28 JUNIO 2015
13º DOMINGO-B
MARCOS 5,21-43. Contigo, hablo, niña, levántate.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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NO ES MUERTE, SINO SUEÑO (Mc 5,21-43)
Nada hay tan humano ni que nos haga tan humanos como la experiencia del sufrir y la certeza del morir. Y la razón es bien simple: la ingenua pretensión de ser dioses se deshace como niebla cuando el sol implacable del sufrimiento o la muerte asoma en el horizonte de nuestra vida. Como un muro que se desplomara sobre nuestras cabezas, así se nos viene encima la conciencia de que somos pequeños, débiles y limitados y lo evidente se impone: ni comprendemos, ni aceptamos, ni podemos evitar. Ante ello caben dos posturas: o renunciamos a encontrar el sentido de las cosas -aceptando resignada¬mente que somos víctimas de un destino fatal- o luchamos contra el absurdo -buscando respuesta a nuestras preguntas, caminando hacia la aceptación y la superación-; o dejamos que la adversidad nos destruya o nos apoyamos en ella para crecer. La curación de la hija de Jairo y de la hemorroisa, ofrecen claves para avanzar en esa búsqueda.
La hemorroisa llevaba doce años probando remedios para sus males y había gastado en ello su fortuna -su vida-, pero sólo se curó cuando la cercanía de Jesús despertó su fe. Eran muchos los que le rodeaban y le apretujaban, pero sólo ella se benefició de esa cercanía. No por creerse más cerca de Dios se tiene a Dios más cerca. El milagro del encuentro con él y su virtud sanadora sólo es posible cuando se vive con fe.
Más grave -o importante- es el asunto de la niña: la suya no es una enfermedad crónica sino mortal. El desenlace se produce antes de que Jesús haya hecho nada. La fe, en este caso, ha sido inútil porque no hay billete de vuelta para la muerte. Y, a pesar de ello, Jesús anima al padre de la niña a creer. Más aún: parece insinuar que la fe verdadera empieza cuando ya todo está perdido. Contrasta con esto la postura de los acompañantes: "¿Para qué seguir insistiendo?" ¿Para qué seguir rezando? ¿Para qué seguir creyendo? Pero la respuesta de Jesús es clara y firme: "Porque no es muerte, sino sueño". Ese es el secreto, la clave -la llave- que, en medio de la adversidad, abre la puerta al sentido de las cosas: ver sueño donde los demás ven muerte. Sólo viendo así las cosas se persevera en el esfuerzo y se conserva la esperanza. En no pocas ocasiones, la postura no debería ser duelo, sino espera.
En la más completa oscuridad, en el más profundo de los fracasos, en el abandono, el que cree sigue insistiendo: sabe que -más tarde o más temprano- amanecerá; está convencido de que la noche no dura siempre porque su vida y su ser están en manos del Señor del tiempo. Está seguro de que, en medio de su sueño, oirá una voz: ¡Levántate! Se me ocurre que son muchos los que duermen y que el creyente -con el espíritu de Jesús- debería ser esa voz que les despierte. A no ser que él mismo esté dormido, cosa que ocurre cuando la fe y la esperanza no conviven en lo más hondo del corazón.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
Hay muchas formas de tocar a Jesús: en la Eucaristía, en su Palabra, en la oración... y también en los más cercanos, esos que a lo mejor nos sacan de quicio todos los días, en quienes nos aman incondicionalmente, en los pobres, en los enfermos y marginados. Y hay que tocarle con valentía, aunque parezca pasar de largo o no reparar en nosotros, y sobre todo con confianza, sabiendo que, con solo tocarle, curaremos.
Hay muchas hemorragias, muchas cosas que nos desangran y que van minando nuestra vida. Jesús siempre quiere curar, pero no puede hacerlo si no estamos dispuestos a sanar. Necesita nuestra firme determinación de salir de la enfermedad. Nadie se cura mirando sus heridas y hurgando en ellas sin descanso. Está en nosotros acudir a la fuente de la vida y la salud.
Muchas veces encontramos la curación tocando con amor las heridas sangrantes de los demás. La compasión y la compañía detienen muchas hemorragias propias y ajenas.
Jesús siempre se deja tocar, sin atender a normas ni protocolos, sin reparar en nuestras miserias, sin echarnos nada en cara. Dejemos que nos toquen los demás. No los rechacemos con nuestros prejuicios, nuestros miedos y aprensiones, nuestras envidias y recelos, nuestras desconfianzas y resentimientos. Pongamos en nuestros labios palabras de ánimo y aliento, de vida y de luz.
Porque este domingo celebramos a un Dios que no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción, que nos libra de nuestros enemigos, que cambia nuestro luto en danzas. Y que pide nuestra generosidad para con los demás. Hemos recibido tanto...
Hoy el Evangelio nos presenta dos curaciones, dos sanaciones de Jesús, en la que se dan los elementos comunes, la oración, la fe y la confianza plena de que lo que piden, es realidad y en ambos actitudes de humildad, se postraron a los pies de Jesús.
Si el jefe de la sinagoga se dirige verbalmente a Jesús, la mujer lo hace mentalmente, pero en ambos, la oración está llena de una confianza en Jesús, de una fe entrañable, de una fuerza proveniente de la humildad porque sienten en sí los signos de la exclusión, pues la enfermedad lo hace impuros.
Hoy como ayer y como siempre tenemos a nuestro alrededor a los excluidos, a los que vemos pasar y los rodeamos, a los que vemos sufrir y su dolor llega muy poco a nuestro corazón, a nuestras conciencias que acallamos ligeramente.
Tenemos que asumir la actitud de Jesús que no es otra que el acercamiento, está con los que sufren, está con los que se sienten marginados, y llega a ellos sin importarle la ley ni los que la hacen cumplir con mil y un vericuetos, es la dignidad de la persona la que le importa y inclusión en la vida de todos, porque como dice la primera lectura, “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo la vida”, porque Dios es Dios de vivos y no de muertos.
Nos vendría bien reflexionar la segunda lectura, es la medida de nuestro compartir, de nuestro vivir en el amor, pues termina con una cita del Éxodo, (16,17), que dice que los que recogía mucho ( del manha) no le sobraba y al que recogía poco, no le faltaba.
Con ello nos viene a decir que tengamos lo necesario, no aspiremos a cosas superfluas, seamos austeros y esta austeridad nos llevará a la generosidad, pues en esta lectura nos dice S. Pablo que de lo que se trata es de igualar, de que todos tengamos lo necesario, no lo indispensable que socorremos con nuestra tacañería, “no se trata de aliviar”, se trata de que todos seamos personas dignas en nuestras vidas, iguales, porque todos somos hijos de Dios.
¡qué difícil es, como nos dice el Apóstol, igualar! Miremos cada uno nuestro interior.
Santa María, madre de todos los hombres ayúdanos a ser generosos, a sentirnos todos hijos de Dios, hermanos en el Hermano, tu Hijo, y vivamos el aliento del Espíritu que nos conduce en el amor.
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