24 AGOSTO 2014
DOMINGO 21-A
Mt
16,13-20. Tú eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL PESO DE LA LIBERTAD (Mt 16,13-20)
No era mala la opinión de la gente sobre Jesús: para unos se trataba de Juan Bautista revivido; para otros era el profeta Elías, quien, según la tradición, vendría como precursor del Mesías; había quienes lo equiparaban a Jeremías, uno de los más grandes profetas, cuya vida dio lugar a numerosas leyendas. Para la gente no era evidentemente un cualquiera. Sus enemigos, por el contrario, veían en él un enviado de Belcebú. A pesar de todo y aun siendo buena la opinión de la mayoría, no era suficiente. Por eso Jesús pregunta abiertamente a los suyos: ¿Qué pensáis de mí? ¿Cómo me veis vosotros? Pedro, en nombre del grupo, responde: “Eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Son tres posturas ante Jesús: rechazo, aprecio y fe. Las mismas que hoy se observan en muchos. Unos rechazan la figura del Maestro y consideran sus enseñanzas una amenaza que se debiera erradicar; otros valoran esas enseñanzas y lo ven como un gran reformador religioso de la antigüedad, como Buda o Mahoma; y luego están los que creemos en él como Mesías e Hijo de Dios. Y es que, ante Jesús, no cabe la indiferencia. Su mensaje sobre el hombre, sobre la vida y sobre Dios obliga a tomar postura.
Tras oír la respuesta de Pedro, Jesús tiene unas palabras de aprobación que son a la vez una aclaración: el conocimiento de la naturaleza y de la dignidad de Jesús viene de lo alto, es un don del cielo que acogen los sencillos y permanece oculto a los entendidos. Ciertamente la fe supone un corazón sencillo, pero no es un acto sencillo porque se trata de confiar en alguien que no parece lo que es y de fiarse de su palabra cuando habla de lo que no está al alcance de los sentidos y de la experiencia. ¿Cómo saber que es cierto que Dios nos quiere bien y que no nos va a tratar como un juez severo? ¿Cómo se puede amar al enemigo? ¿Por qué vamos a perdonarlo? ¿Quién garantiza que todo el que cree en él, aunque muera, vivirá?
Al final sólo queda tomar postura y vivir en consecuencia. Creer es una opción personal, lo mismo que no creer. Ambas opciones implican el riesgo de equivocarse y no se puede decir que ninguna sea más legítima o lógica que la otra. Toda postura que implica una opción supone libertad y es, por ello, igualmente respetable. Cuando se olvida esto, se cae en el fanatismo: el del no creyente -que se cree superior y menosprecia a los creyentes atrapado en el error de creer que lo humano, lo racional y lo lógico es la increencia- y el del creyente -que cree servir a Dios destruyendo a los infieles-. La razón es bien simple: cuando el pensamiento se convierte en un absoluto, genera intolerancia. Creyentes y no creyentes, si son intelectualmente honestos, saben respetar y valorar la opción del contrario, porque ambos son conscientes de la responsabilidad de su opción y sienten el peso de la libertad.
A Jesús le interesa saber quién decimos que es Él, y la pregunta es personal, dirigida a cada uno. Responder a ella no es cuestión banal, sino de la mayor importancia. Saber quién es Jesús para cada cual supone saber quién es uno, pues tener clara la identidad de Jesús revela la propia.
La respuesta a la pregunta de Jesús sólo puede darse desde la experiencia personal que se tiene de Él. Es un proceso que han vivido generaciones de creyentes que han escuchado en su corazón las palabras bíblicas: busca mi rostro.
Contestar a la pregunta de Jesús implica una relación con Él, íntima, cálida, frecuente, con todos los ingredientes y matices de una amistad, de un amor.
Tener clara la respuesta orienta toda nuestra vida y las elecciones que hacemos a lo largo de ella, nuestras prioridades y opciones, incluso marca nuestros deseos más profundos, nuestras luchas y esfuerzos, y tiñe nuestras ilusiones y metas. Dibuja y colorea, estructura y cimienta nuestras relaciones con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Ser consciente de mi respuesta a la pregunta de Jesús le hará presente y vivo en todo momento, circunstancia y lugar; a mi lado y dentro de mí, en el de enfrente y en el de más allá.
Para Jesús es importante saber quién decimos que es Él, porque en la respuesta nos encontramos a nosotros mismos. Por eso dejemos que sus ojos se posen en los nuestros, dando tiempo y lugar para ello, que pregunte con frecuencia, y que responder desate en cada uno toda una marea de experiencias y recuerdos, vividos con Él, que le digan, otra vez, quién digo yo que es.
En esta semana el Evangelio nos trae la pregunta que Jesús hizo sus discípulos y nos hace a cada uno de nosotros, pues esa pregunta no es más que el encuentro de Jesús con cada uno de nosotros en el que quiere saber quién es él para mí.
Y vosotros, tú, yo ¿quién digo que es Jesús? ¿Quién es Jesús para mí?
Es mi amigo, mi hermano, mi compañero de camino, mi confidente en quien desahogo mis ansias y sinsabores, mis limitaciones y debilidades, el rostro de Dios en los Evangelios....
Es el necesitado, el desnudo, el hambriento, el sediento, el extranjero, el enfermo, el encarcelado, el inmigrante, el mendigo, el harapiento al que ni siquiera escuchamos en su necesidad, es el......
Si es alguien distinto, nunca podré decir que es el Hijo de Dios, porque Dios es lo primero y está en los segundos.
Pedro, responde, en su forma y modo de decir y hacer las cosas, de las que muchas veces se arrepintió, pero en esta no porque estaba el Padre detrás, tenía su asistencia, su apoyo, su consejo y es que si nos alejamos, si nos apartamos de Dios, perdemos el norte de nuestra vida, de nuestra trascendencia y caemos en el más absurdo relativismo, todo ello porque sin Él no podemos hacer nada (J 15,5), todo el fruto que podamos dar en nuestra vida es regalo de Dios, todo es don de Dios, en todo está Dios.
Dios es el origen, guía y meta del universo, nos dice hoy S. Pablo, es decir para los hombres, Dios lo es todo y lo tenemos que aceptar con nuestra fe inquebrantable en él y dejar que sea quien viva en nosotros.
Y la pregunta del Evangelio, nos obliga a decir a todos quién es Jesús, es nuestro compromiso misionero pues tenemos que dar razón de nuestra esperanza que no es otra que Cristo muerto y resucitado, como lo vivimos y como su mensaje, el Reino de Dios, es nuestra tarea.
Termino con el salmo responsorial, “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”
Santa María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a decir AMEN
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