1 MARZO 2015
2º DOM. CUARESMA-B
MARCOS 9,1-9. LA
TRANSFIGURACIÓN O LA CONFIRMACIÓN DEL PADRE
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LOS TRANFIGURADOS (Mc 9,1-9)
Al comienzo del viaje a Jerusalén que le condujo a la muerte, Jesús preguntó a sus discípulos qué pensaban de él. Pedro, en nombre de todos, respondió que lo consideraban el mesías. Acto seguido, Jesús, sin negarlo, anunció el destino que le esperaba en Jerusalén. Es como si les estuviera diciendo: “Efectivamente: soy el mesías, pero no el tipo de mesías que a vosotros os interesa”. Inmediatamente después, el evangelista san Marcos relata la transfiguración, en la que Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar el otro ser de Jesús.
Uno de los misterios fundamentales del cristianismo es la Encarnación. Lo nuclear de ese misterio es que Dios se acerca al ser humano asumiendo la condición de éste, lo cual implica dos cosas: que la salvación no es un movimiento del hombre hacia Dios -como si fuera posible alcanzar la esfera de la divinidad (así se describe la naturaleza del pecado en Adán y en Babel)-, sino que se trata de un movimiento de Dios hacia el hombre (es, por tanto, un gesto de generosidad); y que el encuentro con Dios sólo es posible en lo humano.
Desde esto se entiende por qué Jesús, en la cena, cuando da el precepto nuevo y definitivo, en lugar de decir “Amaréis a Dios con todo el corazón y os ameréis unos a unos como yo os he amado”, se limite a recoger sólo lo segundo silenciando el precepto del amor a Dios. A partir de ese momento no cabe que pueda separarse la vida religiosa y la moral, el culto y la justicia, la religión y la fraternidad. Jesús viene a decir sólo es posible amar a Dios amando al hermano. San Juan dirá más tarde que miente el que dice amar a Dios -a quien no ve- si no ama al hermano -a quien ve-.
Sobre el monte Tabor, los discípulos pudieron ver la divinidad de Jesús a través de su humanidad. En la vida diaria, el cristiano ha de ser capaz de ver a Dios en el otro, sobre todo en el que sufre. Esto sólo es posible mirando más allá de la apariencia, del aspecto, de la imagen que las personas presentan. En cada ser humano el cristiano ha de encontrar el misterio de un Dios encarnado, sobre todo en aquellos que viven el calvario cada día.
Cuando se olvida esto, la religión se convierte en una fantasía espiritual donde lo externo, lo espectacular, lo grandioso, el prestigio social o el poder pasan a ocupar los primeros lugares en la jerarquía de valores; y la caridad, la solidaridad y el servicio a los desheredados del mundo se convierte en una molestia inevitable a la que se dan sólo respuestas de compromiso y de mínimos. Jesús de Nazaret -que se transfiguró a los ojos de sus discípulos en el monte Tabor ocultando su humanidad y mostrando su divinidad- se sigue transfigurando en cada ser humano ocultando su divinidad y mostrando su humanidad y nos advierte: “Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me lo hicisteis”.
Paco Echevarría
Todos necesitamos nuestro Tabor en el camino del seguimiento de Jesús. Subir a la montaña y contemplar la hermosura de su rostro, permanecer en el éxtasis del encuentro, de la adoración, y experimentar qué bien se está ahí, con Él, y saber con certeza que Él es más fuerte que la muerte, que el mal, que el dolor.
Entonces puede llegar la tentación de hacer tres chozas, o las que sean... la cuestión será perpetuar ese momento tan grato, parar el tiempo y eternizar esa instantánea, sólo ésa, donde encontramos tanta felicidad. Puede llegar la tentación de apropiarnos de un Dios que está por encima de todo y acabar con todo lo que nos hace sufrir.
