10 MAYO 2015
6º DOMINGO PASCUA-B
JUAN 15,9-17: AMOR, AMISTAD Y
FRUTO
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL AMOR MÁS GRANDE (Jn 15,9-17)
En cierta ocasión, le preguntaron a Jesús cuál era el principal mandamiento de la ley judaica y él respondió diciendo que eran dos: el amor a Dios sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a uno mismo. Lo que viene a significar que no hay que hacer un ídolo de nada -¡las idolatrías siempre generan sufrimiento e injusticias!- y que el otro es un valor indiscutible. La respuesta que dio estaba en linea con la pregunta que le hicieron y, evidentemente, mantenía un cierto paralelismo entre la vida religiosa, cuyo objeto es Dios, y la vida social, que tiene como objeto al otro, si bien la respuesta empieza a apuntar que el planteamiento es insuficiente. Este dualismo, propio de estadios muy elementales de la religión, empezó a superarse cuando -según narra el Éxodo- se promulgó el Decálogo. Los profetas de Israel trataron de desarrollar esta doctrina, pero, en tiempos de Jesús, ambas dimensiones prácticamente estaban separadas. El fariseísmo fue un movimiento político-religioso cuyo núcleo era precisamente ése.
Pero, llegado el momento definitivo, en el discurso del adiós, Jesús quiso dejar las cosas bien claras y, posiblemente para evitar interpretaciones sesgadas o interesadas, dijo a sus discípulos que sólo tenían que cumplir un precepto totalmente nuevo: el de amarse unos a otros con el amor más grande, el que está dispuesto a dar la vida por el amado. Él así lo había hecho y su voluntad era que ellos hicieran lo mismo. Lo sorprendente de este mandamiento no es lo manda, sino lo que silencia. Porque no dice nada del amor a Dios con todo el corazón, tal como mandaba la ley. Y no cabe pensar que Jesús estuviera predicando la filantropía propia de un agnóstico.
¿Qué hay detrás de todo esto? Creo que sólo podemos entender su postura si escuchamos lo que dice sobre el juicio de las naciones: llegado el momento de la verdad, seremos juzgados según el amor al prójimo. “Tuve hambre y me diste de comer, estuve enfermo y me cuidaste, fui forastero y me acogiste...”. Y la razón es bien simple: una vez establecido el principio de la encarnación -Dios se reviste de humanidad-, sólo se puede amar a Dios en su forma humana, es decir, amando al prójimo; y sólo se le puede amar con todo el corazón, dando la vida por los demás.
En dos mil años de historia, el cristianismo ha tenido momentos de gloria y de miseria. Nadie lo puede negar. Pero los valores fundamentales, los principios doctrinales, poseen un carácter definitivo y cumbre. En el fondo, el cristianismo es un humanismo radical y profundo, si por humanismo entendemos la defensa de lo humano como un valor absoluto. El fundamento del mismo no es el acuerdo entre los hombres o la voluntad de los poderosos, sino Dios mismo, que es origen y meta. Vivimos un relativismo asfixiante en muchos órdenes de la vida -todo es “según”-. Pero esto no nos hace más libres ni afortunados. Sólo nos deja más indefensos y más expuestos. ¿Es posible que el ser humano vuelva a recuperar su centro dejando de lado su fundamento, es decir, a Dios? Personalmente, creo que no.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
No se puede decir más alto ni más claro que San Juan: el amor es lo primero, lo único, lo definitivo y eterno. Y se le llena la boca, como llena sus páginas, de lo que tiene lleno el corazón: de amor. Un amor fuerte y luminoso que se mueve sin gastarse en una espiral ardiente que va del Padre al Hijo, del Hijo a nosotros, de nosotros a los demás y vuelta a empezar.
El amor que damos a los hermanos, a quienes están a nuestro lado da fe, es sello de autenticidad, garantía del que tenemos a Dios; eso y no otra cosa se nos pide. Es nuestra prueba de fuego. El amor es don, porque lo recibimos, y tarea, pues nos apremia, empuja y alienta a dar la vida, a entregarnos del todo, como el Padre entrega al Hijo y el Hijo se entrega por nosotros. El fin del amor es dar vida.
El mandamiento nuevo de Jesús es amarnos unos a otros como Él nos ha amado, dando la vida unos por otros, de manera concreta e inteligible: curándonos unos a otros, liberándonos, cuidándonos y anteponiendo a los demás a nosotros mismos.
Dios no hace distinciones cuando ama, cuando derrama su Espíritu, cuando envuelve en su misericordia, cuando nos llama amigos. Y como de su amor y desde él nace y se despliega el nuestro, todos estamos capacitados para amar a los demás, al margen de nuestras cualidades o destrezas, edad o salud.
El amor de unos con otros es lo único que vence al mal y convence a los alejados y enemigos, a los críticos y detractores. Lo único que evangeliza y da testimonio, porque sin él las palabras quedan huecas y vacías. ¿La paga del amor? el hecho mismo de amar. ¿Su límite? hasta dar la vida.
Hoy tenemos que empezar con el salmista, cantando a Dios un cántico nuevo, por las maravillas que ha hecho en nosotros.
Y este cántico nuevo parte del propio Evangelio que nos va desgranando esas últimas recomendaciones de Jesús a sus discípulos, en la intimidad del cenáculo:
En primer lugar nos habla de guardar sus mandamientos y como decía un escritor espiritual, los mandamientos son respuestas de amor del hombre a Dios y reflexionado es la pura verdad y Jesús nos lo dice pues dicha respuesta es la que nos tiene unido a Él, al guardar sus mandamientos, como lo estuvo Él con su Padre.
Nos sigue halando de amor, en el único mandamiento que nos dejó y del que hacemos caso cuando superamos nuestros egoísmos y nuestra soberbia, que nos superan muchas veces aun a nuestro pesar. Si guardara ese único mandamiento, cuanto cambaría mi vida, cuanto llenaría la vida de los demás, cuanta sería mi entrega, cuanta mi disposición, mi vida sería otra de principio a fin pues el amor lo puede todo, lo da todo, lo ....... y aquí podíamos entonar el himno de S. Pablo en la 1ª Carta a los Corintios, ese capítulo trece que es una definición y un canto al amor, centro de nuestra vida, pues cuando amamos y nos sentimos amados, somos felices, porque esa es nuestra raíz.
Por otra parte, hemos sido elegidos por Dios, no lo elegimos nosotros,pero en nuestras manos está aceptar esa elección, en nuestra manos está dar ese sí diario a Dios en nuestras vidas, en nuestras manos está ser sus instrumentos en el mundo, pues nos eligió para que diéramos frutos, en nuestro entorno, aquel que nos ha tocado vivir, siendo y llevando la vida de Jesús, el amor que se traduce en multitud de actos, detalles, atenciones, miradas: siendo testigos de Él y de su Palabra.
Y todo ello, con la más grande de las alegrías, la alegría de Dios, es la alegría que gozamos unidos a Él guardando “su único mandamiento”, en cualquier circunstancia de la vida, sea de dolor o de gozo, porque sabemos que Él está siempre con nosotros, que es lo más que podemos desear y como dicen los Cursillistas de Cristiandad, “Dios y yo, mayoría aplastante”.
“Quien no ama, no ha conocido a Dios” nos dice S. Juan y ¡qué verdad más grande y cuanto nos perdemos cuando nos apartamos de Él!
María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a conocer a Dios, amando, como Tú amaste, en silencio, guardándolo todo en tu corazón, pero con tu sí constantemente en los labios.
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