30 ABRIL 2017
3º DOM-PASCUA
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA LÍNEA DEL HORIZONTE (Lc 24,13-35)
Uno de los encuentros más sugerentes de Jesús resucitado es el que tuvo lugar con los que caminaban a Emaús. Fue, para san Lucas, el más importante. Como a muchos cristianos de nuestro tiempo, a estos dos, Jesús les había decepcionado. Esperaban que fuera el libertador de Israel -por eso lo habían seguido-, pero su muerte -humillante- les había abierto los ojos. Cuando oyeron hablar de la resurrección -de lo sobrenatural y maravilloso- pusieron tierra por medio. No estaban los ánimos para esas fantasías. Su problema era que habían seguido a Jesús, no para conocer su mensaje y acoger su propuesta, sino porque servía a sus intereses. Como ellos, hoy muchos cristianos, metidos de lleno en el mundo -lo cual no está mal-, han perdido de vista la meta -lo cual no está bien-. Quisieran que las cosas -las del mundo y las de la Iglesia, las sociales, las políticas y las económicas- fueran según ellos creen y, dado que no es así, prefieren abandonarse a la decepción porque el mundo no es perfecto.
En estos casos falla el realismo y la esperanza. Falla el realismo porque necesariamente cada ser humano vive en un tiempo y en un lugar determinado. Sería maravilloso que todo funcionara a la perfección, pero no es así. Replegarse en sí mismo es vivir en el tiempo o en el lugar equivocado y nada remedia el huir. Y falla la esperanza porque, además de no gustar las cosas, se piensa que no tienen remedio. Sin sentido de la realidad y sin esperanza ¿para qué luchar? ¿para qué esforzarse en cambiar el mundo? En el fondo el desánimo no es sino la justificación de la falta de compromiso, lo cual -por otra parte- resulta bastante cómodo. Los cristianos del desaliento no han perdido la fe, pero la han desactivado, la han dejado en el desván, donde se guardan las cosas que ya no hacen falta, pero que da pena tirarlas porque están llenas de recuerdos agradables.
La solución es dejar que el resucitado nos abra los ojos. Y para ello sólo hay un camino: profundizar en las Escrituras y leer los signos de los tiempos. Fue así como Jesús curó de la ceguera a sus discípulos. Leer y ahondar en las Escrituras es conocer el pensamiento de Dios; leer los signos de los tiempos es conocer la realidad de los hombres. El secreto -la habilidad- es unir ambos extremos. En ello está la salvación. Cuando desaparece uno de ellos, termina cayendo también el otro. Para el pensamiento cristiano no es posible conocer el misterio de Dios sin profundizar en el misterio del hombre, ni es posible descifrar el misterio del hombre sin contemplarlo a la luz del misterio de Dios. Pero no todo el mundo entiende esto: unos porque sólo miran al cielo y otros porque sólo miran a la tierra. Faltan quienes miren a la línea del horizonte donde se tocan el cielo y la tierra.
Paco Echevarría
ACOMPAÑAMIENTO Y GESTOS DE JESÚS
Si leemos y releemos el pasaje del Evangelio de Lucas, nos da para muchas reflexiones pero quiero detenerme solo en dos y con la limitación propia de cada semana, no es cuestión de escribir ningún tratado.
Primero el acompañamiento, Jesús se hace presente en esos dos discípulos que van a su casa derrotados, decepcionados y angustiados porque Jesús ha muerto, pese a lo que algunas mujeres y compañeros decían sobre el sepulcro, en definitiva Jesús había sido el gran fracasado y con él todos aquellos que le seguían.
Jesús se acerca, se interesa por su problema, les ayuda a la comprensión de lo que les ocupa y preocupa y se encuentra con ellos en la fracción del pan: nos está marcando la hoja de ruta en el acompañamiento que tiene que hacer todo cristiano de aquellas personas que ante sus problemas y angustias, no pueden, esa carga pesa demasiado y nosotros tenemos que tener la cercanía precisa para enterarnos del dolor de sus corazones, darnos a ellos con una entrega total, y en lo posible aligerarle la pesadumbre y la tristeza, con nuestras palabras, con nuestros pobres medios pero siempre estando con ellos, que los tenemos en nuestro entorno a cientos, porque no solo es la pobreza del tener sino la de no tener quien le escuche, quien le acompañe, quien le dé una palabra y un gesto de aliento hasta la entrega total, como Jesús con aquellos discípulos decepcionados, quizás porque esperaban otra cosa, como puede sucedernos a nosotros y a los que necesiten ese acompañamiento en sus vidas.
