12 OCTUBRE 2014
DOMINGO 28-A
Mt 22,1-14. A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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VESTIDOS DE FIESTA
Continúa la polémica con las autoridades del templo. Tras poner en entredicho el sistema religioso de su tiempo y denunciar la infidelidad del pueblo, en la parábola de los invitados, Jesús aborda el tema de la universalidad de la llamada y de la salvación. El Reino de Dios deja de ser un privilegio concedido al pueblo judío para ser un don del que pueden beneficiarse todos los hombres. No estamos ante un asunto de justicia -como en la parábola anterior-, sino ante una cuestión de honor, pues se trata del menosprecio de un don: un rey, que celebra las bodas de su hijo, invita a todos los nobles, pero estos prefieren dedicarse a otros asuntos menos significativos e ignorar la llamada. Algunos incluso llegan a maltratar a los mensajeros. La reacción del Rey fue la ira. Mateo posiblemente tiene en su mente la destrucción de Jerusalén ocurrida algunos años antes de que escribiera su evangelio. La enseñanza es clara: Israel ha despreciado el don de Dios y por eso ha sido barrido de la tierra.
Es en la segunda parte donde se apunta el tema de la universalidad: los criados salen a los caminos e invitan a todo el mundo, sin pararse a ver si son o no dignos de sentarse a la mesa de un rey. La sala se llena de buenos y malos. La discriminación consentida y apoyada por el judaísmo salta por los aires hecha añicos y se establece una igualdad esencial entre todos los hombres desde el punto y hora en que a todos se ofrece la salvación. Para la primera generación cristiana todos los seres humanos son esencialmente iguales. Las diferencias son meramente superficiales.
Pero no acaba ahí la cosa. El final resulta sorprendente porque, al acudir al salón, el rey manda expulsar, atado de pies y manos, a uno que no llevaba el vestido de fiesta. Y es que todos son llamados y todos pueden beneficiarse de la salvación, pero sólo lo conseguirán quienes muestren signos externos de la nueva justicia.
El evangelio es una buena noticia para todo el que la quiera escuchar. Son muchos los que viven enredados en sus asuntos y no valoran el ofrecimiento que se les hace. Para unos es más importante ocuparse de los negocios o disfrutar de los bienes; otros incluso atacan o ridiculizan a quienes se han dejado iluminar por Jesucristo. Entre quienes se dicen cristianos hay quienes lo son sólo de palabra, pues su vida no responde a ello. La parábola de los invitados es una llamada a considerar lo que es esencial y secundario en la vida. La fe es un don que se ofrece, no un deber que se impone. El hombre puede pensar que otros menesteres son más importantes y menospreciar semejante don. Puede incluso aceptarlo, pero no permitir que fructifique en su corazón. Al final lo que importa es ir vestido de fiesta cuando el rey entre en la sala del banquete.
La Palabra de Dios en este Domingo, se centra en la invitación al Reino de Dios, mediante la parábola dirigida por Jesús a los sacerdotes y ancianos de Jerusalén, sobre el Banquete de Bodas del Hijo del Rey de una gran ciudad.
No es un auditorio cualquiera, es el mismo auditorio de la semana pasada, la elite de la ciudad y por tanto saben lo que escuchan.
En esta parábola podemos distinguir varios aspectos:
--Por una parte la invitación a los principales
--El rechazo por estos de la invitación al banquete de bodas y sus consecuencias
--Los que hacen la invitación por los caminos
--La invitación a los excluidos que aceptan la celebración de la fiesta
--Y el invitado que no está con el traje adecuado
Podíamos decir que es un abanico de situaciones, de actitudes en las que nos podemos encontrar todos a lo largo de nuestra vida.
Pues si hablamos de elite, todos hemos sido creados con la misma dignidad y grandeza de los hijos de Dios, no hay distinciones, “hagamos al hombre/mujer a nuestra imagen y semejanza”, qué más podemos desear, es lo que nos hace libres hasta para rechazar a Dios, como aquellos primeros invitados y tenemos que preguntarnos cuantas veces nos hemos encontrados en esta primera situación.
Hay unos criados que hacen la invitación, que llevan a los “excluidos” que no eran otros que los que iban de un lado a otro sin rumbo ni ocupación fija: y en este anuncio del banquete del Reino estamos también implicados si de verdad somos seguidores de Jesús y su Evangelio, que tenemos que llevar a todos, CON NUESTRA PALABRA Y CON NUESTRA VIDA, dando respuestas a tantas cuestiones como afligen a los hombres y mujeres de nuestros días, respuestas que no están más que en el Evangelio, vida, hechos y dichos de Jesús, es decir el rostro del Padre encarnado, y que llevarán más consuelo que participando en actos que no conducen a ninguna parte.
Están aquellos excluidos que reciben la invitación y aceptan la celebración con todas sus consecuencias, es decir se ponen el vestido de bodas (veremos lo que implica) y esta inclusión tiene que ser obra de todos los que anunciemos el Reino de Dios, misión de Jesús en su vida, que le llevó a la Cruz, de la que tanto hablamos y exhibimos pero que quizás no estemos dispuesto a llevar, porque anunciar el Reino no es cuestión baladí, es de mujeres y hombres comprometidos con cuanto implica la justicia, el amor, la paz y la dignidad para todos.
Había un invitado que no llevaba el traje, no aceptó las condiciones del Reino de Dios, que no es otra que la conversión, es decir que el amor supere a nuestros egoísmos, lo cual es un trabajo inacabado, es una lucha constante por mantenernos con ese traje propio del Reino, amor y más amor y siempre amor y servicio, pues como decía S. Pablo, a nadie le debáis nada, más que amor: ¡como cambiaría el mundo!
Termino con el salmo: “”aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo””, ¿hasta ahí llega mi confianza en el Señor? .
María, Madre de todos los hombres, ayúdame a decir AMEN
Jesús se dirige de nuevo a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Ellos son los invitados de lujo a la boda del hijo del rey. Y, por imposible que resulte de creer, cuando el banquete está listo, y todo dispuesto y preparado, encuentran cosas mejores que hacer y no acuden a la boda.
El rey decide entonces invitar a todos los que quepan en la sala del banquete. Se nos cuenta que entre ellos hay malos y buenos, pero no son los malos los expulsados, sino los que se han negado a vestirse de fiesta. Rechazan la boda tanto como los primeros convidados, pues se niegan a ser coherentes en ella, no aceptan la invitación.
Nos cuesta aceptar al Dios del que habla Isaías, que invita a todos, sin distinción, a comer y beber en abundancia. Que ofrece a todos su salvación y espera celebrarla y gozarla en un festín. Seguimos aferrados, muchas veces, a nuestra imagen de un dios que premia nuestros méritos y esfuerzos, y que no regala nada.
El salmista ha hecho la experiencia de dejarse cuidar, mimar y agasajar por Dios. Ha aceptado la invitación y se ha sentado a la mesa con Él. Por eso se sabe acompañado por la bondad y la misericordia del Señor, y habita en su casa, vestido de fiesta, por años sin término, en medio del gozo y el dolor, la luz y la oscuridad.
Pablo es otro invitado que aceptó el vestido para participar en el banquete de boda. Por eso, tras haber vivido en pobreza y abundancia, la hartura y la privación, ha aprendido que todo lo puede en Aquel que le conforta. Y que la riqueza del Padre es Cristo Jesús.
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