24 ENERO 2016
3º DOM-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
LA BUENA NOTICIA (Lc 1,1-4; 4,14-21)
El prólogo de Lucas recoge la intención de este evangelista al escribir sobre Jesús: quiere que Teófilo -posiblemente una forma de referirse a la comunidad cristiana más que a un individuo- conozca la solidez de la enseñanza que ha recibido. Lucas es un historiador y un catequista. Escribe tras comprobar los hechos personalmente y lo hace de un modo sistemático: rigor en la investigación, orden en la exposición y celo apostólico en la intención, tres exigencias de un buen transmisor que cobran gran actualidad en estos tiempos en que proliferan los maestros de todo, expertos en nada. Sorprende presenciar en el entretenimiento de moda -las tertulias y debates- la falta de rigor, el “cacao mental” y la acidez de muchos de los participantes. Vivimos en una cultura que confunde la libertad de expresión con la expresión del pensamiento -aunque éste sea débil- y la verdad, con su difusión. Olvidamos que el sabio -a diferencia del necio- habla poco y piensa mucho. Porque ciertamente es un derecho decir lo que se piensa, pero se olvida que le va parejo el deber de pensar lo que se dice.
La segunda parte del evangelio narra lo ocurrido en la sinagoga de Nazaret. Jesús se aplica la profecía de Isaías 61,1-2, pero lo hace silenciando un elemento importante. El profeta había anunciado que la llegada del Mesías sería “un año de gracia” para el pueblo y “un día de desquite” para sus enemigos. Gracia y bendición para Israel, castigo y venganza para sus opresores. Es el juicio de Dios. Jesús, al silenciar lo segundo, predica la gracia y la paz para todos. Por eso sus paisanos se levantan contra él. La obra del Mesías es una obra de reconciliación. No se trata de convertir en víctimas a los opresores y a los oprimidos, en verdugos. El Reino -el mundo nuevo-, no puede construirse sobre la venganza y el sufrimiento, sino sobre el perdón. Por eso, en otro lugar, hablará del amor a los enemigos y del perdón sin límites. Es la única manera de romper el círculo de la muerte -injusticia, sufrimiento, venganza, injusticia- para abrirse al océano de la vida.
En esta dinámica toda la profecía tiene sentido. El ungido -el Mesías- ha venido para anunciar a los pobres que se han acabado las estructuras injustas que les tienen atrapados en la pobreza; a devolver la dignidad de la libertad a los que han sido privados de ella; a iluminar a los que viven en la confusión; a destruir lo que impide la felicidad del ser humano y, sobre todo, a comunicar a los pecadores que han sido perdonados por el Padre de la misericordia. La era del Mesías no es tiempo de castigo, sino de bondad.
En estos tiempos de violencia, agresividad y secesionismos, es necesario fomentar mecanismos de reconciliación y de acercamiento entre los hombres. ¡Ojalá que, seamos capaces de ver nuestras diferencias como algo que, lejos de enfrentarnos, nos complementa! Sería como encender la fragua en la que fundir las espadas y las lanzas para construir, con ellas, arados del progreso y de la paz.
Francisco Echevarría
En el libro de Nehemías se nos narra la emoción del pueblo al escuchar la lectura y explicación del libro de la ley de Dios. Esta actitud choca con la de quienes escuchaban a Jesús en la sinagoga de Nazaret. Todos tenían los ojos fijos en él, la expectación es máxima.
¿Será acaso por la unción con que Jesús lee: El Espíritu del Señor está sobre mí? ¿Porque de repente suenan verdaderas las promesas dirigidas a los pobres, los cautivos, los ciegos o los oprimidos? ¿Por la osadía con que Jesús concluye: Hoy se cumple esta Escritura, identificándose así con el misterioso personaje del libro de Isaías?
