ASCENSION-B

lunes, 11 de mayo de 2015
17 MAYO 2015
ASCENSIÓN DEL SEÑOR

MARCOS 16,15-20: ASCENSION DEL SEÑOR.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 11 mayo, 2015 08:10 dijo...


A TODOS LOS HOMBRES (Mc 16,15-20)

En el último domingo de la Pascua -el que precede a Pentecostés- se nos presenta el envío misionero de Jesús. Antes de desaparecer, encarga a los suyos recorrer el mundo y hacer discípulos de todos los pueblos. No dice Jesús que formen un solo pueblo, bajo un solo poder, con una sola cultura y regido por las mismas leyes, sino que hagan discípulos sin que importe el pueblo al que pertenezcan. El evangelio encierra dentro de sí una dimensión de universalidad más allá de razas, culturas, lenguas, filosofías... más allá de todo lo que los hombres utilizamos para establecer diferencias entre nosotros.
En estos tiempos en que soplan fuerte los vientos nacionalistas y en que las minorías reclaman -no digo que sin derecho- el respeto a sus características propias, el Evangelio aparece como una propuesta de unidad desde la diversidad. Los hombres de mente y corazón estrecho temen todo lo que es diferente y entienden la unidad como uniformidad, por eso excluyen todo lo que no es conforme a sus criterios y luchan contra todo lo que no encaja en su visión de la realidad. Cuando logran seducir a los pueblos, los conducen hacia un abismo de soledad, aislamiento y empobrecimiento.

El pensamiento cristiano -aunque haya cristianos que no tengan este pensamiento- construye la unidad de los hombres sobre la diversidad de los mismos y, por ello, valora, potencia y asume los elementos que caracterizan a un individuo, a pueblo o a una cultura. Aparece en la Biblia un pasaje que puede ser considerado -al menos a mí así me lo parece- como una de las más antiguas y duras críticas del totalitarismo subyacente en el discurso de aquellos que, so pretexto de defender lo propio, no dudan en excluir lo diferente. Me refiero al relato de la construcción de la torre de Babel que está recogido en el libro del Génesis. El autor sagrado se refiere a Babilonia -el ideal de cuyo rey era un sólo pueblo, una sola lengua-cultura, un solo poder para gloria de sus dirigentes, autoerigidos en dioses-. Frente a este modo de entender el mundo, el Evangelio de Jesucristo predica la igualdad de todos los seres humanos en su esencia -imágenes de Dios por nacimiento e hijos suyos por adopción-, la diversidad en su existencia concreta y su universal vocación a la unidad. Por ser iguales y diferentes estamos llamados a vivir unidos. La unidad no implica la anulación de lo específico ni la defensa de la propio conlleva la ruptura y el enfrentamiento porque la unidad consiste en la integración de lo diferente no en la anulación de las diferencias.

Jesús, antes de subir al cielo, encargó a los suyos ir por el mundo a anunciar a todos los pueblos la buena noticia. En escucharla está la salvación y los signos de la misma serán la erradicación del origen del mal, el entendimiento entre los hombres y la liberación del sufrimiento. No es voluntad del cielo que todos los hombres formen un solo pueblo bajo un único poder, sino que todos los corazones sean uno.

FRANCISCO ECHEVARRÍA

Maite at: 12 mayo, 2015 18:40 dijo...

No es extraño que los Apóstoles, al ser testigos de la Ascensión del Señor, se quedaran plantados mirando al cielo y necesitaran las palabras apremiantes de aquellos hombres vestidos de blanco, para recordar que sus pies aún pisaban tierra firme, y que tenían por delante, en el día a día, la ingente tarea de ser, en el mundo, discípulos y seguidores de Jesús.

Estaban llamados, como nosotros hoy, a salir, a ir y proclamar el Evangelio; a echar demonios, hablar lenguas nuevas, curar... A dejar que por medio de ellos, de nosotros, Jesús siga actuando y confirmando su palabra con signos que todos comprendan.

