14 MAYO 2017
5º DOM-PASCUA
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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¡NO TENGÁIS MIEDO! (Jn 14,1-12)
Jesús, tras anunciar la traición que se cierne sobre él, las negaciones de Pedro y su partida, intenta calmar el ánimo de los suyos por la lógica turbación del momento. Sus palabras nos recuerdan las de Isaías a Acaz, cuando “tembló su corazón y el corazón de su pueblo como se estremecen los árboles del bosque sacudidos por el viento... ¡Ten calma, no temas ni desmaye tu corazón!”. En aquella ocasión el motivo del estremecimiento fue el cerco de la ciudad; en el caso de Jesús es la traición de los falsos discípulos, la cobardía de los seguidores y la ausencia del Maestro lo que provoca el desconcierto y el miedo. La comunidad cristiana -entonces como ahora- estaba amenazada por la persecución de los adversarios, por la debilidad interna de sus miembros y por la sensación de olvido y abandono. Las dificultades se multiplican dentro y fuera de ella y, en los más comprometidos, aparece el miedo y la turbación con el riesgo de perder la fe.
El problema no es ya que el mundo se haya situado de espaldas a la luz, sino que los creyentes están dejando que se apague. La barca se agita en medio de la noche, sacudida por el viento y las olas, y la voz del maestro vuelve a sonar con un reproche: “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué tenéis miedo?”. Sabe bien que el miedo es la mayor amenaza para la fe, porque es cierto que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
Para ratificar sus palabras, Jesús se presenta como camino. No caminar con él es andar errante, perdido, sin meta y sin futuro. Conecta así con los sentimientos más profundos del hombre y ofrece una respuesta a su búsqueda. Pero hoy muchos han cesado en la búsqueda, se han instalado en el ahora de espaldas al después. El problema es que sin metas ni ideales ¿qué sentido tiene el vivir? La felicidad consiste en la dicha de saber que la vida tiene sentido y, sin metas, no hay sentido.
Tal vez por eso al camino une la verdad, entendida desde la mentalidad semita, según la cual no es la mentira absoluta lo que más daña al hombre, sino la ignorancia y las medias verdades. Porque, de la mentira abierta y clara podemos defendernos, pero estamos indefensos si nos atrapa la ignorancia o la verdad a medias -mezcla de lo verdadero y lo falso-. Y con la verdad, la vida, que es el complemento necesario y el principal valor, ya que todo es en función de la misma. Jesús es el camino verdadero hacia la vida o, si se prefiere, el camino a la vida verdadera. En estos tiempos de confusión y violencia, mentira y muerte, con el terrorismo y la guerra en tantos lugares, el corazón está amenazado por el desaliento y el miedo. Es necesario y consolador oír las palabras de Jesús para no perder la fe en Dios y en el hombre.
CREED EN DIOS Y CREED EN MI
Como nos dice el autor de la hoja, han pasado los grandes acontecimientos de la Cena del Señor, y viene el discurso final, donde le expone su mandamiento, (uno solo y no lo cumplimos) y las recomendaciones finales antes de salir.
Nos plantea el tema de la fe, de la creencia en Dios y en Jesús y no tenemos más que preguntarnos, en quien creo, qué creo, por qué creo, en definitiva cual es mi fe.
La fe no es más que una cuestión de confianza, me fio o no me fio de Dios, como le decía S. Pablo a Timoteo en la segunda de las cartas, “yo sé de quién me he fiado” y ¿yo de quién me he fiado, de quién me fio?
La fe es un regalo, pero como decía el Papa Benedicto XVI en una de las catequesis del iniciado por él, año de la fe, también es un acto humano, puesto que llegada la edad adulta tenemos que dar nuestro sí a Dios o no darlo, acogerlo o rechazarlo y como S. Pablo en el final del capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios, cuando era niño……., pero cuando fui mayor, dejé las cosas de niños.
Seguimos con las cosas de niños o hemos dado el paso adelante y hemos prestado nuestra confianza en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo, revelado por el hijo encarnado en nuestra carne, en nuestro mundo, donde nos trajo el rostro del Padre que no es otro que el AMOR: “creed en Dios y creed en mí…………….porque quien me ha visto a mí, ha visto al Padre y al Padre lo vemos en todos nuestros hermanos y sobre todo en los más débiles y frágiles.
Nuestra fe se alimenta con las obras, como nos dice el Apóstol Santiago, pero también con el conocimiento de Dios que nos da Jesús en el Evangelio, pues como vamos a creer en algo que no conocemos. Recordemos el pasaje del diacono Felipe y el etíope, “como voy a comprender si nadie me lo explica”.
Aún resuena el Evangelio de la semana que vivimos, la del Buen Pastor, pidamos a Dios Pastores que nos enseñe a conocer a Dios con las Escrituras, los profetas de ayer y de hoy que los hay, pues Dios siempre nos mandará profetas que denuncie nuestro vicios y anuncie el Evangelio, recemos por el Papa, nuestros obispos, sacerdotes, diáconos y consagrados y por los jóvenes que sean receptores de la llamada y por todos aquellos que luchan por el Reinado de Dios aquí entre los que lloramos y reímos en este valle de lagrimas y alegrías.
Creed en Dios, fíate de Dios, confíate a Dios, llénate de Dios con la Palabra, la oración y la entrega.
Recemos con el salmista: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti”, pues sin Ti qué podemos hacer?
Santa María, bendita tú porque has creído, enséñanos a tener fe en tu Hijo y en el Padre revelado y en el Espíritu que nos lo hace vivir, AMEN
El evangelista Juan nos permite asistir a una conversación entre Jesús y sus discípulos, o estar presentes en ella, haciendo nuestras las inquietudes y perplejidades del que sigue a Jesús.
El Maestro nos exhorta a no perder la calma, como en otras ocasiones a no tener miedo. El fundamento de la tranquilidad en sus manos es la fe, entendida como confianza en él, en su palabra. Y nos dice que tenemos un sitio preparado, por él y junto a él, en la casa del Padre.
Allí hay muchas estancias, porque todos somos distintos, pero todos cabemos, con nuestras vidas e historias diferentes. El camino para llegar allí es uno: Jesús. Y la verdad y la vida.
El viaje hacia nuestra morada definitiva puede ser más o menos largo, con avatares de todo tipo mientras dura. Pero si mantenemos los ojos fijos en Jesús, en lo que hace y dice, en quién es, nunca perderemos el camino, no nos atraparán el engaño ni las mentiras y siempre tendremos vida. Y al Padre que nos espera ya lo conocemos: lo contemplamos en Jesús, en su ternura y misericordia, en su compasión. Jesús lo pintó en la parábola incomparable del hijo pródigo.
Y una vez allá, en las moradas eternas, el Padre nos reconoce cuando ve en nosotros al Hijo, que ha pasado haciendo el bien, liberando y devolviendo la salud del alma y del cuerpo, cuidando de todos y velando por ellos, entregando la vida hasta la muerte.
Tenemos muchos motivos para no perder la calma ni la esperanza, para creer y confiar, y para dejar este mundo algo mejor de como lo encontramos.
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