y pon tu amor, tu persona, tu vida, todo tú y haz el bien, sin mirar a quien, su color, raza, religión, de donde viene o a dónde quiere ir, tú haz el bien.
Y entonces construiremos templos del Espíritu Santo, haciendo florecer obras de amor en medio del caos y los que perdieron la esperanza volverán a mirar a Dios como Padre Compasivo, como Padre lleno de misericordia y ello porque nos verán a nosotros que nos esforzamos por construir el Reino de Dios, con nuestro estilo de vida, ese estilo del que Jesús nos da nuevas pautas cada semana.
Siempre se ha dicho, y es verdad, que el amor lo puede todo, pues, como el camino, el amor se hace amando y amando a todos los que de forma abierta o menos abierta nos persiguen, a los que nos necesitan, no solo nuestro dinero, sino necesitan de nuestra persona, para, como dice el Evangelio, dar un paseo, compartir nuestro abrigo, nuestra mistad: qué distinto sería el mundo si los cristianos amaramos como Jesús, que en expresión del Papa Francisco nos primarea en el amor.
Si el Señor, como dice el Salmista, no nos trata como merecen nuestros pecados, ¿Quiénes somos nosotros para tratar a los demás de distinta forma?
Terminamos con la alegría del primer versículo del salmo
¡Bendice alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre¡
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