5 ABRIL
2015
DOMINGO
DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.
Jn 20,1-9. Él había
de resucitar de entre los muertos.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL SEPULCRO VACÍO
La resurrección de Cristo constituye el núcleo de la fe cristiana, hasta el punto de que Pablo escribe: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe". Otra cosa es el modo de entenderla, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. No es que la fe sea irracional, sino que nunca es el resultado de un silogismo.
Los datos de los que partieron los primeros testigos fueron dos: el descubrimiento del sepulcro vacío y las apariciones. El primer dato ha sido transmitido por la tradición y tiene a su favor que, de haber sido inventado, un judío jamás habría puesto como testigos a las mujeres, ya que no se les reconocía capacidad para testificar. El segundo dato pertenece a la experiencia de la Iglesia Primitiva. Creerlo o no creerlo es un problema de confianza en la sinceridad de quienes llegaron a dar su vida por permanecer fieles a lo que predicaban. De todas formas, dado que es asunto de fe, hay que admitir como un dato de experiencia que, para el que cree, las razones en contra no crean dudas y, para el que no cree, las razones a favor no le hacen desistir de su postura.
Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.
Por cierto, que muchos hoy confunden resurrección y reencarnación. La diferencia es grande: la resurrección significa que se ha alcanzado la plenitud gracias a Cristo que en su muerte y resurrección nos ha salvado; la reencarnación se entiende como oportunidades repetidas para purificarse hasta alcanzar el estado que permita la vuelta a Dios. Hoy día, con el auge del esoterismo y de lo oriental, muchos creen en la reencarnación. Para un cristiano simplemente no es necesaria. Lo que los orientales creen alcanzar con sucesivas reencarnaciones, el cristiano cree que lo ha conseguido como un don gracias al amor de Dios manifestado en Cristo. Para los cristianos, la resurrección de Cristo es el triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la paz sobre la violencia, en definitiva, de la luz sobre la oscuridad.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
Este Domingo, es el gran día de nuestra fe, es el día en que, como dice el salmista, actuó el Señor y por tanto tiene que ser nuestra alegría y nuestro gozo.
Hoy mi reflexión, no puede ser más que expresar un profundo agradecimiento a nuestro Señor, desde lo más hondo del corazón decirte, Señor, gracias, gracias porque con tu muerte abriste la vida con tu Resurrección y la nuestra, gracias por nos diste el sentido último del sufrimiento y de la vida, gracias porque nos ama tanto que cada día sigue estando presente en el santo sacrificio del altar, en memoria permanente para que los hombres te hagamos alimento de nuestra vida.
Gracias, Señor, porque nos hace mirar esta vida que nos regalaste en nuestro nacimiento, con miras altas de esperanza en una eternidad de gozo sin fin.
Gracias, Señor, porque te diste como Camino, Verdad y Vida, para que contigo camine por este mundo hacia la plenitud eterna contigo.
Gracias, Señor, porque no miraste nuestra hoja de servicios para llevarnos junto al Padre, fuiste y eres todo don, toda gratuidad, para llenar nuestras pobres vidas de amor y hacernos santos e irreprochables ante el Padre, como nos dice S. pablo.
Gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna y porque no te cansas de perdonar y esperar cada día nuestra pobre conversión.
Señor, gracias por todo y haz que te busquemos aquí en nuestra hermosa tierra, obra de tus manos, para encontrarte en todo lo que hagamos y en todos los hermanos y en la hora de nuestra muerte, llámanos y mándanos ir a Ti, para que con tus santos te alabemos en tu gloria por siempre.
Tu Resurrección, Señor, nos trae una misión, “”No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor””, por lo que concédeme la fuerza para llevarte con mi pobre palabra y mi aún más pobre testimonio, a todos los que me rodean.
Gracias, Bendita Madre, porque tus dolores se han convertido en llantos de alegría y sigues guardando todo en tu corazón, lo que te pido pueda aprender de Ti.
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