Es que Jesús, como nos dice Juan en la hojilla, ha omitido las palabras referentes a la ira y el desquite de Dios que seguían, en el texto de Isaías, a las que anuncian el año de gracia del Señor. Eso sí era insólito. Para los judíos una frase no tenía sentido si quedaba inacabada. Pero citar así el texto dice mucho, todo, acerca de Jesús y cómo entiende su misión.
Creo que muchos nos habremos acordado del Papa Francisco al escuchar las palabras que lee Jesús en la sinagoga. ¿No es verdad que también él parece haber hecho de ellas el programa de su pontificado? Este año de la misericordia es, sin duda, el año de gracia del Señor.
Y como Jesús, también el Papa encuentra la mirada atónita de muchos jerarcas de la Iglesia y cristianos de misa diaria por omitir en su discurso, sus gestos y obras, las palabras referidas a la ira y el castigo de Dios.
Jesús se retrata en las palabras que lee del libro de Isaías, y muestra el verdadero rostro del Padre, y el hacer del Espíritu. ¿Qué imagen damos nosotros de Dios? ¿Qué rostro suyo reflejamos?
A lo mejor no damos la Buena Noticia, sino malas nuevas y profecías de calamidades. Quizás encadenamos, atamos y encerramos a los demás en vez de liberarlos. Puede que sumamos a los demás en la oscuridad y confusión de las tinieblas en vez de ayudarlos a ver. Y a lo mejor hasta lo hacemos en nombre de Dios.
Nosotros somos todos miembros de un solo cuerpo, y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Todo lo que somos y tenemos es para el bien común. Y todos bebemos de la misma fuente: las palabras del Señor que son espíritu y vida.
Escuchemos atentos, hasta la emoción, y contemplemos, hasta el asombro, cómo Jesús escoge las palabras y gestos que marcan su camino, quién es y qué espera de los que nos llamamos cristianos.
En el Evangelio de hoy Jesús proclama cumplida la promesa de Isaías, lo que asombra a sus paisanos, por la increencia de los m ismo, no por la fiel acogida de su persona y Palabra.
Es como nos dice el autor de la hoja, el plan de Jesús a llevar a cabo, que no es más que las obras de misericordia que dignifiquen a la persona y la proclamación del Amor de Dios por años sin términos.
Este es el plan de Jesús y tiene que ser nuestro plan, si somos verdaderos seguidores del camino, seguidores de Jesús
Los Evangelios nos narran cómo lo llevó a cabo Jesús y como quería que lo lleváramos a cabo nosotros, Él con completa entrega a los desfavorecidos y marginados, a los que toco, abrazó, habló, con los que comió y bebió, en una apalabra, se hizo uno de tantos para que nosotros nos hiciéramos hijos del Padre.
En otros pasajes de los Evangelios nos dice como tenerlo que llevar a cabo, es cuando envía a la misión a sus discípulos, ¿Cómo?, sin nada, “no llevéis.......” más que la Palabra de Dios y los signos que la acompañan.
Esto nos tiene que hacer reflexionar sobre nuestra manera de llevar a los demás el Evangelio, la Palabra y el Amor de Dios, cómo lo hacemos, qué tenemos, qué usamos, mediante que reuniones, celebraciones y vemos que estamos tan lejos de la nada que Jesús proponía a sus discípulos que ni somos capaces de avergonzamos de lo que hoy la Iglesia tiene para exhibir, no para llevar el reino a los que lo desconocen.
Miremos qué nos sobra, miremos qué tenemos que dejar para ser auténticos en el amor y la misericordia, porque esto se está negando hoy día y se está manteniendo la condena o lo que es igual no usamos la misericordia con los que la necesitan y todos podemos pensar en el tiempo que vivimos que hacemos respecto de muchos que están sufriendo por que le niegan el pan y la sal de la vida del cristiano.
Termino con el último versículo de Pablo ””pues bien vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”” ¿lo entendemos?, Creo que muchos no lo entendemos.
María, Madre del Amor Hermoso y de la Divina Misericordia, ayúdanos a a ser compasivos y misericordiosos
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