Una nube nos muestra que nuestro más ardiente deseo no puede hacerse realidad todavía, aún no... y la voz del Padre nos recuerda que lo más importante es escuchar a su Hijo amado, aquí y ahora, para conformar nuestra vida con la suya, para seguir construyendo el Reino de Dios.
Toca bajar de la montaña, pero no vamos solos, Jesús nos acompaña, sin esplendores de gloria, como uno de tantos. Y nos lleva camino de la cruz de cada día, en el servicio a los demás, en la entrega de la propia vida y de lo que nos es más querido que ella: nuestro primogénito.
Llevamos en el corazón nuestro Tabor. Sabemos que lo más real es la hermosura del rostro del Señor que ilumina toda nuestra vida con su luz y su esplendor, con su fuerza y claridad. Ahí encontramos multitud de rostros de hermanos y hermanas que, por eso, no pueden ser indiferentes para nosotros.
Después de contemplar el rostro transfigurado del Hijo amado y escuchar su Palabra, sabemos que Dios está con nosotros, y así ¿quién o qué estará contra nosotros? Dios nos justifica y Cristo intercede por nosotros.
Gozar de la dulzura del Señor en la intimidad del Tabor nos da la esperanza de que caminaremos en su presencia en el país de la vida, para siempre.
La semana pasada la Iglesia nos presentaba a Jesús, tentado en el desierto y en esta se nos presenta como lo que es, verdadero Dios, Hijo del Padre, en toda su majestad y avalado por el testimonio que de Él da el Padre “Este es mi hijo amado, escuchadlo”
Por ello destacamos de este pasaje, primero la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, como Dios, pese a su humanidad visible, visible para hacernos visible el amor invisible y eterno de Dios por los hombres, que aquel que en el capítulo anterior le ha manifestado que va a padecer, morir y resucitar, cosa que los discípulos no asumieron, de ahí la reacción de Pedro y el reproche de Jesús.
Y así en esta semana viene a conjugarse la resurrección y la muerte de nuevo con la gloria, ésta para decirle a los discípulos que ese Mesías que esperan no es más que el Hijo de Dios, nada de revoluciones políticas, sino revoluciones del corazón “” sed perfectos como mi Padre es perfecto” (Mt 5,48).
Por otra parte hay que destacar el último inciso de la voz del Padre ...escuchadlo”
Estamos en Cuaresma, tiempo de reflexión, de meditación de mirar qué es necesario limpiar de nuestro corazón y como decía la semana pasada, dirigiendo mi oración para que nos intuyéramos en las palabras, vida y obras de Jesús, tenemos que seguir escuchando a Dios en el Hijo, tenemos que seguir conociendo a Dios en el Hijo, tenemos que ser hijo del Padre por el Hijo y ¿Cómo?, con los Evangelios, con el trato y contacto con Dios en la oración de cada día, que podemos empezar con la lectura de su Palabra y luego seguir pidiendo, llamando y buscando, como nos dice el Evangelio de hoy (Mt 7.7-12) porque el que pide recibe, el busca que encuentra y el al que llama se le abrirá, pues pidamos que se nos abra el corazón, encontremos la alegría de Dios en los demás y recibamos todo eso porque hemos puesto en práctica las enseñanzas de Jesús, su palabra, sus obras y su vida.
Al final del pasaje evangélico, Jesús, como siempre, prohíbe la difusión del suceso, no para siempre como los milagros, sino que aquí le pone un término, “...hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.
Feliz día, feliz misterio, que , como todos los misterios, comprenderemos, cuando, un día, nosotros, también resucitemos y ahora creemos y no dudamos como los discípulos, porque hemos visto desde ya su Resurrección a la que nos encauza este tiempo de Cuaresma, vaciándonos de nosotros para ir llenándonos de Dios.
Caminaré en presencia del Señor, nos dice el salmo y la canción nos dice que mientras recorremos la vida, nunca estamos solos, pues la Virgen María, Madree de Dios y Madre nuestra, con nosotros va.
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