Es verdad, no podemos quedarnos plantados mirando al cielo y desentendernos de la misión que tenemos encomendada. Somos enviados. Pero también es verdad que no podemos dejar de mirar al cielo cada día, como nos recuerda Juan en la hojilla. Sin eso no podemos recibir el espíritu de sabiduría y revelación para conocer al Padre de nuestro Señor Jesucristo, ni comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, ni qué herencia nos aguarda. No podemos conocer su poder para nosotros, ni el de su fuerza desplegada en la resurrección de Cristo. Si no dirigimos la mirada al cielo olvidamos que la Vida ha vencido a la muerte para siempre y que donde está Cristo, como Cabeza nuestra que es, esperamos llegar también nosotros. Si no miramos con frecuencia al cielo olvidamos que Jesús está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y creemos que la única realidad es la del polvo y el fango que nos rodean, que salen de nosotros o nos salpican. Creemos que la última palabra y la victoria final son del poder, del dinero, de la mentira y el egoísmo, de la opresión, de la muerte y sus secuaces.

Hoy estamos invitados a dejar de lado la nostalgia, la apatía, la pereza, el desencanto, la frustración. Jesús sigue a nuestro lado. Y con Él hemos de salir, nos esperan... Y no dejemos de mirar al cielo cuando todo nos hace morder el polvo del camino y se nos enturbia el horizonte. Escuchemos el son de trompetas y aclamemos a Dios con gritos de júbilo y palmas, porque Él es el rey del mundo.

juan antonio at: 12 mayo, 2015 22:12 dijo...

Siempre me he preguntado por qué en la liturgia de la festividad de la Ascensión del Señor, la primera lectura termina en el versículo once y no en el catorce, del capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles, pues en los siguientes tres versículos, creo, se inicia la Iglesia, pues nos narra cómo volvieron a Jerusalén, al cenáculo, enumera a los once y termina “todos ellos perseveraban en la oración, con las mujeres, además de María la madre de Jesús y sus parientes” .
En la semana próxima, festejaremos la venida del Espíritu Santo, y lo que dicha festividad comporta, hoy estamos ante el inicio de la primera asamblea de la Iglesia, con sus dudas, pues aún pensaban en el reino material, en la restauración del reino de Israel y la salida de los opresores, pero como nos dice el salmista, mis caminos no son vuestros caminos, mis proyectos no vuestros proyectos y por ello la misión es más profunda, más de Dios, y no vuestra, no es mi misión si no la que Tú, Señor, me estas encomendando y yo no acepto, para la que tengo mil escusas, mil razones para no hacer, miles de contestaciones sobre mi edad, mi debilidad, mi ignorancia, mi..... y así podríamos llegar al infinito.
Dios nos quiere en la evangelización, “id al mundo entero y proclamad el evangelio”, ¿cómo? No te preocupes, no temas, no se tambalee nuestro corazón, “yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, nos ha repetido a lo largo de los Evangelios, ¿qué más queremos? ¿buscamos aún más certezas, más comprobaciones, más signos y milagros?
Recordemos las palabras de Jesús a los de Emaús, “Qué ciegos y torpes sois.....” y no lo veían, no lo palpaban, como nosotros que a pesar de múltiples celebraciones de la Palabra, de celebraciones eucarísticas, de meditaciones, no vemos, no entendemos, no comprendemos nada porque solo tenemos delante nuestras limitaciones y no la confianza plena, grande, total, la del niño en brazos de su padre/madre, “si no os hacéis como niños....” ¡Qué ciego y torpe soy!
Hoy quisiera pedirte por la Iglesia, por todos los que estamos en ella, por todos los que nos llamamos cristianos y sobre todo por los que por creer en tu nombre lo están pasando mal e incluso hasta perder la vida, te pido por la renovación a la que quiere llevarnos el Papa Francisco, que no es más que un volver a las fuentes, a lo sencillo, a lo pobre, a lo que fue y cautivó y sigue cautivando cuando se muestra así y deja la parafernalia y la muestra la tenemos en el asombro que nos causa las salidas del Papa Francisco de todo protocolo y contexto, lo natural, lo sencillo ¡Para cuando dejaremos los oropeles y demás zarandajas!
Tenemos que realizar los signos que Jesús nos dejó, que no es más que ir sin miedo, dentro de las tormentas de este mundo, llevando el Evangelio hecho vida en nuestro rezar y en nuestro actuar, en definitiva inundar el mundo de amor.
Si nos desanimamos, leamos la carta de Pablo a los efesios y cogeremos aliento en nuestras decepciones.
Madre de la Iglesia, ayúdanos a rezar, como lo hiciste con aquellos once, rudos y desconfiados seguidores de tu Hijo, AMEN