27 JULIO 2014
DOMINGO 17-A
Mt 13,44-52. Vende todo lo que tienes y compra el campo
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL TESORO Y LA PERLA (Mt 13,44-52)
En la vida hay búsquedas y descubrimientos. La búsqueda es interesada, está centrada en algo que se aprecia y requiere esfuerzo y disciplina. El descubrimiento es casual, un golpe de suerte, una sorpresa. Jesús, para hablar de los valores del Reino, recurre a lo segundo. Y lo hace porque no se alcanza el Reino de los Cielos con el esfuerzo humano, sino con el beneplácito divino, pues nadie puede merecer bienes eternos. Esto es lo que Jesús explica en estas parábolas.
La primera habla de un tesoro oculto. Arranca de un género literario frecuente en la antigüedad. En tiempos de falta de garantías, era habitual que un hombre, para asegurar su futuro, enterrara en un lugar secreto los ahorros de su vida. Si moría de modo imprevisto -cosa no rara-, se llevaba el secreto a la tumba. Esta costumbre dio origen a leyendas de fabulosos tesoros descubiertos por gente humilde. Jesús se sirve de ellas para explicar que encontrarse con el Reino de Dios es como si un asalariado, trabajando la tierra, halla un tesoro. Lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar la tierra y quedarse con el tesoro. La primera reacción del hombre es la alegría, el gozo por la suerte que ha tenido; la segunda es el desprendimiento, la renuncia a todo, el abandono de todo aquello que hasta ahora parecía importante en su vida. No es renuncia a medias, sino completa. Los bienes efímeros sólo tienen valor si con ellos se consiguen bienes imperecederos. Lo que uno tiene, por mucho que sea, se vuelve insignificante en comparación con aquello que tiene verdadero valor y por lo que merece la pena vivir. Lo otro es necedad y engaño de sí mismo.
La segunda parábola -la de la perla- viene a significar lo mismo, sólo que en este caso, el hombre está dedicado al quehacer de comprar y vender piedras preciosas. Cuando se encuentra con una verdadera joya, se da cuenta de que aquello que él valoraba no era sino bisutería y bajaratijas. No se trata ya de un hombre que, enfrascado en sus tareas, encuentra un día la verdad y se deja seducir por ella. Estamos ante un hombre que busca la verdad, pero sólo ha encontrado verdades a medias. La reacción es la misma que el anterior: da todo lo que tiene a cambio de lo que encuentra.
Unos acceden a la verdad desde el quehacer ordinario; otros, desde la búsqueda. Cuando la encuentran, los primeros se llenan de alegría por la sorpresa que produce el bien descubierto, mientras que los segundos, se llenan de satisfacción por la seguridad de haber logrado al fin su meta. Unos y otros toman la decisión de su vida: darlo todo para alcanzar el Todo. Cuando Jesús dice al joven rico: “Vende lo que tienes y dalo a los pobres para tener un tesoro en el cielo” está hablando de lo mismo. El pueblo lo dice de otra manera: “No se puede nadar y guardar la ropa”. El que no renuncia a lo que tiene no puede nadar en la libertad.
Jesús deja bien claro que el Reino de Dios no se gana a fuerza de puños, no se merece... Es algo que atrae, subyuga y enamora, que arrebata...
Tampoco hay que ir muy lejos a buscarlo, pues está donde se desenvuelve nuestra tarea diaria. Por eso el que trabaja el campo lo encuentra ahí escondido, y el que comercia en perlas finas lo halla entre ellas. Uno y otro, en el desempeño de su labor, dan con lo más valioso que pueden desear, con algo que no cabía ni en sus sueños. Renunciar a todo por el tesoro y la perla encontrados es la consecuencia lógica, el paso a dar para conseguirlos.
Se trata de elegir lo mejor por encima y por delante de todo lo demás. Esa renuncia no se siente como tal, se vive como afirmación gozosa de aquello que se desea más que nada en el mundo.
Por eso el Reino no se impone, es un don, un regalo que relativiza todo lo demás e invita a decidirse por él. Una vez aceptado lo quiere todo de nosotros. Es un amor por el que se dejan de lado otros amores que aparecen, junto a él, pálidos y descoloridos, sin valor por sí solos.
Algunos piensan que los religiosos hemos renunciado a demasiadas cosas buenas. Unos nos admiran, otros creen que somos personas algo tontas o de capacidades mermadas que nos impiden ver más allá. Ni unos ni otros tienen razón. Más o menos listos o capaces hemos elegido, sólo eso, nuestro tesoro escondido o nuestra perla preciosa, y hemos vendido lo que teníamos, mucho, poco o casi nada, para quedarnos con ello. Pero eso sí, vender y renunciar no se hace una sola vez y para siempre. Se ha de pasar toda una vida reencontrando el tesoro y la perla y vendiendo por ellos lo que se tiene, todo y del todo.
Desde ahí se adquiere la conciencia, con el salmista, de que "mi porción es el Señor", y se puede exclamar con él: "Cuánto amo tu voluntad!"
Con esta semana se termina las parábolas del capítulo 13 de S. Mateo
Y como en las semanas anteriores nos va enseñar nuevos modos de ver el Reino, el tesoro, la perla y la red.
En las dos primeras parábolas, podemos decir que Jesús nos está hablando de un encuentro, del encuentro con algo extraordinario para un simple labrador o de algo valiosísimo para un entendido en piedras preciosas, han encontrado lo mejor que podría esperar en su vida, han encontrado algo de tan alto valor que le va a satisfacer completamente, para uno su vida gris de labrador y para otro la plenitud de todo profesional, pero al fin y al cabo es un encuentro:
Y es verdad un encuentro del tesoro y de la perla con cada uno, un encuentro del Reino de Dios con nosotros, del mismo Dios con nosotros, porque Dios está ahí esperando que le encontremos, porque Él siempre está buscándonos en cuantos nos sucede, lo que ocurres es que no sabemos encontrarlo en lo que hacemos, no somos sabio como Salomón que solo le pidió a Dios discernimiento y nosotros pedimos tantas fruslerías que nos olvidamos de Él, como el título de un libro cuya reseña viene en el Alfa y Omega de esta semana, del cardenal Scola, NO NOS OLVIDEMOS DE DIOS, porque puede ser posible, pesemos que estamos haciendo oración y a lo mejor estamos en otra cosa, a lo mejor pensamos que trabajamos por Él en actividades y lo hacemos por otra razón, algunas veces nos damos y damos y quizás sea nuestro ego el que está delante.
Aceptemos a Dios en nuestro corazón como aquello más importante que nos puede pasar y vivamos su vida, pues como nos dice S. Pablo, estamos predestinados a ser imagen de su Hijo y esto tiene que llenar nuestra pequeña alma y que nos haga exclamar ABBA, Padre, Papá.
En la última parábola, se nos invita a una seria reflexión de lo que se nos llena la red, pues puede que nos sobre muchas cosas, y tenga que aligerar la red de mi vivir, quedarnos libres de ataduras para llevar el Reino con credibilidad a los destinatarios del mismo, los desposeídos de la tierra, los descartados, como gusta nuestro Papa de llamar: porque si nos presentamos a anunciar el Reino con muchas cosas, no somos obreros del mismo, “ no llevéis otras sandalias, ni oro en el cinturón, ni bastón.....” llevad amor, “a nadie le debáis nada, más que amor”: ¡como olvidamos los detalles!
¡Cuánto cambiaría el mundo si pagáramos esa deuda de amor!
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN
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