No pasemos de largo, nos está diciendo Jesús, pregunta, interésate, hazte presente en las vidas de los angustiados que desgraciadamente llenan este valle de lagrima en un mundo en el que sobra de todo.
El otro punto, los gestos de Jesús, ¿por qué reconocieron a Jesús? Al partir el pan, en el gesto de la fracción, gestos que le habían visto quizás en las multiplicaciones de los panes y en tantas y tantas comidas y sobre todo en la última.
¿Y nuestros gestos de cristianos lo ven los demás o es que no tenemos ninguno?
Cuáles son nuestros gestos que puedan delatar nuestra condición de seguidores de Jesús?
Tomemos el Evangelio y veamos nuestra vida a la luz de lo que dijo e hizo Jesús, de cómo lo dijo y cómo lo hizo, no corramos, hagámoslo poco a poco, día a día, momento a momento, sin prisa pero sin pausa y nos verán como seguidores de Jesús en el que creemos, vivo y resucitado, verán nuestras caídas, pero también verán nuestras levantadas, somos frágiles pero fieles en el seguimiento, el perdón es la vía de la unión con Dios y con el hermano, pues así nos lo enseñó en el Padrenuestro.
Recemos con el salmista, “tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha, no vacilaré” y en el Evangelio lo volvemos a ver porque nos lo dijo el Verbo Encarnado, construyan mi Reino, no tengáis miedo, yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos.
Reina del Cielo ¡alégrate!, porque tu Hijo ha resucitado, según dijo, ¡Aleluya!
¡También nosotros lo hemos visto! Íbamos los dos camino de Emaús. Nada nos retenía ya en Jerusalén. Estábamos asustados, vacíos y muertos por dentro. Tantos sueños e ilusiones, tanta esperanza... y todo en vano. Creíamos en él, y todo se había desvanecido como el humo, como una pesadilla que deja al despertar un poso de amargura.
Íbamos caminando, conversando y discutiendo sobre todo lo que había sucedido con Jesús. Un hombre se acercó sin darnos cuenta, tan enfrascados estábamos en lo nuestro, y se puso a caminar a nuestro lado. Hacía el mismo camino que nosotros y nos preguntó de qué hablábamos. Nos sorprendió, pues venía de Jerusalén, y Cleofás le espetó: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días? ¿Podía alguien hablar de algo que no fuera eso? Se interesó por lo ocurrido y le hablamos de Jesús: de quién era y lo que había hecho; de su entrega a los sumos sacerdotes, su condena y crucifixión. De nuestra frustración: habíamos puesto en él todas nuestras esperanzas. Pero hacía ya dos días de su muerte. Le contamos incluso lo que decían las mujeres de nuestro grupo y cómo nos asustaron hablando de la desaparición de su cuerpo y de ángeles que decían que estaba vivo. Sonaba tan disparatado... cosas de mujeres alteradas por los acontecimientos. Aún así algunos de los nuestros fueron al sepulcro a comprobar su historia y no encontraron el cuerpo. No vieron nada más.
El forastero escuchaba con atención y al contar lo del sepulcro vacío empezó a hablar. Nos llamó necios y torpes por no haber creído la palabra de los profetas. Decía que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria.
Entonces nos explicó las Escrituras y todo lo que se refiere al Mesías, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas. Lo hacía con autoridad. Mientras nos hablaba ardían nuestros corazones. Experimentamos de nuevo el fuego y la pasión que Jesús encendía en nosotros cuando estábamos con él. Era como si un manantial de agua viva se abriera paso por dentro, como un surtidor. Como si la primavera floreciera de repente en pleno invierno o la vida brotara, decidida y fuerte, en un erial.
Cerca de Emaús el forastero hizo además de seguir adelante pero nosotros le apremiamos:"Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída" No podíamos dejarle marchar. Era obligado ofrecer nuestra hospitalidad, pero es que, además, queríamos estar con él. Con él a nuestro lado nos sentíamos vivos, llenos, nuevos. No queríamos que se marchara y entró para quedarse con nosotros.
Entonces nos sentamos a la mesa y él tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y nos lo dio. Aquellas manos, aquella voz, sus gestos... y el fuego que había encendido en nuestro interior, más fuerte que el frío de muerte que llevábamos dentro. Entonces reconocimos al Maestro. Estábamos con él.
En ese momento desapareció, y Cleofás y yo nos levantamos al instante y emprendimos el camino de vuelta a Jerusalén. Teníamos que contaros esto a todos. Teníamos que deciros que está vivo.
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