DOM-2ºPASCUA-B

lunes, 6 de abril de 2015
12 ABRIL 2015
2º DOM-PASCUA-B

JUAN 20,19-31: Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 06 abril, 2015 11:06 dijo...

EL SÍNDROME DE TOMÁS (Jn 20,19-31)

Después de ver vacío el sepulcro, los seguidores de Jesús se escondieron asustados, porque, si al corazón le es duro aceptar la muerte, a la mente le es difícil aceptar la resurrección. Aquellos pobres hombres, convertidos en testigos del misterio, sólo pensaron en desaparecer. Cuando Jesús les salió al encuentro, les mostró los trofeos de su pasión -sus heridas- para que vieran que no era un fantasma y se llenaron de alegría. ¡Sublime sentimiento que invade a todo el que se encuentra -en medio de sus dudas y temores- con el Señor de la vida! El primer rasgo de un auténtico cristiano es la alegría, ya que ella es el brillo del amor.

Luego, antes de enviarlos a liberar a los hombres de la culpa, sopla sobre ellos -como el creador sobre el barro del primer hombre- para darles su Espíritu. El Espíritu es necesario porque el poder de perdonar excede con mucho las posibilidades humanas, como decían los fariseos a Jesús, y hace falta otro poder más alto para absolver la culpa. Sólo Dios es Señor del perdón. La Iglesia se considera heredera y continuadora de esa noble misión que consiste en librar al ser humano de la angustia que generan sus propios errores.

Todo esto va precedido del saludo de la paz, el principal de los dones del Mesías. Paz, alegría y perdón: ¡Hermosa trilogía para un mundo necesitado de las tres en extremo! La misión del cristiano, como la de Cristo, es anunciar a un mundo castigado por la violencia la paz más profunda y valiosa: la del corazón; entregar la dicha más auténtica a un mundo entristecido, que oculta su insatisfacción en una compulsiva búsqueda de placeres; y liberar de la angustia de la culpa a quienes han olvidado el concepto de pecado, pero no se han podido liberar del sentimiento que conlleva la connivencia con el mal.

Tomás representa a todos los escépticos, a todos aquellos que sólo creen en lo que puede verse y tocarse, a los que hacen gala de ser prácticos y positivos. Sólo se fían de lo que entra por los sentidos. Lo cual es bien poco. A éstos Jesús les dice: Dichosos los que crean sin haber visto. No defiende la falta de rigor o las ingenuidades. Habla de que hay otra realidad tan presente y comprometedora como aquella que nos llega a través de las ventanas. Ignorarla no es cosa de sabios, sino de engreídos. Más aún: el verdadero sabio desconfía de lo aparente y sabe ver siempre más allá porque no se deja engañar, sino que busca en todos y en todo el espíritu que anima a cada ser.

Tal vez la fe no sea -como en otro tiempo se creyó- una debilidad del ignorante, sino una necesidad, un valor, para la supervivencia. Han pasado los años en los que casi había que disculparse por creer y había que soportar la ironía o el menospre¬cio. El síndrome de Tomás no es más que el síntoma de un mal oculto: la autosuficiencia con que nos defendemos del misterio.

FRANCISCO ECHEVARRÍA

Maite at: 06 abril, 2015 21:03 dijo...

En la Palabra que la Iglesia nos propone en este tiempo pascual, encontramos los rasgos y acentos de quienes han visto al Señor resucitado y experimentan que Jesús vive. Eso transformará sus vidas por completo y los convertirá en hombres y mujeres nuevos.

Quienes pueden decir: "Hemos visto al Señor", han pasado de permanecer escondidos en la oscuridad, con las puertas cerradas y con miedo, a llenarse de paz y alegría. Los judíos, a quienes temen, siguen estando ahí, pero ellos no son los mismos, ya no. Algo les ha nacido dentro, algo que tiene su origen en Jesús, vivo en medio de ellos.

Quienes pueden decir: "Hemos visto al Señor", se saben enviados con una misión y fortalecidos con el aliento del Espíritu Santo sobre ellos. No rechazan ni marginan a los que dudan de su testimonio y piden pruebas. También ellos han necesitado ver. Por eso tienen paciencia con los que necesitan más tiempo y respetan sus ritmos; los acompañan en su compás de espera. Saben que Jesús también se manifiesta y se deja ver por los que anhelan creer y no pueden; que los acoge con ternura y se deja tocar por ellos. Estos son, precisamente, quienes aprenden a adorar con el alma postrada, y su confesión del Señor va más allá, incluso, que la de los demás.

Jesús sabe que hay otros que creen, le confiesan y adoran sin haber visto. A ellos los llama dichosos.

Quienes creen que Jesús vive, tienen vida abundante, vida verdadera, y aman a Dios y a los hermanos. Dan gracias al Señor porque experimentan su misericordia, que les rodea y penetra. Se saben parte de una comunidad de creyentes en la que nadie tiene nada en propiedad, pues todo se comparte y se pone a disposición de quienes lo necesitan. Es la comunidad de Jesús, vivo en medio de todos.

juan antonio at: 09 abril, 2015 11:03 dijo...


En esta semana el Evangelio de Juan nos relata los dos primeros encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos.
En esos encuentros se dan una serie de circunstancias que parecen que es un relato de ayer, pues su vigencia es tan actual como lo es la Palabra de Dios.
Hoy como ayer los cristianos también nos encerramos, por miedo a no sé qué, pues hemos salido a las calles con los misterios de Jesús hecho evangelio plástico para nuestra devoción, pero más popular que profunda, pues en el fondo, tenemos miedo, cerramos las puertas de nuestra fe, de nuestra esperanza y abrimos un entorno para la caridad. Tenemos miedo de manifestar públicamente nuestra fe, nos avergüenza decir que somos creyente ante la crítica de retrogrado, de reaccionario, de antigualla. También vendrá nuestro Pentecostés.
No hemos tenido un verdadero encuentro con Jesús, que es en definitiva el meollo de nuestra fe, el encuentro personal con una persona viva, con el Hijo que nos mostró al Padre y al Espíritu que nos lo hace posible; es un encuentro con el Dios de Jesús, encuentro que entraña su aceptación, entregarnos a sus brazos, con plena confianza.
También nos relata las dudas de Tomás, que no estaba la primera de las dos veces, “dudas, que vividas de una manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se contenta con repetir formulas, sin creer en confianza y amor” ( J.A. Pagola), y puede ser el crisol de nuestra fe, al hacernos reflexionar, que no comprender, el misterio de la cercanía de Dios desde su Nacimiento hasta su Resurrección.
Como siempre necesitamos signos, necesitamos evidencias, necesitamos pruebas y el Señor nos la da, adentrándonos en su vida, en su estilo de vida, en sus palabras, en sus obras, en su pasión, muerte y resurrección, que hacemos nuestra en la medida en que nos encontramos con Él y le dejamos vivir en nosotros, nos vaciamos, para que Él viva en nosotros, aceptándolo en nuestra fe como Señor y Dios nuestro.
Los Evangelios, nos narra muchas apariciones de Jesús, menos una, la de su Madre, aparición que tendría lugar, y así lo creemos pues si ella fue la puerta a esta vida, tendría que ser no la puerta sino el reconocimiento a una entrega total “hágase en mi según tu palabra”
Señora y Madre nuestra, ¡alégrate! porque tu hijo vive.